El miedo del pastor valiente - Alfa y Omega

El miedo del pastor valiente

Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, se ha convertido en el gran referente en Nicaragua en defensa de los derechos humanos. El Gobierno de Daniel Ortega le ha catalogado de «golpista». Ha sufrido calumnias, amenazas y agresiones. Reconoce haber sentido «miedo», pero insiste en que aún es posible el diálogo

Ricardo Benjumea
Monseñor Báez, a la derecha, y el cardenal Brenes caminan frente a la basílica de San Sebastián para liberar a un grupo de paramédicos y misioneros franciscanos sitiados por parapolicías en el templo, en Diriamba (Nicaragua) el 9 de julio de 2018. Foto: EFE/Jorge Torres

«Vengo de un país que vive una crisis política con dimensiones humanitarias muy dramáticas. Sin embargo, doy gracias a Dios de que vengo también de una Iglesia que es significativa, que se ha vuelto la institución más creíble en el país, porque ha tenido la oportunidad de mostrar su rostro samaritano en medio del sufrimiento. Una Iglesia que ha leído los signos de los tiempos con los ojos de Jesús, sintiendo compasión y actuando en modo solidario y esperanzador» entre la gente. A veces, simplemente, «llorando con las víctimas». «En Nicaragua hemos llorado mucho en estos meses. Era lo único que podíamos hacer, pero fue lo mas grande que pudimos hacer».

Esta fue la carta de presentación del obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, la gran estrella mediática en el simposio celebrado del 1 al 3 de marzo por la revista Vida Religiosa para celebrar su 75 aniversario.

Iglesias abiertas para salvar vidas

Báez, la figura eclesiástica más comprometida con la defensa de los derechos humanos en Nicaragua, rechaza el título de «líder». «Solo soy un pastor que quiere ser fiel al Evangelio y estar cerca de la gente», dice, aunque la realidad es que se ha convertido en una figura mundialmente conocida desde que en junio se presentó junto a su arzobispo, el cardenal Brenes, y el nuncio, Stanislaw Waldemar Sommertag, en la localidad de Masaya, cercana a la capital, donde las fuerzas oficialistas se preparaban para una contundente acción de castigo para sofocar la rebelión cívica contra el presidente, Daniel Ortega. Olía a matanza. «Al llegar, las calles estaban vacías» porque «se esperaba el ataque de forma inminente», recuerda. «Al vernos, la gente empezó a salir a la calle, a ponerse de rodillas, con rosarios en las manos e imágenes de la Inmaculada Concepción», patrona del país. «Y así se fue creando un grupo cada vez más grande que, al llegar al centro de la ciudad, ya era una muchedumbre enorme». Entonces, «sin que estuviera programado, decidimos hacer una procesión con el Santísimo».

Desde entonces iglesias y catedrales se han abierto en incontables ocasiones para proteger a manifestantes contra los que el Gobierno estaba utilizando munición real. «Nuestra motivación era evangélica, no estamos en contra de nadie, pero algunos grupos lo vieron como una postura política. Eso nos ha traído consecuencias: hemos sido objeto de críticas, de persecución y de agresiones físicas», añade. «A mí me han dicho golpista, como que he estado propiciando un golpe de Estado en Nicaragua… Jamás he llamado a la violencia. He estado siempre intentado acercar a las personas, llamado al dialogo, y he expuesto hasta mi vida por eso. Sin embargo, me he ganado una guerra sucia de desprestigio, de odio, de calumnias…».

Báez reconoce haber sentido miedo en más de una ocasión. «¿Quién no?», se pregunta. «Lo que he aprendido es que lo importante no es no tener miedo, sino saberlo administrar, que no te paralice ni te silencie. Ha sido un miedo fecundo, me ha ayudado a entender el miedo de la gente y a purificar mis actuaciones pastorales».

La Iglesia cree en el diálogo…

A la hora de la verdad, sin embargo, el régimen de Ortega, sometido a fuertes críticas internacionales y presiones internas, acude a los obispos cuando necesita rebajar la tensión y abrir un proceso de diálogo político. En la primera ronda de negociaciones, Silvio Báez fue el representante del episcopado, responsabilidad que en la nueva mesa iniciada la pasada semana ha recaído en el cardenal Brenes y en el nuncio.

«No es una misión fácil porque no es fácil conjugar la fe en el Dios padre de Nuestro Señor Jesucristo, parcial hacia el oprimido, el pobre, la víctima, el enfermo, el pecado…, conjugarlo con nuestra propia sensibilidad humana y pastoral hacia las víctimas, y una pretendida condición aséptica, imparcial que debe tener todo mediador», decía el obispo al clausurar el simposio de Vida Religiosa en Madrid. «Es un equilibrio muy difícil de lograr: ser mediadores en una mesa entre partes en conflicto y al mismo tiempo pastores junto a las víctimas, pero es posible».

Frente a los escépticos, la Iglesia cree que «todavía es posible una solución negociada». E incluso confía en que, de este proceso, pueda surgir «un país mejor y más justo», incorporando las demandas legítimas de cada parte.

«Las instituciones democráticas han sido desmanteladas». Eso incluye a la propia oposición, prácticamente hoy inexistente. La Alianza Cívica que participa en las negociaciones es más bien una «representación imperfecta de la sociedad civil» puesta en marcha por los propios obispos para que pudiera arrancar el diálogo.

…pero no se puede dialogar hasta el infinito

La voluntad, ahora, es explorar al máximo las posibilidades de una «salida negociada», pero dejando claro que «no se puede dialogar hasta el infinito». Llegado el momento, la Iglesia no va a permitir que el diálogo sea utilizado «como táctica dilatoria para confundir y distraer, para desgastar al adversario, para garantizar su impunidad o para dar muestras falsas de flexibilidad».

Al mismo tiempo, Báez es de los que prefiere ver siempre la botella medio llena. Por eso aplaude cada pequeño paso, aunque sea «imperfecto», como la reciente liberación de un centenar de presos políticos, que han cambiado la cárcel por el arresto domiciliario. Eso no le impide pedir la liberación de los más de 600 detenidos durante las protestas, en las que se han producido «entre 300 y 500 muertos», mientras «muchas personas todavía se ocultan porque son perseguidas para ser internadas y reprimidas en la cárcel e incluso torturadas». Y otras «han tenido que huir del país».