«Sus vestidos brillaban de resplandor» - Alfa y Omega

«Sus vestidos brillaban de resplandor»

II Domingo de Cuaresma

Daniel A. Escobar Portillo
Transfiguración de Jesucristo. Kiko Argüello. Catedral de la Almudena de Madrid

Tras escuchar la narración de las tentaciones del Señor en el desierto, este domingo Lucas nos presenta el episodio en el que el Señor se transfigura ante Pedro, Juan y Santiago. El pasaje no utiliza el término «transfiguración», sino que se refiere a lo sucedido diciendo que «el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor». Sin esperarlo, la gloria de Dios se manifiesta ante los discípulos como una realidad. Si en la descripción de las tentaciones del Señor se anticipaba, en cierto modo, el momento de la prueba de Getsemaní, ahora se presagia la gloria definitiva de Cristo tras su Resurrección.

El contexto de oración

El lugar escogido para esta manifestación en gloria de Dios es lo alto de un monte, y el momento es «mientras oraba». Resulta familiar en la Escritura y fuera de ella la vinculación entre la presencia de Dios y determinados lugares geográficamente elevados. Este es también el motivo por el que muchas de nuestras iglesias se ubican, si no en el lugar más elevado, sí en determinados promontorios a los que es necesario ascender para llegar a ellos, o en altozanos, cuando se trata de un terreno llano.

El diálogo con Dios en oración desencadena la transformación de aspecto en Jesús, que sus discípulos más íntimos podrán presenciar. Sin embargo, Lucas ha querido destacar el contraste entre el Señor en actitud de oración y los apóstoles, que «se caían de sueño». ¿Cuál es, pues, el significado de esta contraposición? No es la primera vez que vemos a Jesús orando, especialmente durante la noche o al alba, momentos del día que, debido a la ausencia de luz, están naturalmente destinados al descanso. Pero más allá de este dato, con esta circunstancia se quiere mostrar que el diálogo con Dios a través de la oración es capaz de mantener al hombre despierto, no solo biológicamente, sino sobre todo interiormente. En cambio, Pedro y sus compañeros permanecen ajenos al principio de la escena. Igualmente, la somnolencia refleja que más allá del agotamiento físico hay una dificultad por parte de los apóstoles para comprender lo que se les estaba revelando.

Hablaba de su éxodo con Moisés y Elías

Junto a Jesús aparecen dos personajes: Moisés y Elías; así como una conversación sobre «su éxodo, qué él iba a consumar en Jerusalén». El término éxodo, referido de modo inmediato a la Pascua, implica de nuevo una antítesis entre la gloria en la que están envueltos en ese instante y el «paso» inevitable del Señor por la muerte cuando culmine el ascenso a Jerusalén. Ciertamente se vislumbra el triunfo definitivo sobre la muerte, pero para ver esa gloria, antes habrá que padecer y morir, conforme describe el primer anuncio de la Pasión unos versículos antes del pasaje de la transfiguración. La conversación de Jesús con Moisés y Elías busca destacar que en Jesucristo se cumplen las promesas del Antiguo Testamento. En efecto, los judíos se referían a la Biblia como a «la Ley y los profetas», siendo Moisés el máximo representante de la Ley y Elías de la profecía. Pero no es esto, quizá, lo más importante, sino que ambos habían recibido una revelación y una misión por parte de Dios. Moisés pide al Señor en el monte que le muestre su gloria. De modo imperfecto es capaz de verla pero solo de espaldas, en una manifestación imperfecta. El cometido encomendado será transmitir la Ley al pueblo elegido. Elías, en cambio, descubrirá la presencia del Señor en una suave brisa, y el Señor le pide ungir a un rey y consagrar a Eliseo como profeta. También a nosotros se nos ha manifestado ahora el Padre, a través de Jesucristo, en cuyo rostro vislumbramos la belleza y grandeza de Dios. La misión que se nos encarga se encuentra al final del pasaje, cuando una voz desde la nube declara: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». La novedad que nos trae Jesucristo no supone ya simplemente una tarea concreta, como sucedía con Moisés y Elías, sino que implica una relación personal con él, en la que entra en juego nuestra libertad y voluntad, superando el carácter parcial de las teofanías anteriores.

Evangelio / Lucas 9, 28b-36

En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.