«Quieren matarnos. Rezad por nosotros» - Alfa y Omega

«Quieren matarnos. Rezad por nosotros»

Cuando la Iglesia en Irak empezaba a ver signos de esperanza y a proponer incluso a los cristianos exiliados que regresaran al país, la ofensiva islamista del ISIL ha desmoronado sus planes. La ya diezmada comunidad cristiana del país puede sufrir un nuevo éxodo. Sin embargo, aunque el panorama se ha ensombrecido mucho en los últimos días, la Iglesia caldea (mayoritaria en el país) celebra estos días un importante Sínodo que quiere poner las bases para el renacer de una comunidad cristiana en Irak, llamada a trabajar por la reconstrucción del país

Redacción
Familias iraquíes, huyendo de la violencia, pasan un control en Aski Kalak, en el Kurdistán iraquí, el pasado 12 de junio

Las noticias sobre la ofensiva islamista que llegan desde Mosul, en Irak, hacen temer lo peor sobre el futuro de la población cristiana. El millón y medio de cristianos que había en el conjunto del país en 2003 ha quedado hoy reducido a la mitad, y si se confirma ahora la amenaza de una guerra civil, la presencia cristiana podría convertirse en algo meramente testimonial. Pero la Iglesia no pierde la esperanza. «Una religiosa iraquí me dijo el domingo que el cristianismo había recibido muchas veces, a lo largo de la Historia, lo que parecía un golpe mortal», y había sobrevivido. «No creía que el de ahora sea el final. Pero, por supuesto, todo depende de cómo los cristianos sean capaces de encontrar su vocación aquí, en esta tierra tan castigada».

Habla así para Alfa y Omega, desde Sulaymaniyah, el padre Jens Petzold, de la comunidad Al Khalil, que promueve el diálogo interreligioso en Siria e Irak. Allí, en la frontera con Irán, la situación es tranquila y apenas han llegado refugiados. Pero siguen con mucha preocupación la situación en el resto del país. En la segunda ciudad más grande de Irak, con casi tres millones de habitantes, universidad, hospitales y escuelas, los edificios oficiales llevan más de una semana tomados por los terroristas del ISIL (Estado Islámico de Irak y Levante). La caída de Mosul es un paso hacia su objetivo de crear un Califato Sunita en Oriente Medio.

El ISIL ya ha dejado su rastro de terror en Siria, donde es responsable de la muerte de miles de personas, algunas tan brutales como la crucifixión de varios cristianos en Maaloula. Por eso, aunque cualquiera que no esté dispuesto a aceptar la imposición de la sharia como forma de vida se convierte en su enemigo -también otros musulmanes-, los cristianos tienen más motivos para temer al ISIL que el resto de sus vecinos.

Si en 2003 había en Mosul unos 35.000 cristianos, una década después apenas quedaban tres mil. «Ahora, es muy probable que no quede ninguno», aseguraba estos días el arzobispo de Mosul, monseñor Shimoun Emil Nona, a la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada. Todos huyeron de Mosul la semana pasada, cuando los terroristas del ISIL tomaron la ciudad sin que ni la policía ni el ejército opusieran ninguna resistencia.

Abandonados a su suerte, los cristianos y también cientos de miles de musulmanes salieron con lo puesto rumbo a Kirkuk y Qaraqosh, dos poblaciones de la llanura de Nínive, en teoría algo más seguras, pero que se ven ahora desbordadas con la llegada de refugiados para los que no hay infraestructura de acogida. Monseñor Nona se niega a abandonar su diócesis, y acoge a refugiados en aulas y salones de las parroquias que todavía no han sido destruidas.

Fotograma de un vídeo de propaganda de este grupo yihadista

Rodeados y amenazados

Los testimonios de quienes sufren la violencia del ISIL explican por sí solos este éxodo. «Los cristianos hemos sido objetivo de los radicales desde hace meses; hay secuestros, torturas y asesinatos por parte de los extremistas para forzar las conversiones», cuenta al Servicio Católico de Noticias un joven iraquí apodado Danny, refugiado en Amman desde que huyó de Mosul hace tres meses.

Con su huida, se salvó del gran ataque del ISIL, que ha convertido a Mosul en una ciudad islamista: se ha prohibido el consumo de tabaco y se ha ordenado la destrucción de todos los santuarios que no sean sunitas. Las mujeres deben vestir «decentemente, con ropa ancha» y necesitan permiso para salir a la calle. Además, a quien robe se le aplicará el castigo de la Sharia: una mano amputada.

«Han asesinado a niños y adultos. Centenares de cuerpos han sido abandonados en las calles sin piedad. Desde las mezquitas se oye el grito de Alá es grande, larga vida al Estado islámico», señalaba un joven dominico a Vatican Insider. Refugiado en un convento de la vecina localidad de Qaraqosh, sus últimas palabras hechas públicas hielan la sangre: «Han entrado en Qaraqosh hace cinco minutos, estamos rodeados y amenazados de muerte. Rezad por nosotros. Lo siento, pero no puedo escribir más. No están muy lejos de nuestro convento».

Ante este escenario, la Iglesia caldea, tanto en Irak como en la diáspora, celebró ayer una jornada de oración y ayuno por la paz, convocada por el Patriarca de Babilonia de los Caldeos, Louis Raphael Sako. Desde Nínive, monseñor Nona ha agradecido también las palabras del Papa en el ángelus del domingo, cuando invitó a los fieles «a unirse a mi oración por la querida nación iraquí, sobre todo por las víctimas y por quien sufre mayormente las consecuencias del acrecentarse de la violencia, en particular, por las muchas personas, entre ellas muchos cristianos, que han debido dejar la propia casa». También el Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, cardenal Leonardo Sandri, ha manifestado, en un comunicado, su preocupación por los
«cientos de miles de hombres, mujeres y niños que ven borrarse en un golpe, la promesa de estabilidad y de vida», y su cercanía a la Iglesia local.

Prioridades para la paz en Oriente Medio

La situación en Irak no se entiende sin referencias a la guerra en Siria, foco de inestabilidad para toda la región, con el enfrentamiento entre sunitas y chiítas. En ambos países, la Iglesia ha pedido a la comunidad internacional que presione a las partes enfrentadas a la mesa de negociación, aislando a los grupos radicales. La Iglesia defiende también que se preserve la amenazada unidad territorial de ambos países, y se formen Gobiernos respetuosos con las minorías.

El domingo, el Papa Francisco rezó por la seguridad, la paz, «y un futuro de reconciliación y de justicia, donde todos los iraquíes, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, puedan construir juntos su patria, haciéndola un modelo de convivencia». Y el Patriarca Sako, en su primer comunicado tras la caída de Mosul, pidió la formación de un Gobierno de unidad nacional.

El aislamiento político de los suníes es considerado, al menos en parte, una de las razones que explican el apoyo popular que ha permitido el rápido avance de los yihadistas. Ya en marzo, el Patriarca manifestó, en la Universidad Católica de Lyon, su temor a que la creciente rivalidad entre suníes y chiítas acabara provocando «la división del país, porque ya se ha preparado el terreno desde el punto de vista psicológico y geográfico. La limpieza [étnico-religiosa] en barrios y ciudades entre sunitas y chiítas va en esta dirección».

Huellas del paso del ISIL en Mosul, el pasado 10 de junio

Planes de futuro

Todo esto ocurre cuando la Iglesia en Irak empezaba a mirar con esperanza al futuro. Hace sólo un mes, el Patriarca Sako visitó Alqosh, a unos 50 kilómetros de Mosul, una de las principales ciudades de la llanura de Nínive, ahora tristemente famosa por las escenas de refugiados. La zona se consideraba razonablemente estable, y el Patriarca habló con los líderes religiosos y políticos sobre qué medidas se podían tomar para que las familias cristianas tuvieran vivienda y trabajo, y no se vieran forzadas a emigrar. El prelado animó a los cristianos a ser fieles a su patrimonio, a organizarse y, a los jóvenes, a estudiar, casarse y tener hijos.

En estas y otras actividades de la Iglesia caldea se adivina el deseo de un nuevo comienzo, después de las primeras elecciones (en abril) sin presencia norteamericana. De hecho, el Patriarca ha llegado a pedir a los iraquíes que habían dejado el país que volvieran a su tierra, trayendo consigo la experiencia adquirida en el extranjero. Se hablaba ya de cierto renacer de la Iglesia en Irak. Durante el último año, se han promovido peregrinaciones a Ur -tierra de Abraham-, y se empezaba a soñar con una visita del Papa.

Un paso importante para asentar las bases del futuro iba a ser el Sínodo caldeo, programado del 24 al 28 de junio en Baghdad. Las circunstancias han obligado a trasladarlo a Ankawa, en la diócesis de Arbil, en el Kurdistán iraquí. En esta región, que de momento queda al margen de la ofensiva yihadista, muchos cristianos han buscado seguridad estos últimos años. Sólo en Arbil viven ya 12.000 familias cristianas del resto del país. En la agenda del Sínodo, estaba la creación de una Liga Caldea: grupos de laicos influyentes que, en palabras del Patriarca Sako, «hagan más efectiva y visible la contribución civil y humanitaria de los caldeos al servicio de toda la sociedad, y construyan puentes entre los cristianos y con todos los iraquíes».

Funeral en la catedral siro-católica de Baghdad por las 58 víctimas del secuestro ocurrido el 31 de octubre de 2010

Ciudadanos y protagonistas

Este proyecto sería una forma de concretar la que siempre ha sido la gran prioridad de monseñor Sako: defender la presencia de los cristianos, pero no como una minoría protegida -la Iglesia ha rechazado las propuestas de crear un enclave cristiano-, sino como ciudadanos de pleno derecho, con un importante papel que jugar en la pacificación y el desarrollo del país.

«Cuando era obispo de Kirkuk -recuerda el padre Petzold desde Sulaymaniyah-, Sako creó en el Obispado un ambiente de hospitalidad donde todos los partidos y grupos religiosos podían encontrarse de manera informal y buscar soluciones prácticas. Ni los atentados detuvieron esto y, también gracias a los esfuerzos del Gobernador, Kirkuk ha cambiado muy a mejor en los últimos años». Este trabajo lo ha continuado como Patriarca. «Los cristianos están presentes en todos los grupos éticos de Oriente Medio, y por eso la Iglesia -como institución y todos los cristianos- son los mediadores ideales entre facciones. Ciertamente, esto exige que la Iglesia institucional y la comunidad cristiana se sienta parte de esta sociedad».

Durante la ya citada conferencia en Lyon, el Patriarca Sako aseguraba que los cristianos «deben ocupar del todo su lugar y jugar su papel en la vida pública», sin aislarse ni depender de la protección militar extranjera, y reclamando sus derechos con valentía. Pueden «desempeñar un papel esencial en el diálogo entre Occidente y el Islam». Hace menos de un mes, decía a los habitantes de la llanura de Nínive: «Vuestra unidad y cooperación es un signo de esperanza para muchos». Sólo un mes después, responder a esta llamada se ha convertido en algo (aún más) heroico.

Rosa Cuervas / María Martínez