Una casa llena de paz - Alfa y Omega

Una casa llena de paz

Viajar a Sotto il Monte, pueblo natal de Juan XXIII, es encontrar la paz. Es como, si al entrar en su casa, el santo hubiera dejado como testamento la paz, la tranquilidad, la emoción, el ejemplo de la familia. Hasta allí llegan miles de peregrinos que se abrazan a su estatua, que piden milagros al Papa bueno para la curación de sus seres queridos…

Rafael Ortega
La colina de Sotto il Monte, con una imagen del santo

Ahora se llama Sotto il Monte Giovanni XXIII, en homenaje al Papa Roncalli que nació en ese pueblo, situado a 16 kilómetros de Bérgamo, en la Lombardía italiana. Allí he viajado varias veces, hasta la casa natal del Santo Papa. En todas las ocasiones, la emoción ha superado al periodista. La primera vez era muy joven y acababa de finalizar mis estudios de periodismo en la Escuela de Periodismo de la Iglesia en Madrid. Fue una visita rápida, de la que me llevé la impresión de haber estado muy cerca del Pontífice que había fallecido seis años antes. Las siguientes ocasiones fueron más profesionales, pues yo era corresponsal de Radio Nacional de España en Roma, y me enviaron a Sotto il Monte para entrevistar a los familiares que aún quedaban vivos de Angelo Roncalli.

En todas las visitas he encontrado paz. Es como si, al entrar en la casa natal del Papa Giovanni, éste hubiera dejado como testamento la paz, la tranquilidad, la emoción, el ejemplo de la familia. Todo el recinto, que ahora está al cargo del PIME (el Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras), conserva las habitaciones tal como eran hace más de cien años. Allí se encuentra la estancia donde nació el Papa, y junto a ella otra con recuerdos y fotografías que recorren toda su biografía, desde el posado familiar hasta los momentos más importantes de su papado, como fue la inauguración del Concilio Vaticano II. Entre la parte antigua de la casa y la residencia de los sacerdotes del PIME, hay un gran corredor, donde se encuentra una estatua de tamaño natural del Papa Roncalli. Una estatua de bronce que ha perdido el color en uno de su brazos, por los besos que los peregrinos la dan. He visto a un joven llorar abrazado a la imagen que me contó que era «un húngaro protestante y que estaba allí ante el hombre, Juan XXIII, que le protegía siempre». Peregrinos que poco después, en el primer piso, entran en una habitación, la habitación de los niños, en la que sus paredes están repletas de fotografías de infantes, la mayoría enfermos, y que los padres o familiares han colocado allí para que el Papa bueno haga el milagro de la curación.

Llegados a este punto, tengo que relatar mis dos últimas visitas. La primera, hace dos años, para hacer un documental sobre la vida de Juan XXIII, con una entrevista al recién nombrado cardenal Loris Capovilla, de 98 años, y que fue secretario personal del Pontífice durante todo su papado. Loris Capovilla, que vive en una residencia de monjas en la parte alta del pueblo, nos enseñó el lecho donde murió Angelo Roncalli y el coche que utilizó, así como condecoraciones, escritos, etc. Fue una entrevista enriquecedora en lo personal, pues nos mostró la virtud de la serenidad y el gran aprecio de un hombre entregado de por vida a un santo. Cuando pregunté al ahora cardenal Capovilla por la habitación de los niños, me contó la devoción de su Papa por los niños, y me relató la conocida anécdota de su discurso a los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro, cuando Juan XXIII les recomendó regresar a casa y «cuidar de los niños, el bien más preciado».

Tras esta entrevista, bajé de nuevo a la casa natal y fui a esa habitación de los niños y coloqué una fotografía de Carlota, mi nieta, afectada por una enfermedad rara. Ahora, he vuelto a los dos años y allí sigue la fotografía. Espero que no haya sido mi última visita, porque necesito la paz del santo y necesito rezar en esa casa sencilla llena de amor.

Rafael Ortega