«Estamos ante un problema universal» - Alfa y Omega

«Estamos ante un problema universal»

Sin eludir responsabilidades por los abusos en instituciones eclesiales, Francisco pide acciones concertadas con los gobiernos y la sociedad civil para la protección de los menores en todos los ámbitos

Ricardo Benjumea
El Papa Francisco en el discurso de clausura de la cumbre sobre la protección de menores en la Iglesia,  el 24 de febrero. Foto: AFP/Vatican Media

La Iglesia se dotará de «directrices» claras contra los abusos a nivel mundial. Las conferencias episcopales y cada obispo deberán aplicar «parámetros que tengan el valor de normas y no solo de orientaciones», de modo que ningún abuso sea jamás «encubierto ni infravalorado». Serán unas líneas inspiradas en las mejores prácticas internacionales, como las elaboradas por diez agencias internacionales para la Organización Mundial de la Salud. El acompañamiento y apoyo a las víctimas se considerará prioritario y «la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia» a los autores de estos crímenes…

Todo esto anunciaba el Papa en el largo discurso con el que ponía fin al término de la Misa del domingo a cuatro intensos días en el Vaticano en los que la Iglesia ha escuchado a sus víctimas y se ha comprometido a poner remedios para que no se repitan los errores del pasado. Sin embargo, ya desde el comienzo de su intervención, el Pontífice sorprendió al no limitarse a hablar del ámbito eclesial. Bergoglio optó por abordar la problemática desde una dimensión global. «Nuestro trabajo nos ha llevado a reconocer, una vez más, que la gravedad de la plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y sociedades». «Un problema que antes se consideraba un tabú», sobre el que «todos sabían su existencia, pero del que nadie hablaba». Y un fenómeno –apuntó– que se produce sobre todo en el ámbito familiar. «Quienes cometen los abusos», subrayaba Francisco aportando datos de diversos estudios internacionales, «son sobre todo los padres, los parientes, los maridos de las mujeres niñas, los entrenadores y los educadores».

«Un problema universal y transversal»

Estas palabras no sentaron bien entre algunas víctimas, pero Francisco las pronunciaba después de tres intensos días de trabajos retransmitidos en directo al mundo en el que se dio la oportunidad a varias de ellas de intervenir ante la jerarquía eclesiástica mundial con palabras no precisamente complacientes. Entre los propios cardenales y obispos la autocrítica alcanzó unos niveles inauditos, no ya según los parámetros eclesiásticos, sino según todos los estándares internacionales.

Así y todo, el Papa dejó claro que su intención no era echar balones fuera. La «inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética», reconoció. «En la justificada rabia de la gente –llegó a decir–, la Iglesia ve el reflejo de la ira de Dios, traicionado y abofeteado por estos consagrados deshonestos; nunca se debe «caer en la trampa de acusar a los otros».

Pero dicho todo esto, si de verdad se quiere luchar contra la lacra de los abusos, Francisco resaltó que «estamos ante un problema universal y transversal que desgraciadamente se verifica en casi todas partes». El Papa no solo quiere acabar con los abusos en las instituciones católicas; vino a decir que quiere a la Iglesia en primera línea de una acción internacional común en defensa de los menores.

Acciones concertadas contra el turismo sexual

Para ello planteó acciones concertadas entre los gobiernos y a «todos los niveles de la sociedad» para lograr «un marco legal que proteja a los niños de la explotación sexual en el turismo». De igual forma animó «a los países y a las autoridades a aplicar todas las medidas necesarias» contra la pornografía infantil.

Y ni siquiera se quedó en la cuestión de los abusos sexuales. Habló de «otras formas de abuso de poder de las que son víctimas casi 85 millones de niños, olvidados por todos: los niños soldado, los menores prostituidos, los niños secuestrados y frecuentemente víctimas del monstruoso comercio de órganos humanos, o también transformados en esclavos, los niños víctimas de la guerra, los niños refugiados, los niños abortados y así sucesivamente». Todos ellos «crímenes abominables que hay que extirpar de la faz de la tierra».

«Ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar dicha brutalidad de nuestra humanidad, adoptando todas las medidas necesarias ya en vigor a nivel internacional y a nivel eclesial», prosiguió. Sin solución de continuidad, Francisco volvía a referirse nuevamente a las medidas que va a darse la Iglesia como conclusión de esta cumbre vaticana, actuaciones que deben evitar «dos extremos»: el de «un justicialismo provocado por el sentido de culpa por los errores pasados y de la presión del mundo mediático», y el «de una autodefensa que no afronta las causas y las consecuencias de esos delitos».

Mayor concreción mostraría poco después al anunciar nuevas medidas en la posesión de pornografía infantil por parte de clérigos. En 2010, recordó, Benedicto XVI sumó estas conductas a las normas «sobre los delitos más graves». Pero «entonces –explicó–, se hablaba de “menores de edad inferior a 14 años”. Ahora pensamos elevar este límite de edad para extender la protección de los menores e insistir en la gravedad de estos hechos».

Claro que, «de la misma manera que debemos tomar todas las medidas prácticas que nos ofrece el sentido común, las ciencias y la sociedad», la Iglesia no debe olvidar que se enfrenta al «misterio del mal», por lo que «el resultado mejor y la resolución más eficaz que podamos dar a las víctimas, al Pueblo de la santa Madre Iglesia y al mundo entero es el compromiso por una conversión personal y colectiva, y la humildad de aprender, escuchar, asistir y proteger a los más vulnerables».

Esa será la manera de «transformar este mal en oportunidad de purificación», dijo el Obispo de Roma, tras dirigir unas palabras de «agradecimiento de corazón a todos los sacerdotes y a los consagrados que sirven al Señor con fidelidad y totalmente, y que se sienten deshonrados y desacreditados por la conducta vergonzosa de algunos de sus hermanos».