Una cumbre para renacer - Alfa y Omega

Solo una comunidad consciente de que suerte y su futuro no dependen, a fin de cuentas, de su astucia, méritos y habilidades, puede llevar a cabo un gesto como el que estos días se desarrolla en el Vaticano ante los ojos del mundo. A los participantes no se les está ahorrando nada: ni la desgarradora crudeza de los relatos de las víctimas; ni los análisis demoledores de los expertos sobre el modo en que durante años se afrontó la cuestión de los abusos; ni los montajes interesados en golpear como un martillo el rostro de la Iglesia hasta dejarlo hecho añicos.

El Papa sabía todo esto, pero también sabía que correr este riesgo era necesario y que no se trata de un salto sin red. La red no es otra que la santidad que el Espíritu Santo hace surgir una y otra vez de la tierra herida (en algunos lugares, abrasada) de la Iglesia. Esa vida que renace a pesar de la maldad de algunos de sus hijos, es la única medicina que puede sanar estas heridas. Atención: el análisis de lo sucedido es imprescindible, como lo es la escucha de los expertos, la generación de protocolos eficaces y de ámbitos de escucha y discernimiento, de sistemas de prevención y penalización. Hay que aclarar cómo se debe colaborar con las autoridades civiles y qué significa transparencia. Nada de esto es tiempo perdido.

Pero sobre todo es necesario un cambio de mentalidad que tiene que ver con el renacer de la Iglesia como una comunión de vida, nunca como un supermercado de servicios religiosos o como una relación de poder. Las familias, los expertos laicos, los religiosos, sacerdotes y obispos tienen que contribuir a dar una respuesta verdaderamente eclesial, cada uno desde su lugar. Es importante saber que la Iglesia no se salva a sí misma, que sólo su Dueño la sostiene, y por eso hay que volverse a Él de rodillas. Sin eso, lo demás será papel mojado.

José Luis Restán / ABC