«Nunca vi el mar...» - Alfa y Omega

«Nunca vi el mar...»

El Papa Francisco comió con familias palestinas durante su visita a Belén, y escuchó atentamente los problemas que sufren debido a la ocupación israelí. «Cuando vaya a ver a Shimon Peres, dígale que en Belén ha visto la otra cara de la moneda», le pidió Shadia, una mujer exiliada que no puede volver a su pueblo, Iqrit. A su paso por Jordania, el Papa también tuvo un encuentro con los refugiados sirios en el país y con un grupo de enfermos y discapacitados. Consternado por su dolor, el Santo Padre recordó la importancia de no dejar «que el pasado os determine la vida», y que «la violencia se vence con la paz»

Cristina Sánchez Aguilar
El Papa saluda a los niños de los campamentos de refugiados palestinos

Mayk Abed no es nadie. No posee ningún documento de identidad, ya que la Autoridad Palestina no le reconoce, al ser descendiente de israelíes. Pero tampoco el Gobierno de Israel le concede la nacionalidad, al sostener que el chico nació en territorio cisjordano durante la Intifada. «Ni siquiera puedo tener una cuenta de Banco», explicó Mayk al Papa mientras almorzaban juntos, en la visita a Belén.

En la mesa, una veintena más de palestinos aprovecharon la oportunidad para transmitir al Pontífice los problemas que la ocupación israelí causa a su pueblo. Entre otros, estaban Elías, su mujer Juliet, y sus dos hijas. La familia corre el riesgo de perder las tierras de sus abuelos, ya que el muro que Israel está construyendo en el Cremisán, para separar la tierra cisjordana, arrasará su propiedad. «¿Qué futuro van a tener nuestros hijos si siguen quitándonos las tierras metro a metro?», se preguntaba Elías, días antes de su encuentro.

Junto a ellos estaba Shadia Sbait y su familia, descendientes de los palestinos expulsados en 1948 de Iqrit, un pueblo demolido por Israel. Shadia, después de la reunión con el Pontífice, señaló que tanto ella como su marido le habían contado «su pelea legal con Israel para que permita a los descendientes de los antiguos residentes» volver a Iqrit. «Cuando le hemos explicado que nuestras casas fueron demolidas en Navidad, la expresión del Papa ha sido de consternación», añadió la mujer, quien pidió al Papa Francisco que, durante su encuentro con Shimon Peres, «le diga que en Belén ha visto la otra cara de la moneda».

También estaba Layla, una mujer viuda de Belén, con un hijo exiliado en Gaza. Y Joseph y Rima, con sus dos hijos; un caso, como tantos otros, de familias separadas cuya reunificación ha sido denegada, por vivir unos en Jerusalén y otros en Belén. El Papa también comió con Zakaria, un ex drogodependiente que vive en Belén; con Shawki Halabi y Abia, un matrimonio con un hijo que cumple cadena perpetua en una prisión israelí; y con Rancia Michel, cristiana de Gaza.

Con los niños palestinos

La tarde del domingo, el Papa se encontró, en el campo de refugiados palestinos de Deheisheh, con un grupo de niños. La sorpresa llegó al encontrarse a los pequeños con decenas de carteles en los que se podían leer frases como Musulmanes y cristianos vivimos la ocupación, Nunca vi el mar, o Queremos una vida como el resto de los niños del mundo. En los campamentos de refugiados palestinos, un niño no puede acceder a la escuela con facilidad, ya que la superpoblación y el hacinamiento no favorecen la construcción de nuevas infraestructuras. «Van al colegio por turnos. Otros mal aprenden en barracones o contenedores», afirma Raquel Martí, directora ejecutiva de UNRWA España.

Otro problema de la infancia en los campamentos «es la falta de espacios de juego. No hay plazas, jardines o calles amplias para que los niños puedan salir a la calle y tener una infancia normal», añade Martí. Eso sin contar con el dolor que, desde tan pequeños, llevan consigo al vivir en un contexto hostil. Así se lo hizo saber un niño al Papa, cuando le dijo que, «desde hace 66 años, nuestros padres viven la ocupación. Hemos abierto nuestros ojos bajo esta situación, y hemos visto la tragedia en los ojos de nuestros abuelos. ¡Queremos decirle al mundo: basta de sufrimientos y humillaciones!».

El Papa, que se levantó a abrazarle, agradeció a todos sus mensajes y les alentó a mirar siempre adelante. «Veo que en el corazón tenéis muchas cosas. Ojalá que el buen Dios conceda todo lo que deseáis», les dijo. Y recordó la importancia de no dejar «que el pasado os determine la vida. Mirad siempre hacia delante, y luchad por lograr las cosas que queréis. Pero sabed una cosa: la violencia no se vence con la violencia; se vence con la paz, con el trabajo, con la dignidad».

Un momento del encuentro en Jordania con refugiados y enfermos

Refugiados sirios en Jordania

También el Papa se encontró con refugiados durante su vista a Jordania, en la iglesia latina de Betania. Una mujer siria musulmana de Homs y un refugiado cristiano iraquí explicaron al Pontífice su vida en los campamentos. En el acto también estuvieron presentes 350 personas con discapacidad, y enfermos de más de una veintena de hospitales -entre ellos, niños con enfermedades oncológicas-. El Papa les pidió que, a pesar de las dificultades, fuesen «signos de esperanza». Y, tras agradecer a Jordania su «generosa acogida a los refugiados», recordó que la Iglesia se ha volcado en la ayuda material y espiritual a los huidos del conflicto sirio, y que su compromiso continúa, «a través de Cáritas Jordania». Hay que señalar que, desde que comenzó la guerra en Siria, la Iglesia ha enviado más de 80 millones de dólares, que se han destinado a ayuda material como escuelas, hospitales, casas, y suministro de géneros alimenticios.