En esta casa, todos tienen nombre de pila - Alfa y Omega

En esta casa, todos tienen nombre de pila

Por fuera puede parecer uno de tantos bloques de pisos de protección oficial, en los que se alojan personas con pocos recursos o con dificultades de integración en la sociedad. Sin embargo, el centro residencial Sínodo 2005, en el distrito madrileño de Latina, es más bien un hogar familiar con muchas habitaciones y muchos miembros, en el que «ayudamos, con mucho amor, a que cada uno saque lo mejor de sí y se sienta querido, valorado y respetado». Un centro que puso en marcha la diócesis de Madrid, que gestiona el servicio de vivienda de Cáritas, y funciona como, en pocos meses, lo hará el recién inaugurado centro JMJ 2011

José Antonio Méndez

A pesar de que está justo al lado de la salida del metro de Laguna, a poco más de 15 minutos del centro de Madrid, la calle Cerro de la Mica no aparece en el GPS. Tampoco los vecinos del barrio saben ubicarla en el callejero, y ni siquiera una pareja de policías municipales conoce cómo llegar a ella. Parece como si las 65 familias que viven en estos bloques de viviendas sociales no existieran para muchos. Sin embargo, cuando se cruza la puerta enrejada del centro residencial Sínodo 2005, una modesta urbanización para personas con pocos recursos y bastantes problemas, el vecindario se transforma y cada una de las personas que viven en sus pisos dejan de ser rostros anónimos para tener nombres de pila, historias concretas, talentos por descubrir y un corazón que alimentar. Porque Sínodo 2005 no es un simple bloque de viviendas de protección oficial, ni una comunidad de vecinos al uso, sino un proyecto con el que la archidiócesis de Madrid quiere atender y cuidar a aquellas familias que, por no tener, no tienen ni un techo digno donde construir un hogar.

Una Familia de familias

El centro es hermano de otros tres que hay en la archidiócesis, con idéntica función y una forma similar de gestión: Virgen del Parral, Jubileo 2000 y el recién nacido JMJ 2011, que fue inaugurado la semana pasada por el arzobispo de Madrid, el cardenal Rouco Varela, aunque aún está vacío a la espera de las donaciones que permitan amueblar y ultimar los detalles de las 130 viviendas que lo componen. Todos ellos quieren conmemorar, como acciones caritativas concretas, los hechos importantes de la vida diocesana. La fe que se convierte en obras.

Rita es la directora de Sínodo 2005 y, mientras nos enseña las instalaciones, explica que, «aquí, además de las diferentes familias que ocupan las viviendas, trabajamos un grupo de 21 voluntarios de Cáritas, otro de técnicos profesionales en el trabajo de asistencia social, y una Comunidad de Vida formada por 4 religiosas de diferentes congregaciones, que viven en uno de los pisos. Y no es una forma de hablar, es que de verdad que todos formamos una familia de familias, porque en el día a día pones tu vida en juego. No importa que conviva gente de culturas y razas distintas, es que cuando las cosas se hacen con amor…».

Rita no termina la frase porque se encuentra con Daniela, una vecina iberoamericana que lleva una carpeta de la Seguridad Social debajo del brazo y una sombra de preocupación en los ojos verdes:

–«¡Hola, Dani! [dos besos, un abrazo cariñoso] ¿Cómo estás, qué te ha dicho el médico? Cuídate el riñón, que se te ve hinchada y eso es que no va bien. Tú no te preocupes, pero acuérdate de que, para cuidar a tu marido y a tus hijos [los ojos de Daniela se ponen brillantes de emoción], tienes que estar bien, ¿eh? Ve al hospital, y si te dejan ingresada no te preocupes, que ya sabes que te los cuidamos bien».

La conversación concluye con otros dos besos, un abrazo y un par de palabras que, por prudencia, nos alejamos para no escuchar.

Sacar lo mejor de cada uno

José Carlos es el responsable del servicio de vivienda de Cáritas Madrid, y sabe que «lo que se intenta hacer aquí no es dar sólo un techo digno para personas con dificultades económicas o con problemas afectivos, sino algo que va más allá. Intentamos ayudarles, con mucho amor, a que cada uno se sienta querido, valorado y respetado; que las personas aprendan a solucionar sus problemas y a sacar lo mejor que llevan dentro; y que se vean capacitados, profesional y socialmente, para la vida». Y, sobre todo, «que se sepan capaces de formar un hogar feliz y estable, porque no trabajamos con personas aisladas, sino con familias, que son el centro de la sociedad». Los paneles infantiles, los juguetes, las salas multiusos y un icono de la Sagrada Familia ratifican sus palabras.

Trabajar todos los campos, con cariño y pasión

Toda la labor del centro sería inviable sin la acción de las religiosas, como Ana y Rosa, y de los voluntarios como Carmen, o el matrimonio de Pilar y Antonio. Son ellos los que trabajan, día a día, las diferentes áreas que se proponen para todos los vecinos: apoyo escolar para los niños, talleres de formación profesional, clases de español para extranjeros, cursos de economía doméstica, charlas sobre higiene y nutrición; actividades de ocio y tiempo libre… Hablan con un enorme cariño de los padres, las madres, los chavales, los gitanos, los musulmanes, los católicos, los protestantes, los voluntarios, las religiosas de la Comunidad de vida, de la relación entre voluntarios y técnicos, de quienes sostienen el centro gracias a los donativos que se dan a Cáritas… Lo hacen refiriéndose a cada uno por su nombre, no en abstracto, y concluyen con una petición: «Necesitamos que la gente nos siga ayudando con su tiempo, con su siempre generosa ayuda económica y, sobre todo, con su oración. Porque quien sostiene esto es Dios». Una familia tan grande, necesita al Padre de todos…