Una JMJ con indígenas y presos - Alfa y Omega

Una JMJ con indígenas y presos

Las migraciones, la violencia y la defensa de los pueblos originarios marcarán los mensajes del Papa, que este jueves se encuentra con un cuarto de millón de jóvenes reunidos en Panamá

Redacción
Ulloa Mendieta con un chico, durante la Eucaristía de bienvenida a los voluntarios de la JMJ, el pasado 15 de enero. Foto: Panamá 2019

Basta con poner pie en tierra panameña para notar el ambiente que caracteriza a cualquier Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). La gente se saluda y se sonríe sin conocerse, y peregrinos procedentes de diferentes naciones se hacen selfis sabiendo que quizá sea única vez que se verán en sus vidas. Muchas casas bajas y grandes rascacielos lucen la bandera del Vaticano o el logo de la JMJ.

Los peregrinos comenzaron a llegar el domingo, procedentes de las diócesis del país y de la vecina Costa Rica donde vivieron los Días en las Diócesis. Se sienten acogidos y felices a pesar del calor, la humedad y el intenso tráfico. La JMJ, que en esta ocasión tiene como lema He aquí la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra, comenzó oficialmente el martes con la Misa presidida por monseñor José Domingo Ulloa, arzobispo de Panamá y presidente de la Conferencia Episcopal del país, y tanto las catequesis como el Festival de la Juventud están ya en marcha.

Pero todos esperan el segundo arranque de la JMJ, cuando este jueves por la tarde (a partir de las 23:30 hora española) tenga lugar en el Campo Santa María la Antigua, en la cinta costera de la ciudad, el primer gran encuentro de los jóvenes con el Papa Francisco, que llegó el miércoles. Antes, el Santo Padre se reunirá con los obispos de toda Centroamérica. En declaraciones a Alfa y Omega, monseñor Ulloa recuerda que la propuesta de esta JMJ la presentaron juntos los episcopados de la región, muy acostumbrados a colaborar. El Secretariado Episcopal de América Central y Panamá, con 77 años, es el organismo regional más antiguo de la Iglesia.

«Sabemos que el Papa va a enfocar la realidad de esta zona», confirma. Un panorama en el que ocupará un lugar destacado la migración de tantos jóvenes, que mientras un cuarto de millón de sus congéneres invaden Panamá, «se ven expulsados de sus países y se aventuran a intentar encontrar una vida mejor fuera. Esto supone un llamado a todos los gobiernos: ¿Qué proyectos se están poniendo en marcha para que la falta de oportunidades no nos aboque a esto?».

Un preso panameño con el confesionario que ha construido para la JMJ. Foto: Panamá 2019

Más allá de las balas

El narcotráfico, la delincuencia y la violencia son otras preocupaciones de la Iglesia en Centroamérica, una región que a pesar de albergar solo al 0,6 % de la población mundial tiene tres entre los diez países y cuatro entre las 50 ciudades con mayor criminalidad del mundo. De hecho, muchos símbolos de esta JMJ quieren ofrecer el mensaje de que hay vida más allá de las balas. Cuando el sábado los jóvenes se arrodillen ante el Santísimo en el Campo Juan Pablo II de Metro Park, este estará expuesto en una custodia fabricada con cartuchos de balas retiradas de la circulación. La custodia, que representa a la Virgen, es obra del colombiano Armando Granja, que llegó hace 40 años a Panamá precisamente huyendo de la violencia.

Pero, además de detener las armas, hace falta una salida para quienes han caído en la espiral de la violencia. Y, en esta jornada, los presos tienen un protagonismo especial. El báculo del Papa, los confesionarios y los rosarios de los peregrinos los han elaborados reclusos de cuatro centros. Entre ellos, el de menores Las Garzas, a donde Francisco irá el viernes. «La visita del Papa nos ha dado la oportunidad de trabajar durante un año para despertar lo bueno que hay en ellos» de cara a su reinserción, explica el obispo.

No se trata solo de la celebración penitencial que presidirá el Pontífice en Las Garzas. En cinco prisiones, los reclusos están viviendo tres días completos de Festival de la Juventud. Igual que los peregrinos, escuchan catequesis de obispos y conciertos de grupos como Gen Verde, participan en la Misa y adoran al Santísimo. «La clave es creer en ellos y darles oportunidades para que puedan descubrir su dignidad y la misión que tienen en el mundo», concluye el obispo.

Una aldea en la ciudad

A mediodía, entre las catequesis de la mañana y los actos centrales de la tarde, uno de los puntos más transitados por los peregrinos es el parque Omar Torrijos. Allí, los confesionarios, la ya tradicional feria vocacional y las actividades con nuevas tecnologías de la iniciativa Cristonautas comparten espacio con una de las apuestas de esta jornada: la Aldea Indígena donde comparten su cultura y su fe los jóvenes que, hasta el lunes, participaron en el I Encuentro Mundial de la Juventud Indígena (EMJI), en Soloy.

«En cuanto se anunció que la JMJ sería en Panamá, nos preguntamos qué significaba eso para nuestros jóvenes, que son el 13 % de la población —explica el padre José Fitzgerald, responsable de Pastoral Indígena del país—. Ellos viven en lugares apartados, y muchas veces están excluidos del caminar social y de la Iglesia. Vimos que teníamos que hacer un esfuerzo de inclusión, y la idea del encuentro se fue extendiendo». En esta cita, junto a unos 1.700 indígenas locales, han participado 300 peregrinos de 40 pueblos de 12 países latinoamericanos.

Con el lema Asumimos la memoria de nuestro pasado para construir el futuro con valentía, los jóvenes peregrinos, representantes de sus comunidades, expusieron los retos a los que se enfrentan para vivir su identidad y proteger sus derechos y su entorno natural. Han rezado, cantado y bailado, y visitado un cementerio tradicional y una cueva ritual del pueblo ngäbe. Han reído juntos, y han llorado por la dureza de algunos testimonios. «Algunos nos contaron cómo su pueblo fue exterminado hace 30 o 40 años, y ahora apenas quedan 50 miembros y no pueden hacer frente a las amenazas exteriores —narra Wilfredo Mitre, joven ngäbe de Soloy y uno de los anfitriones—. Nosotros somos un pueblo grande y nos movilizamos cuando quieren venir de fuera a explotar los recursos minerales de nuestro territorio. Pero a otras comunidades no se las escucha ni respeta».

Un momento del Encuentro Mundial de la Juventud Indígena en Soloy (Panamá). Foto: Kevin Hernández

Acento Laudato si

Esta preocupación por la casa común ha marcado el EMJI. Los peregrinos han preparado 5.000 esquejes que se plantarán cuando empiecen las lluvias. También se ha puesto en marcha un proyecto comunitario de gestión de residuos. Este acento al más puro estilo Laudato si «ha sido también –explica monseñor Ulloa– un eje transversal en toda la preparación y organización de la misma JMJ».

Para el padre Fitzgerald y Wilfredo, otro logro del EMJI ha sido quitar a los jóvenes indígenas la vergüenza de mostrarse como tales. «Muchos salen de sus pueblos y van a la ciudad a estudiar, y no se sienten capaces de salir a la calle con las cosas que los identifican», explica el segundo. A este mimetismo externo se suma «el olvido de los valores que nos enseñaron nuestros padres y abuelos. Muchos se van con la idea de no regresar, buscando el modelo capitalista de vivir bien. No está mal aspirar a mejorar» —matiza—, y se pueden integrar ambas culturas, la indígena y la contemporánea. «Pero para no olvidar quién eres conviene buscar a tus pares, hacer actividades comunes». La Aldea Indígena y algún otro momento durante la JMJ —el padre Fitzgerald no puede desvelar aún cuál— serán un buen paso para, como les dijo el Papa en un videomensaje el día 18, «celebrar su fe en Jesucristo desde la riqueza milenaria de sus propias culturas originarias» y «mostrar la cara indígena de nuestra Iglesia».

Pablo H. Breijo (Ciudad de Panamá) / María Martínez López