El encuentro definitivo - Alfa y Omega

Desde que el pasado sábado 19 supe que don Fernando Sebastián había sufrido un ictus, hasta el día de su muerte no pude dejar de pensar en qué palabras tan bellas se estarían diciendo el buen Dios y don Fernando es esos días de espera. Nunca lo sabré. Lo que sí sé es que en esa espera, que fue la antesala de su muerte, don Fernando habló con Quien le esperaba, que eso era para él la oración, para de este modo revivir su vida ante el Dios Padre. Don Fernando esperaba ese encuentro. Llevaba tiempo hablando de esto. Y no porque hubiera perdido su pasión por la vida, sino porque desde esa vejez que vivía con esperanza sabía que poco a poco iba acercándose la hora del encuentro definitivo. Su última tanda de ejercicios espirituales, celebrados hace tan solo dos meses, fue la confesión del momento espiritual por el que estaba atravesando. Sus reflexiones sobre lo que él denominaba El sermón de la fe (Jn 6) rebosaron ansias profundas de eternidad.

Don Fernando sellaba con su vida la fe de la que tanto le gustaba hablar. Era transparente, claro, diáfano. Hablaba de Dios con la pasión de quien se ha fiado plenamente, con la naturalidad de quien sabe que un día se encontrará con Él, con la humildad de quien está abierto a coincidir con el Padre, con la libertad de quien se desentiende de las glorias mundanas para centrarse en Jesús, con la generosidad de quien quiere colaborar activamente con el Creador. Tantas veces, le oí decir: «Rezamos para convencer a Dios… ¡Dios ya está convencido! ¿Por qué no rezaremos para dejarnos convencer nosotros?».

Don Fernando vivió su vida entera preparando el corazón para conocer a Dios. Jesús fue el centro de su vida, la razón de ser de su profunda y desbordante humanidad. Porque se fio de Jesús y aceptó su vida y su muerte consiguió vencer las horas y el año más duro de su vida. «En el dolor y en el sufrimiento –me dijo no hace demasiado–, sobreabunda el amor de Dios. No me creías cuando te lo decía, pero ¿ves? Él te ha hecho suya y ya no te va a soltar. Así es como lo hace con todos y cada uno de nosotros. No debemos sentir miedo porque en lo más humano, allí está Jesús. ¿Dónde y cómo seremos más humanos si no es con Él?».