El Papa hace historia en Abu Dabi - Alfa y Omega

El Papa hace historia en Abu Dabi

Reconocer en el otro a alguien que busca sinceramente a Dios marca un giro trascendental con hondas implicaciones

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Foto: AFP/Vincenzo Pinto

El diálogo con el islam protagoniza la agenda del Papa al inicio del año en el que se conmemora el VIII centenario del encuentro de san Francisco de Asís con el sultán. Tras su viaje a Emiratos Árabes, la primera visita de un Pontífice a la península arábiga, le espera al Obispo de Roma en marzo Marruecos, una sucesión de viajes de alto significado que nada tienen de azaroso o improvisado, sino que ponen sobre la mesa la imperiosa necesidad de que los creyentes de las dos principales religiones del mundo reconozcan en el otro no a un enemigo, sino «a un hermano», como afirma en sus primeras líneas el documento interreligioso suscrito en Abu Dabi.

Ese diálogo –añade el texto– debe ser «sincero». Francisco no ha dejado de pedir en su viaje respeto a la libertad religiosa, una asignatura pendiente en el mundo islámico y, en particular, en Oriente Medio. Comienzan, sin embargo, a producirse algunos gestos entre los líderes musulmanes en defensa de una ciudadanía común que no discrimine a las minorías, esfuerzos que la Santa Sede valora y apoya a pesar de que los avances se produzcan a un ritmo mucho más lento del que sería deseable. En ese sentido, la multitudinaria Misa celebrada el martes al aire libre por el Papa es mucho más que un gesto para la galería, y supone todo un desafío a los extremistas que conciben la religión en términos estrictos de ocupación de espacios de poder, desde cuya perspectiva la ceremonia presidida por Francisco supone una verdadera afrenta. Reconocer en el otro a alguien que busca sinceramente a Dios marca un giro trascendental con hondas implicaciones. «No se puede honrar al Creador sin preservar el carácter sagrado de toda persona y de cada vida humana», decía el Papa ante varias de las principales autoridades islámicas del planeta. La defensa de la dignidad de la persona y sus derechos inherentes nada tiene que ver con un supuesto colonialismo ideológico occidental, sino que su reconocimiento constituye una exigencia básica para el creyente. «Una convivencia fraterna basada en la educación y la justicia; un desarrollo humano, constituido sobre la inclusión acogedora y sobre los derechos de todos: estas son semillas de paz que las religiones están llamadas a hacer brotar», remataba Francisco.