Construye inclusión y elimina el descarte - Alfa y Omega

¡Qué fuerza transformadora de la persona tiene la tarea educativa! ¡Qué hondura alcanza para ella y la sociedad el promover una educación integral! Sí, una educación que armoniza fe, cultura y vida! Educar supone atender y promover el desarrollo de la persona en todas sus dimensiones, sin escamotear ninguna, entendiendo que además esto repercute en la transformación de la sociedad, fomentando el desarrollo crítico, la responsabilidad, el respeto, la libertad, la participación y la implicación en la consecución de una sociedad más justa y solidaria.

La Iglesia ha creído siempre en la educación: en su seno nacieron sistemas educativos que fueron aceptados en todas las culturas. Porque el Evangelio es manantial inspirador de crecimiento, desarrollo y humanización; en la persona de Jesucristo, al encontrarse con Él, se suscitan ganas de ser para los demás y con los demás y, en los caminos que recorren los hombres y mujeres, generar crecimiento, responsabilidad, entrega y compromiso, que dinamizan a la persona a vivir siempre pensando en los demás y multiplicando el bien.

El encuentro con Jesucristo formula una visión del hombre, que suscita pasión, compromiso y misión:

1-. Pasión: escogido, consagrado y nombrado. No es que seas mejor que otros o que tengas más derechos. Eres igual que los demás hombres: necesitas a Dios como todos, tienes necesidad de su misericordia, de su perdón y de su amor; sabes muy bien que la plenitud humana no la puedes alcanzar por ti mismo y que Jesucristo te ofrece alcanzarla en la apertura total a Dios. Fíjate en cómo esa plenitud nos la muestra la Santísima Virgen María, precisamente cuando abre su vida a Dios y le dice: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Acoge al Señor y vive de esa pasión que suscita saberse escogido, consagrado y nombrado: nos ha mirado. Sí, te escogió para que entrases a formar parte de su Pueblo y salieras a anunciar a los hombres que hay un Dios vivo, que nos invita a no vivir más de ti mismo ni por ti mismo, sino que vivas de Él y por Él. Te ha nombrado, tienes nombre y tu realidad es bella: hijo de Dios y hermano de todos los hombres. Has de decir a los hombres quién es Dios, has de salir al mundo sin miedo. Tu fortaleza es su vida y su gracia, su amor y su entrega, que te invita a salir de ti mismo. Tendrás dificultades, pero saldrás siempre sabiendo que su fuerza y su poder te los ha regalado Él. Vive con este convencimiento: la verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana. Por ello, anuncia de manera convincente que Cristo es el único salvador de todo hombre y de todos los hombres. Este anuncio sigue siendo válido hoy, como lo fue en los comienzos del cristianismo.

2-. Compromiso: muestra la fuerza de mi amor. Abre el corazón, abramos el corazón y llenémoslo del amor de Dios. Ese amor que tan bellamente canta el apóstol san Pablo cuando invita a ambicionar los carismas mejores, centrándose en el destacado que es el amor. ¿Te has dado cuenta de lo que dice? «Si no tengo amor, no soy nada», ni sirvo para nada. Se refiere al amor de Cristo, un amor que define con estas características: paciente, afable, no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es maleducado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa, cree, espera, aguanta sin límites. Sería muy bueno recorrer cada una de las características, pero deseo fijarme en estas: un amor paciente que nos lleve a tener actitudes pacientes como es reconocer que el otro también tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí, aunque altere mis planes o me moleste por su modo de ser o sus ideas; un amor que asume la felicidad de dar sin medida, de no tener lugar en nuestra vida tristeza por el bien ajeno; que nunca nos centra en el yo; que valora los logros ajenos; donde no cabe la lógica del dominio sobre los otros; donde se da un respeto de la libertad y la capacidad de esperar a que el otro abra la puerta de su corazón; un amor que no busca lo suyo ni su propio interés; que quiere vivir lo que decía santo Tomás de que es más propio del amor querer amar que querer ser amado; un amor que llega a ver que, para poder perdonar, necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos.

3-. Misión: sigue mi camino. Qué fuerza tienen las palabras del profeta Isaías, acogidas por Cristo y diciendo que es en Él donde se cumplen: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (cfr. Lc 4, 18-19). Jesús se nos presenta haciendo un camino de manos abiertas y extendidas, un camino de encuentro con todos, un camino para crear puentes, para unir a los hombres, para luchar por quienes más lo necesitan, para incorporar a quienes están descartados. Porque Jesús aporta una novedad absoluta, que le separa de quienes desean la gracia de Dios para ellos y la venganza para los de fuera. Jesús tiene un amor incondicional para todos los hombres, sin privilegios de casta; ama a todos los hombres y desea llegar a los que están más lejos. Necesitamos incorporar y ofrecer a la vida de los hombres este camino de Jesús que lo es de inclusión a todos y nunca de descarte. Todos tienen un lugar en nuestra vida.