Este salesiano - Alfa y Omega

Este salesiano

Ricardo Ruiz de la Serna
Foto: Salesianos AFO

El mes pasado Boko Haram asesinó en Burkina Faso al sacerdote y misionero salesiano Antonio César Fernández. Tenía 72 años y era natural de Pozoblanco (Córdoba). Había cumplido 55 años de salesiano y 46 de sacerdote. Como los mártires de Tibhirine, como Carlos de Foucauld, como tantísimos misioneros, este hombre dio su vida por seguir a Cristo en África.

Este hombre –y tantos como él– escuchó una llamada en su vida que resonaba como aquellas palabras que Jesús dirigió a unos pescadores junto al mar de Galilea: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». El beato John Henry Newman explicó en un famoso pasaje de sus Discursos a las congregaciones mixtas por qué Dios escogió precisamente a gente como él y no a ángeles para ejercer el sacerdocio: «Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre nosotros». He aquí el prodigio que el Todopoderoso puede operar sobre la condición humana: Él puede conseguir de nosotros, los seres humanos, cosas que ni los ángeles pueden hacer porque para Él «nada hay imposible». Él puede hacer que uno supere el miedo y la distancia y lo deje todo por seguirle allí donde haga falta. A él, Dios lo llamó a África.

Por estos sacerdotes –como por tantos otros seguidores de Cristo– hablan los millones de seres humanos que a lo largo de los siglos han encontrado en ellos el testimonio vivo y rostro luminoso del Resucitado. Por ellos alzan la voz, en tiempos de zozobra, los que conocen el perdón de los pecados y participan del banquete de la Eucaristía, ese milagro cotidiano que transforma el mundo en un continente prodigioso y dolorido. Me viene a la memoria un padre blanco que afirmaba en los peores años del terrorismo en Argelia, cuando ellos resolvieron quedarse en el país y correr la suerte del pueblo argelino, «este es el cordero de Dios, que desarma a los hombres armados». Me acuerdo de tantos, tantísimos, que han sufrido la prisión, la tortura y la muerte por celebrar Misa, por confesar, por no abandonar a las comunidades que se les habían encomendado.

A este salesiano lo han matado unos asesinos y nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Él ha muerto por Cristo en África, entre los africanos, viviendo hasta el final el Evangelio.