Un manual judeocristiano para el diálogo - Alfa y Omega

Un manual judeocristiano para el diálogo

La rabina argentina Silvina Chemen y el teólogo uruguayo Francisco Canzani, consejero general en el Movimiento de los Focolares, escribieron a cuatro manos Un diálogo para la vida (Ciudad Nueva) con el objetivo de fomentar el acercamiento entre sus respectivas tradiciones religiosas. El texto ha terminado convertido en un manual que se utiliza en terapia familiar o para el fortalecimiento de los vínculos personales entre empleados en empresas

Martín Velasco
Silvina Chemen y Francisco Canzani, en la universidad jesuita Fordham de Nueva York, en 2015. Foto: Universidad Fordham

Derribar prejuicios es uno de los grandes empeños de la directora de la Casa de Ana Frank de Buenos Aires. «Vivimos absolutamente aislados», dice. «Nos han enseñado a creer que todo el que es distinto a mí es un enemigo: los pobres, los de otro color, los de otra religión, los de otro país, los de otro partido político… Nos han inoculado la sospecha, la desconfianza. Uno ve a otra persona de tez un poco oscurita y ya piensa que le va a robar. ¡Así no se puede vivir!».

Lo primero es revisar los propios prejuicios. «Al otro creo que ya lo conozco con tres o cuatro eslóganes del mundo del marketing. Ponle el nombre que quieras: africano, refugiado, musulmán… Ahora estarás pensando: “¡Mira qué bien habla esta chica judía, no pensé que los judíos fueran así!”. ¿Lo estás pensando? Porque te dijeron que nosotros somos los que manejamos los capitales en el mundo, los que matamos a los palestinos… ¡Te lo dijeron y lo compraste! Nos hemos acostumbrado, pero todos, a comprar definiciones simplificadas», dice la rabina a Alfa y Omega poco antes de presentar el martes Un diálogo para la vida en el Centro Sefarad–Israel de Madrid junto a Francisco Canzani. De ahí, ambos continuaron viaje a Roma para una nueva presentación.

Una tradición de diálogo

Esta mentalidad aperturista es común entre los líderes religiosos argentinos. Al menos, en los últimos decenios. Chemen es discípula del rabino David Goldman, viejo amigo de Jorge Bergoglio y uno de los impulsores de la plataforma América en Diálogo-Nuestra Casa Común que, a partir de la encíclica Laudato si, ha trasladado la exitosa experiencia de diálogo interreligioso en Buenos Aires a la Organización de los Estados Americanos (OEA). A su vez –destaca la rabina–, tanto Goldman como ella, pertenecientes a la mayoritaria corriente masortí o conservadora del judaísmo, se reconocen discípulos del rabino norteamericano Marshall Meyer que, al igual que amplios sectores de la Iglesia católica, se significó durante la dictadura militar por su apoyo a los desaparecidos y a sus familiares. «Hizo de su religiosidad un compromiso por los derechos humanos. Así es como entiendo yo también el mandato profético de mi propia tradición religiosa y el de otras por construir una humanidad sanada».

Un manual para empresas

Con estos precedentes a nadie le sorprendió que la rabina y el teólogo uruguayo Francisco Canzani, uno de los responsables hoy a nivel mundial del Movimiento de los Focolares, decidieran escribir un libro a cuatro manos para popularizar el diálogo entre judíos y cristianos, más allá de los encuentros entre las élites de cada comunidad. La sorpresa fue después verlo convertido en una especie de manual en los más diversos ámbitos. «Nos han llamado empresas, terapeutas familiares… Lo están utilizando como una especie de guía para el diálogo», cuenta Chemen.

Primero fue un importante banco argentino, que les pidió impartir un taller para estrechar vínculos entre su personal. A partir de ahí se sucedieron encargos similares. «En las empresas se están dando cuenta de que muchas veces los empleados no saben absolutamente nada de las personas con las que trabajan cada día desde hace muchos años. ¡Qué tristeza!».

El método parte del «concepto de la humanidad común» para desde ahí «generar recursos y herramientas para entrar en dialogo con otros, con todos los otros, porque uno es siempre un compendio de múltiples identidades, y hay distintos otros que no son como uno mismo, pero que te mejoran la vida, amplían tu universo, enriquecen tu horizonte…». Siquiera porque «cuando tengo que presentarme ante otro que no es de mi propio círculo eso me obliga a saber mucho más de mí misma, a entenderme mejor para poder explicarme y que el otro me entienda», dice la rabina. De entrada, eso requiere el «esfuerzo de ponerme en la piel del otro, lo cual es ya un gran avance en el diálogo».

Integrar la dimensión espiritual

En ese complejo juego de identidades la dimensión religiosa es esencial, sea la persona creyente o no. «Todos tenemos un componente espiritual, todos nos preguntamos por el comienzo de la vida y por su final, por el misterio del mal en el mundo…», afirma Chemen.

A su juicio, la modernidad occidental tiene todavía pendiente la tarea de integrar armónicamente sus tradiciones religiosas. «La laicidad es una conquista de la sociedad. A mi madre, en la escuela, la sacaban al patio durante la catequesis por ser judía. Pero una escuela laica no es la que prohíbe la religión, sino la que deja espacio a todas las creencias de sus alumnos», dice a modo de ejemplo. De modo análogo –prosigue–, la modernidad debe comprender que «las tradiciones religiosas, lejos de ser una cosa pasada de moda, seguimos hablando de amor, de la solidaridad, del respeto al prójimo, del abrazo al extranjero… Mucha gente nos escucha. ¡Y vaya si no tenemos algo que decir al mundo laico en este tiempo en que los refugiados no tienen dónde vivir porque ningún país los recibe! Hoy más que nuca tenemos valores para transmitir a la gente», añade.