Agua subterránea - Alfa y Omega

La Codosera es un pequeño pueblo de Badajoz en la frontera con Portugal. La primavera allí es espléndida, las aguas subterráneas hacen que el entorno sea muy frondoso. Se alza sobre un cerro del pueblo, junto al castillo, la imagen imponente del Corazón de Jesús. Llama la atención una talla de tal calidad artística y de más de dos metros en el recóndito municipio, como si Jesús en su majestad mostrara su preferencia por lo humilde y escondido.

La historia de esta escultura la conocí cuando visité el santuario de Nuestra Señora de Chandavila. El camino del pueblo al santuario lo jalona un vía crucis. En la ermita nos recibe la talla de una Madre enlutada y doliente. La cuidadora del santuario nos reconoce como turistas y comenta: «Éste es un lugar muy importante. La Virgen hace muchos milagros. Vean los exvotos». No me gustan los exvotos, artículos ortopédicos y figuras de cera desordenados y polvorientos, pero me impresionan los testimonios. Vuelvo a mirar a la Virgen habiendo recobrado el deseo de liberarme de los dolores que desde hace meses me atormentan, suplicando una curación de la que había desesperado. Porque allí está Ella, Salud de los enfermos, sosteniendo mi lucha, conociendo lo que no he podido contarle a nadie, dando sentido a un dolor que se une al plan redentor de su Hijo. «Sí -le digo a Ella-, como tú, acepto».

Visitamos la capilla de la Reconciliación, y nos llama la atención una copia de El Expolio, de El Greco. Lo comento con mi marido. El cofrade de Chandavila, don Antonio Rodríguez, sorprende nuestra conversación. Nos cuenta la historia del autor de El Expolio, de las tallas de la Virgen y del Corazón de Jesús. Es Jenaro Lázaro Gumiel, prestigioso imaginero zaragozano, devoto de María y enamorado de Chandavila, que se instaló en el castillo de La Codosera. Nos explica también don Antonio que la imagen de la Dolorosa corresponde a la descripción de la Virgen de la niña Marcelina Barroso, a quien se le apareció allí, siendo la única aparición de la Dolorosa que se conoce. Nos muestra el lugar exacto de la aparición.

Amablemente, nos abre el museo de Lázaro Gumiel, donde se guardan impresionantes tallas de escenas del Nuevo Testamento. Me seduce la visión en acto que el artista tenía de lo que son en la Biblia palabras; las tallas, obra de un imaginero, tienen el dinamismo único de este tipo de arte, el cuidado del detalle que se aprecia en las venas que recorren las manos de las esculturas, como de personas en tensión. Me emociono. Ese gran artista había puesto al servicio de Dios todo su talento.

Don Antonio se despide invitándonos a la fiesta del santuario de Chandavilla, el 27 de mayo, cuando se conmemoran las apariciones. Regresamos al hotel. La dueña, Rosa, es una mujer hospitalaria y de trato familiar. Le cuento que venimos del santuario de Chandavila, de rezarle a la Virgen. «Tenéis que volver. Dicen que a la Virgen le cambia la cara». No lo tomo como una superstición. Quiero creer que está viva, que es Ella el misterio de este recóndito espacio, el agua subterránea que hace tan hermoso todo lo visible en aquel lugar al que quiero volver.