Saint Anthony, Nuevo México - Alfa y Omega

Hace tiempo que quería ver con mis propios ojos el gran trabajo que mis compañeros agustinos recoletos José Félix, Ricardo, Juan y Jesús hacen con los migrantes en la parroquia de Saint Anthony, en Nuevo México.

Puntual, como cada lunes, llegó el autobús con 50 migrantes, de Guatemala en su mayoría. Ilusiona el ver con qué cariño se los acoge y se los atiende. Vienen un poquito asustados por lo desconocido, pero enseguida responden a la sonrisa con confianza. Y los niños ponen ese grado de ternura que hace que te sientas bien ayudándolos.

Un plato de comida caliente, servido por voluntarios, termina por hacerles sentir que los quieren. Luego, la ropa, el champú y todo lo necesario para su aseo personal. Y un techo para dormir seguros y protegidos de las inclemencias del tiempo.

Me dice Kimberly, de 24 años, que llegó en bus a Ciudad Juárez desde el departamento de San Marcos, Guatemala. Allí pagó para que la cruzasen por un río. Pero la Border Patrol la detuvo y la llevó al Processing Center. La separaron de sus dos niños, pero gracias a Diosito están juntos de nuevo. Le han permitido reunirse con su esposo, que vive con su otro hijo en Misuri, con la condición de que se presente a Corte el 6 de febrero. Me dice que tiene esperanza de que le permitan quedarse. Me enseña el tobillo para que vea cómo la controlan con «un reloj» (grillete electrónico de seguridad). No sé por qué me viene a la cabeza el tiempo de la esclavitud. Mientras me cuenta su triste historia, los niños colorean. Como a todos los niños del mundo, a los niños de Guatemala también les encanta colorear.

Marta, una voluntaria de la parroquia, me comenta que Juan, uno de los niños que llegó este lunes, la oyó hablando con su marido.

«Mi papá nunca le hablaba tan lindo a mi mamá. Te quiere, ¿verdad? A mí, mi papá me llevaba todo el día al monte a cortar leña para vender. Si me quejaba de cansancio, me pegaba con un palo».

En la oficina, el encargado de la diócesis de Las Cruces, Leonel Briseño, compra los boletos para los que viajarán al día siguiente, y busca voluntarios para que los transporten a la estación.

Mientras, el Papa Francisco, les pide a los jóvenes en Panamá, que no imiten a «esos constructores de muros que sembrando miedos buscan dividir a la gente». «Ustedes quieren ser constructores de puentes». Enseguida preguntó: «¿Qué quieren ser?», a lo que los jóvenes respondieron al unísono: «¡Constructores de puentes!». «Se la aprendieron bien, me gusta», afirmó el Papa.

Dios, te oiga, Papa Francisco, y que con nuestro esfuerzo logremos que nada ni nadie nos impida vivir unidos, como hermanos, con un solo corazón y una sola alma dirigidos hacia Dios.