Familia y vida - Alfa y Omega

Familia y vida

Alfa y Omega

«Jesús se identifica especialmente con los más pequeños. Esto nos recuerda –afirma el Papa Francisco en Evangelii gaudium– que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra», y entre ellos «están los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo». Y en su discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 13 de enero pasado, no dudó Francisco en manifestar su horror ante el aborto, al referirse a la sociedad actual, dominada por la definida tan gráficamente por él cultura del descarte: «Por desgracia –les dijo a los embajadores de los Gobiernos, prácticamente, de todo el mundo–, objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos, que vienen descartados como si fueran cosas no necesarias. Por ejemplo, suscita horror sólo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto».

Este horror puede sentirlo todo hombre y mujer cuya razón no está contaminada por la ideología, pero en definitiva el abismo sin fondo del horror sólo se experimenta desde la fe, al descubrir el valor infinito de toda vida humana: su dignidad –dice Juan Pablo II, en su Exhortación apostólica Christifideles laici, de 1988– «manifiesta todo su fulgor cuando se consideran su origen y su destino. Creado por Dios a su imagen, y redimido por la preciosísima sangre de Cristo, el hombre está llamado a ser hijo en el Hijo y templo vivo del Espíritu; y está destinado a esa eterna vida de comunión con Dios, que le llena de gozo. Por eso –concluye el Papa santo, y su sucesor Francisco lo recoge en Evangelii gaudium–, toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios, y se configura como ofensa al Creador del hombre».

El mundo, ofuscada la razón sin la luz de la fe y corrompido el corazón por el pecado, no sólo no siente horror ante el aborto, sino que lo apoya y, «para ridiculizar la defensa que la Iglesia hace de la vida del no nacido, procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador». Así dice el Papa Francisco en Evangelii gaudium, mostrando con toda razón que, ciertamente, «no es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana». Por el contrario, la «defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano». De modo que, «si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno».

En la encíclica Caritas in veritate, ya lo dijo con su exquisita precisión Benedicto XVI: «La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre. Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social». Y bien a la vista está qué clase de progreso se está dando en nuestras sociedades envejecidas, a causa, precisamente, de la tan certeramente definida por el Papa Francisco cultura del descarte. No es que la defensa de toda vida humana sea una exigencia de la fe, ¡claro que sí lo es!, pero justamente por eso es ¡la más indispensable exigencia de la entera sociedad humana para que no deje de serlo!

Han pasado 32 años, pero las palabras de san Juan Pablo II, en la madrileña Plaza de Lima, durante su primer viaje a España, siguen teniendo la más palpitante actualidad: «Hablo del respeto absoluto a la vida humana, que ninguna persona o institución, privada o pública, puede ignorar. Por ello, quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. ¡Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente! Se minaría el mismo fundamento de la sociedad».

Lo estamos viendo, precisamente ahí donde reside su consistencia, y su esperanza: en la familia. Que el Papa haya convocado no uno, ¡dos! Sínodos sobre la familia, no es por un interés de la Iglesia, ¡es el primero y más urgente interés de la sociedad entera! Como se dice en la portada de este número de Alfa y Omega, nadie tiene derecho a desertar de la defensa de la vida, cuyo santuario y única esperanza verdadera de la sociedad se llama familia.