Un futuro en las peores colonias de Tegucigalpa - Alfa y Omega

Un futuro en las peores colonias de Tegucigalpa

María Martínez López
Jóvenes de ACOES. Foto: Patricio Larrosa

Marlon Ponce tenía 11 años y era monaguillo en la parroquia de Santa Teresa de Calcuta de Tegucigalpa (Honduras) cuando le confesó al misionero español Patricio Larrosa que no podía seguir estudiando. «Mi padre era alcohólico y mi madre y mis tres hermanos vivíamos en una habitación», recuerda. La alternativa al colegio era trabajar de cuatro de la madrugada a ocho de la noche en el servicio de minibuses de su barrio. El sacerdote empezó a ayudarle a él y a otros niños en la misma situación. «Y me enseñó a ayudar yo a otros, por ejemplo buscando en las colonias cercanas a más chicos que necesitaran ayuda». Ahora, con 37 años, es psicólogo y colabora en ACOES, la ONG fundada por Larrosa que ayuda cada año a unos 11.000 estudiantes, incluso de doctorado.

Historias como la de Marlon son frecuentes en Honduras, donde solo estudia el 46,7 % de adolescentes de 12 a 14 años y el 28,1 % de 15 a 17. O donde el Instituto Nacional de Estadística recoge datos de trabajadores desde los 12 años. Estrechamente ligada a la pobreza está –explica el misionero– la fragilidad de las relaciones personales y familiares, con muchos niños que no viven con sus padres y muchachas que se quedan embarazadas para sentirse mujeres: 100 nacimientos anuales por cada 1.000 chicas hasta 19 años. Su apuesta por ACOES parte de la convicción de que para salir de esta espiral es clave una buena educación académica –que las escuelas públicas no ofrecen– y humana.

En lo pastoral, por el contrario, pinta un cuadro casi envidiable: «En mi parroquia, los jóvenes están deseosos de oportunidades y son quienes organizan y se hacen cargo de todo», desde formación hasta grupos de lectio divina para sus compañeros de las zonas más conflictivas. «Son luces en medio de sus comunidades». A Marlon, ya le parece casi un milagro «que un chico salga de su casa y llegue a nuestros centros, cuando desde que pisa la calle se le abren caminos mucho más fáciles: la droga, las pandillas, la delincuencia…». Pero precisamente por eso reclama que la Iglesia se esfuerce más por llegar a ellos. «Los protestantes salen a la calle, casa por casa, ponen buses. También nosotros tenemos que ir a buscarlos».