Feminismo al estilo de Gandhi - Alfa y Omega

Feminismo al estilo de Gandhi

La canadiense Jill Call-Harris lleva 30 años en la India luchando por la promoción de la mujer. Defiende un feminismo de corte gandhiano que no se obsesiona por «la consecución de poder y dinero» ni convierte al varón en enemigo

Ricardo Benjumea
La canadiense Jill Call-Harris, con un grupo de mujeres, en la India, en 2015. Foto: Jai Jagat Un momento del primer Encuentro Internacional de Mujeres sobre Noviolencia y Paz, en la India, en 2016. Foto: Jai Jagat

«¿Equidad de género? ¡Claro que creo en ella! Pero nuestro método es la no violencia, que a menudo entra en conflicto con el igualitarismo. Son cuestiones difíciles de entender para una feminista occidental… Naturalmente que reconozco importantes valores en el movimiento #MeToo, pero el problema es que todo tiene que ver con mis derechos, mi justicia: yo, mí, me… Y no es verdad que todo el mundo ahí afuera esté equivocado y tú siempre tengas razón. Necesitamos ser más autocríticos. No hay cambio verdadero que no empiece por una misma».

En los más de 30 años que lleva en la India, Jill Call-Harris reconoce que su visión sobre la promoción de los derechos de la mujer ha experimentado un giro copernicano. Los grandes artífices de esa transformación son el Mahatma Gandhi… y el hombre con quien se casó en 1993, Rajagopal P. V., hijo de uno de los principales colaboradores del líder de la independencia india, que en 1991 fundó la organización Ekta Parishad, dedicada a la promoción de los más pobres de entre los pobres de la India.

Bajo el nombre de Jai Jagat, para 2020, Ekta Parishad prepara una gran marcha internacional de un millón de personas, grupos de base organizados procedentes de los colectivos más pobres y marginados, que recorrerán a pie la distancia entre Deli y Ginebra, atravesando en primer lugar Pakistán, Afganistán, Irán…, tendiendo puentes entre movimientos populares incluso de países políticamente enfrentados (por parte española, la organización corre a cargo de Solidaridad y Autogestión Internacionalista, SAIn).

Los descastados de la tierra, unidos. Y dado que entre los parias son mayoría las mujeres, un reto para Jill Call-Harris es impulsar la presencia femenina.

Renuncia a la ONU

Pero hasta llegar a ese punto, asegura haber tenido que aceptar muchas renuncias en su vida. La primera, a su bien remunerado empleo (100.000 dólares al año), con el que llegó desde Canadá a la India llena de ilusiones en los años 80, al frente de un proyecto del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. «Se trataba de un bosque ecológico, que devolvería la fertilidad al suelo y proporcionaría trabajo a la población local. Yo estaba entusiasmada, hasta que descubrí que se estaban haciendo cesiones de tierra a los campesinos por unos pocos años, y después las propiedades pasarían a grandes terratenientes», con los burócratas ganando mientras tanto «mucho dinero bajo cuerda».

Tras cinco años en la ONU (dos de ellos, como expatriada en la India), fundó su propia ONG , inspirada en el movimiento gandhiano Sarvodaya (Progreso para todos). La idea consiste básicamente en impulsar pequeñas comunidades locales autónomas pero fuertemente interconectadas, política y económicamente, con máximo protagonismo de la sociedad civil en el gobierno local. En su caso, de modo especial, promoviendo la participación de la mujer y fomentando el liderazgo femenino. «Después los sucesores del Mahatma fueron en otra dirección, hacia el estatalismo, pero al menos durante la primera generación después de la independencia, la India fue realmente gobernada de esta forma descentralizada. Hoy estamos intentando recuperar ese espíritu».

La hegemonía de los estatalismos de izquierda fue sustituida por nuevas corrientes materialistas de corte capitalista que «prometen a la gente el sueño americano, le dicen que se va a equiparar a la Europa o a América del Norte», y esto «trae una economía violenta, que genera enorme inequidad y desigualdades».

Como reacción, surgió una nueva forma de violento nacionalismo hinduista, que «de repente empezó a proponer cosas como la vuelta del satí [la incineración de la mujer, viva, en la pila del marido]. ¡No podíamos creerlo!». Y sí, «Gandhi invitaba a construir a partir de la tradición, pero advirtiendo que tenemos que ser críticos con ella».

El equilibrio a veces es muy complicado. «Las estructuras sociales y familiares en la India hacen que la mujer esté muy oprimida, pero también ofrecen a las personas protección y seguridad». Sin cuestionar esas estructuras, Ekta Parishad reúne a las mujeres en grupos en los que «adquieren un sentido de identidad y empiezan a defender sus derechos», pero sin romper con el resto de la comunidad.

Pertenencia a la comunidad

Una de las principales objeciones de Call-Harris frente al feminismo occidental es que el objetivo suele ser «la consecución de poder y dinero, que es un juego muy violento». Para ella, en cambio, la lucha solo tiene sentido «desde un sentido de pertenencia fuerte a la comunidad», porque «solo así es posible una transformación sostenible».

Primero es necesario un «entrenamiento personal», como el que se adquiere en las largas marchas multitudinarias de Ekta Parishad. «Cansancio, poca comida, frustraciones… Tienes que aprender a dominar tus emociones violentas. Es un sufrimiento que moldea a la persona, y creo que los españoles podéis entenderlo fácilmente, porque en vuestra tradición está la espiritualidad del Camino [de Santiago], la peregrinación».

«A veces, te vas a encontrar con situaciones de opresión terribles, y está en nuestra naturaleza decir: “Basta ya”. ¿Pero sabes qué? Ahí es donde te quieren llevar el Estado y los poderosos. Tú, en cambio, debes mantenerte fría, saber que estás en la batalla para el largo plazo, no para unos pocos años. Y que incluso es posible que tú no veas los resultados. Pero perseveras, porque fundes tu misión con la de la gente».

Un feminismo sin enemigos

Como principio básico, la no violencia rechaza ver a cualquier otra persona como enemiga. Por eso no congenia bien con la tradición marxista, que «nos deja profundamente divididos, haciendo a una clase responsable de los problemas de otra». De forma análoga, en cuestiones de género, «debemos salir de las polarizaciones», dice. «Si no empezamos a ver el mundo de modo más interrelacional, vamos a crear más otros, más enemigos… Debemos tener mucho cuidado en ver al hombre y a la mujer como seres interdependientes».

«Generalmente –prosigue–, somos bastante diferentes (sin llegar nunca al extremo de decir: “Todas las mujeres son así, todos los hombres tienen estos rasgos”), pero el reto es afrontar las diferencias y los conflictos que surgen de manera positiva. La sociedad occidental anima a decir: “Me voy a divorciar de ti porque no estás de acuerdo conmigo en esto y en esto”, pero en la India, donde no puedes simplemente romper los vínculos familiares, he tenido muchas experiencias sobre cómo es posible afrontar esas situaciones conflictivas para encontrar espacios para el avance de la mujer, sin dinamitar toda la estructura social».

Y no es que no haya estructuras sociales y culturales dañinas que derribar. «Pero necesitamos hacerlo enraizadas y afianzadas sobre el terreno, a partir de las necesidades reales, no desde la ideología ni desde soluciones artificiales elaboradas en una universidad».

Para esa inmersión en la realidad, «necesitas a los grupos de mujeres», que se reúnen para analizar los problemas, tomar conciencia sobre su propia situación y buscar soluciones concretas».

Ahí es donde pone Call-Harris las esperanzas para la emancipación de la mujer. Cuenta, a modo de ejemplo, un reciente encuentro que organizó con 50 mujeres activistas de todo el mundo (Filipinas, Palestina, Colombia, España…) y 50 mujeres indias extremadamente pobres, organizadas por Ekta Parishad en grupos locales. «El grupo de las líderes quedó muy sorprendido por la sabiduría de estas últimas. Son mujeres que nunca aparecerán en los medios, nunca se habla de ellas, pero construyen la paz todos los días, de forma muy creativa, consiguiendo sacar adelante a sus familias en medio de todas las dificultades imaginables. Las activistas aprendieron mucho de sus luchas diarias; acabaron diciendo que sería de justicia darles el Nobel de la Paz».