El héroe africano, azote del presidente-exfutbolista Weah, que hizo caer a un dictador y desenmascaró a una Nobel de la Paz - Alfa y Omega

El héroe africano, azote del presidente-exfutbolista Weah, que hizo caer a un dictador y desenmascaró a una Nobel de la Paz

El ecologista Silas Kpanan’Ayoung Siakor (Liberia, 1970) fue una pieza clave en la caída del dictador Charles Taylor, desenmascaró la corrupción de la Nobel de la Paz Ellen Johnson-Sirleaf y se ha convertido en el mayor azote del nuevo presidente, el exfutbolista George Weah. Su revolución sigue el camino inverso al de otras revoluciones africanas: de abajo arriba, defendiendo a las comunidades locales del saqueo de burócratas y multinacionales. La revista Mundo Negro le entrega este fin de semana su Premio a la Fraternidad 2018

Ricardo Benjumea
Silas Kpanan’Ayoung Siakor, en un fotograma de Silas the movie. Foto: Silas the movie

La conversación empieza mal. Primero es la deficiente señal de internet en Duarzon Village (cerca de Monrovia) lo que pone fin a la conexión a través de Skype. Retomada la comunicación por vía telefónica, a los pocos minutos se producen nuevas interrupciones, esta vez por los problemas en el smartphone del periodista, un modelo de hace 3 años que ha empezado a sufrir los efectos de la obsolescencia programada y súbitamente se colapsa sin motivo que lo justifique. El asunto guarda relación, y mucha, con la entrevista. Silas Siakor hace notar que África occidental es el principal destino para los alrededor de 50 millones de toneladas de basura electrónica que, según la ONU, genera cada año la Unión Europea. Los desechos se envían supuestamente para ser vendidos como artículos de segunda mano. La realidad, sin embargo, es que gran parte del material termina directamente en vertederos que no están preparados para este tipo de residuos. «El exceso de consumo en el norte está devastando el sur», sentencia Siakor.

«Las agresiones al medioambiente en África son un problema muy poco conocido pero que nos toca a todos muy de cerca», afirma el director de Mundo Negro, Jaume Calavera. De ahí el interés de la publicación de los misioneros combonianos por dedicar su próximo Encuentro África, que se celebra en Madrid del 1 al 3 de febrero, al tema Somos la tierra. Ecología en África y en el mundo.

«Hace poco me llegaban noticas de buques viejos llenos de material altamente contaminante que, al llegar a las costas de Madagascar, son hundidos», prosigue Calavera. «Esto va a provocar mucha muerte alrededor».

Se cierra en el continente africano un trágico círculo que probablemente comenzó en la República Democrática del Congo, el país con las mayores reservas de coltán del mundo, mineral necesario para la fabricación de teléfonos móviles. Los miles de muertos provocados por la guerra y por los pillajes de las últimas décadas en el Congo –apunta el director de Mundo Negro– no se explican sin la fuerte demanda internacional de materias primas como el oro o el propio coltán. Una industria minera que, a su vez, contamina acuíferos, destruye ecosistemas y obliga a las comunidades a abandonar sus tierras. La complicidad de estados, bancos y multinaciones ha quedado acreditada por Naciones Unidas.

La guerra como cortina de humo

Tal vez los casos no son tan conocidos como en América Latina, pero también en África los defensores del medioambiente se juegan la vida. Silas Siakor ha dejado a muchos compañeros por el camino. Él mismo tuvo que huir de su país en 2003, después de desplegar a observadores por todo el país que aportaron pruebas de cómo el entonces presidente, Charles Taylor estaba financiando con la tala indiscriminada de bosques las dos guerras que, entre 1989 y 2003, provocaron unos 160.000 muertos en Liberia. Claro que, visto en perspectiva, el conflicto bélico hoy parece haber sido más bien una cortina de humo provocada por Taylor para ocultar su latrocinio. Tan buenos resultados le dio que repitió la misma operación en la vecina Sierra Leona (rica en diamantes), donde apoyó a los rebeldes que se alzaron en armas contra el Gobierno entre 1991 y 2002.

La documentación que aportó Siakor sirvió para que la ONU extendiera a la madera su embargo a Liberia, precipitando unos meses más tarde la caída del dictador, finalmente condenado en 2012 a 50 años de cárcel por el Tribunal Especial para Sierra Leona de la ONU, que le halló culpable de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.

Un símbolo para la emancipación

Fue otra entrevista telefónica a trompicones en 2009 lo que terminaría por catapultar a la fama mundial a Silas Siakor, que tres años antes había recibido el premio Goldman, el Nobel de la ecología. Unos precarios minutos de conversación le bastaron a la cineasta canadiense Anjali Nayar para decidirse a dejarlo todo y volar a Liberia, donde acabó pasando cinco años junto al activista. Su trabajo, en colaboración con la directora ghaniana Hawa Essunan, ha quedado plasmado en el documental Silas, que narra cómo el Sustainable Development Institute (SDI), fundado en 2002 por Siakor, organiza a pequeñas comunidades locales contra el expolio de sus recursos naturales, todo un símbolo inspirador para el sueño de la emancipación de África (la película se proyectará este viernes en Madrid en el primer día del Encuentro África).

Añade dramatismo a la historia el propio pasado reciente de Liberia, un país creado en el siglo XIX por antiguos esclavos norteamericanos, pero que de facto ha sido hasta fechas muy recientes una colonia norteamericana, sometida al dictado de multinacionales como Firestone. Con todos estos ingredientes, el filme consiguió tres productores ejecutivos de lujo: Edward Zwick (Tiempos de gloria, Diamante de sangre…), Jonathan Stack (Liberia: an uncivil war) y el celebérrimo Leonardo DiCaprio.

No falta siquiera un final feliz en el horizonte. Liberia tenía nuevo Gobierno. La elección de Ellen Johnson-Sirleaf en 2006 fue un soplo de esperanza y aire fresco. La presidenta, premio Nobel de la Paz en 2011, revocó todos los contratos con multinacionales en la industria maderera. Y siguiendo las recomendaciones del SDI, estableció mecanismos legales para que los beneficios de la explotación rural y forestal revirtieran en las comunidades locales.

El expolio en cifras

Las cosas, sin embargo, no tardaron en torcerse. Tras la reelección de Johnson-Sirleaf en 2012, Silas Siakor desenterró el hacha de guerra con un artículo en el New York Times: «Entre 2006 y 2011 la señora Johnson-Sirleaf ha concedido más de un tercio de la tierra de Libera a inversores privados para su uso en empresas madereras, mineras y agroinstrustriales. Más de siete millones de acres se han convertido en concesiones forestales y agrícolas. En 2009 y 2010, el Gobierno de la señora Johnson-Sirleaf ha otorgado más de 1,6 millones de acres para la producción de aceite de palma».

Preguntado por aquel desencuentro, Silas Siakor deja claro que la violencia no ha vuelto a ser nunca la misma que en tiempos de Taylor, cuando milicias a sueldo de las empresas irrumpían en las poblaciones, asesinando, saqueando y violando a mujeres con toda impunidad. Pero la realidad es que las comunidades siguen siendo expulsadas de sus tierras, aunque sea de forma más civilizada. La complejidad técnica de la legislación aprobada por Sirleaf, que obliga a una difícil y costosa demarcación de las tierras comunales, debilita la posición de las comunidades locales frente a las empresas o la propia Administración, que «sistemáticamente actúa de cómplice» del capital.

La respuesta del SDI es «promover el empoderamiento económico y político». Para el primer objetivo se llevan a cabo miles de proyectos a pequeña escala de «agroecología» que buscan «la autosuficiencia de las comunidades». Se trata de un proyecto revolucionario que pretende dar la vuelta a la situación de postración de Liberia, una nación de tierras muy fértiles que, a día de hoy, importa el 80 % de los alimentos que consume (de ahí su vulnerabilidad al clientelismo político) y ocupa el puesto 181 (sobre 189) en el Índice de Desarrollo Humano.

Es la paradoja –subraya el activista– de un Estado que surte al resto del mundo de codiciadas materias primas (es uno de los mayores exportadores de oro, caucho, látex, cacao o madera), pero que a la vez no es capaz de producir en su territorio bienes manufacturados tan simples como un cubo de plástico e incluso debe comprarle a China mesas hechas de madera liberiana. En 2016, Liberia exportó al resto del mundo bienes por valor de 965 millones de dólares, e importó productos por valor casi ocho veces superior, unos 7.700 millones de dólares, lo que a su vez se tradujo en un fuerte aumento de la deuda externa. En román paladino, el país está siendo saqueado, pero no solo no recibe una compensación a cambio, sino que paga dinero por ello, y su creciente desequilibrio comercial refuerza aún más su sumisión a los acreedores internacionales.

Silas Siako documenta la tala ilegal de árboles. Foto: Golden Man Prince/Cortesía de Silas Siako

Combatir la corrupción

Este saqueo tiene una explicación muy simple: «la corrupción». El país se empobrece, pero una pequeña minoría gana mucho dinero gracias a ello. Siakor le deja a Ellen Johnson-Sirleaf cierto beneficio de la duda. Sus intenciones iniciales eran «correctas», asegura, pero «metió a muchos familiares y amigos en el Gobierno y no hizo nada por detener sus malas prácticas». A lo que se añade la presencia de «muchos funcionarios corruptos muy bien posicionados que trabajan de forma muy coordinada». Han sido dos flancos «totalmente fuera de control. Eso es lo que le pasó a la presidenta Sirleaf», sentencia.

Opinión menos benigna muestra el fundador del SDI hacia el nuevo mandatario, el exfutbolista George Weah, antigua estrella del AC Milan y del Paris St. Germain. «Es un corrupto», dice. «Lo extraño es que ni siquiera trata de ocultarlo, no roba a escondidas. No se molesta siquiera en justificar el repentino aumento de su riqueza. La presidenta Sirleaf trajo a amigos corruptos pero ahora el primero que roba es el presidente. Es muy triste».

Han vuelto a la política de «los peores modos populistas». «Llega a una comunidad un político, reparte unas pocas prebendas, hace algunas donaciones a las iglesias o a los colegios, y se garantiza que va a ganar».

¿Cómo se desmonta esta red clientelar? «Nosotros tratamos de posicionarnos para aportar información veraz y rigurosa a las comunidades locales, de modo que puedan comprender las dinámicas de la política a nivel nacional y cómo las decisiones les afectan», responde Siakor.

En paralelo, la organización ha desarrollado una red nacional de alertas por medio de los teléfonos móviles que sirve para denunciar vulneración de derechos y para evitar que empresas y funcionarios engañen a la población de las aldeas con triquiñuelas legales. «Por medio de los smartphones, grabamos las reuniones. Así podemos saber exactamente lo que se dijo y lo que se acordó, sin el peligro de que después existan diferentes versiones».

Un nuevo paso en esta estrategia ha llegado de la mano de una aplicación de móvil llamada TIMBY (This Is My Backyard –este es mi patio trasero–), que «permite seguir compartiendo audios y vídeos como hasta ahora, pero de forma segura, porque antes, si el teléfono caía en malas manos, la información era utilizada en contra de las personas».

Se trata de una respuesta concreta y particular a una situación local, pero el modelo es válido para muchos otros países del continente, cree Jaume Calavera. Con acciones como esta desde la base, «África va tomando poco a poco conciencia democrática», asegura el director de Mundo Negro. Ahora «falta que el resto del mundo les deje decidir a los africanos, ser ellos mismos», y se ponga fin a «estas políticas de opresión tan brutales» que siembran «guerras y destrucción del medioambiente».

«Populismo del bueno»

Silas Siakor tiene puertas abiertas en todo el mundo, las organizaciones internaciones y gobiernos se fían de él mucho antes que de la Administración liberiana; es toda una celebridad mundial, pero en el apogeo de la popularidad ha optado por dar un paso atrás y centrarse en «la lucha a nivel local». «Sé que las causas de lo que ocurre en mi país son globales y aprecio el trabajo que otras personas están haciendo a ese nivel; está claro que tenemos que trabajar de forma coordinada a nivel internacional, pero para la próxima década yo quiero poner mis energías en el empoderamiento de las comunidades», asegura. «Esto es populismo, pero del bueno. Los cambios que necesitamos deben llegar desde abajo, posibilitando que la gente se una. Y tal vez el ejemplo se propague a otras comunidades, que vean que es posible el cambio. Solo así, poco a poco, podremos cambiar nuestro comportamiento nacional y nuestro modelo de desarrollo. Y entonces, la corrupción ya no será tolerada, porque cuando la gente tiene lo suficiente para alimentar a sus familias y llevar a sus hijos a la escuela, es menos vulnerable a la manipulación de los políticos».