Una misión en el Líbano, el mejor entrenamiento para un diácono - Alfa y Omega

Una misión en el Líbano, el mejor entrenamiento para un diácono

«Cuando acompañas el sufrimiento es imposible que no te toque, especialmente cuando tienes una vocación religiosa». Son palabras de Ángel Benítez-Donoso, SJ, que, antes de ser ordenado diácono el pasado sábado por el arzobispo de Madrid, dirigió un colegio dos años en Beirut

Rodrigo Moreno Quicios
Ángel Benítez-Donoso fue ordenado diácono el sábado 9 junto a otros jesuitas. Foto: Pablo Martín Ibáñez

Cuando volvió a España, el corazón de Ángel Benítez-Donoso «tardó seis meses más en llegar porque aún estaba sobrevolando el Mediterráneo». El retorno fue duro, pues había pasado dos años trabajando para los niños sirios que llegaban al Líbano, pero le sirvió como entrenamiento perfecto para su vocación de servicio. Así, tres años después, el sábado 9 de febrero, fue ordenado diácono junto a otros nueve jesuitas como él. Un paso que ve como un capítulo más «en la historia de salvación de Dios en mi vida».

Benítez-Donoso tiene muy presente en su memoria el trabajo de campo que realizó en Beirut como subdirector de un colegio coordinado por Entreculturas y el Servicio Jesuita al Refugiado. Una experiencia de servicio, el cometido propio de los diáconos, que contó en las páginas de Alfa y Omega durante un curso. Y que le ha ayudado a consolidar su llamada al sacerdocio porque, como confiesa, «cuando acompañas el sufrimiento es imposible que no te toque, especialmente cuando tienes una vocación religiosa».

Pero este servicio no solo le ha reafirmado como diácono. También como jesuita. «Una parte de nuestro carisma tiene ese componente de universalidad y entramos en la Iglesia para servir donde haga falta», opina. Así, durante su estancia en Líbano reconstruyendo a los niños que habían perdido la inocencia al contemplar los horrores de la guerra, Benítez-Donoso «hacía de enfermera, padre, fontanero, profesor y de todo», reconoce con sencillez. Sin embargo, cumpliera con sus obligaciones mejor o peor, se guardaba mucho de atribuirse méritos y siempre tenía presente una máxima: «Los médicos curan a veces y yo, como director, ayudaba a veces. Pero el que salva es Cristo». Por eso, aunque echa de menos a sus alumnos, no se siente culpable por terminar su misión porque, como dice, «yo me voy pero la Iglesia sigue allí. Lo que quiero es seguir al Señor y lo que me toca ahora es servir diaconalmente».

Junto a Benítez-Donoso, el cardenal Osoro ordenó a otros nueve jesuitas de seis países diferentes que estudian Teología en Madrid: Giuseppe Amalfa, James Peter Balmuchu, Michael Debono, Nelson Faria, Anunj Minj, Benjamin Nsengiyumva, Pedro Rodríguez-Ponga, Lluís S. Salinas Roca y João Sarmento.

El arzobispo de Madrid los animó a «poner la vida al servicio del que hoy os configura: Jesús […] Decidle al Señor: “¡Aquí estoy!”, conscientes de que es por su gracia y de que Él llama a servir el Evangelio en su originalidad».