Un socio leal, pero crítico - Alfa y Omega

Un socio leal, pero crítico

El Papa recibe mañana en el Vaticano al Secretario General de las Naciones Unidas, acompañado por unos treinta representantes de diferentes agencias de la ONU. Se trata de una auténtica cumbre bilateral. La ONU sabe que tiene en el Vaticano a un socio leal, pero muy crítico con la agenda ideológica que promueven algunas de sus agencias

Jesús Colina. Roma
El cardenal O’Malley, junto a Mary Collins, informó el sábado sobre los trabajos de la Comisión para la Defensa de Menores

El encuentro de mañana del Secretario General de la ONU con el Santo Padre tiene lugar en momentos de tensión entre instituciones de las Naciones Unidas y la Iglesia católica. La última crisis ha estallado esta semana. La Santa Sede ha sido acusada de no respetar la Convención contra la Tortura por los casos de abusos sexuales, que en el pasado cometieron clérigos en varias partes del mundo.

El lunes, tomó la palabra ante el Comité sobre la Convención contra la Tortura (CAT) el representante del Papa, el arzobispo Silvano Maria Tomasi, para dejar claro que la Santa Sede apoya los objetivos y principios de esa Convención que el Vaticano firmó en 2002. En segundo lugar, aclaró que los casos de abusos sexuales dentro de la Iglesia católica nunca han sido promovidos ni justificados por la Santa Sede. Por otro lado, la Santa Sede no tiene jurisdicción directa sobre los sacerdotes que cometieron esos abusos en diferentes diócesis del mundo.

Una de las víctimas de abusos sexuales de un sacerdote explica de dónde surge la confusión entre miembros de la Comisión de la ONU y el Vaticano. Mary Collins, irlandesa, que cuando era niña fue víctima de un clérigo, nombrada por el Papa miembro de la recién creada Comisión Pontificia para la Defensa de Menores de Edad, reconoce que, para muchas víctimas, el abuso sexual es «una tortura». Ahora bien, la «tortura de Estado», que es el objetivo de la Convención de la ONU, es algo «totalmente diferente» al crimen de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Nadie en su sano juicio puede afirmar que la Santa Sede o alguna diócesis hayan utilizado esos abusos como instrumento de tortura.

Se trata de acusaciones cargadas de prejuicios ideológicos, o simplemente surgidas de la ignorancia, que, sin embargo, en nada afectan al decidido compromiso del Papa y de la Santa Sede para lograr que no se vuelvan a repetir nunca más casos de abusos de sacerdotes. Precisamente este 3 de mayo, la Comisión Pontificia contra los abusos de niños, creada por el Papa, ha anunciado que se seguirán adoptando medidas a nivel de la Iglesia católica para asegurar la cercanía a las víctimas y preservar la seguridad de todos los jóvenes y niños en ambientes eclesiales.

Campaña ideológica

La Santa Sede es Observador permanente de las Naciones Unidas, es decir, tiene voz pero no voto en las deliberaciones de su Asamblea. Se trata de un estatuto en el que el Vaticano se siente cómodo, pues respeta su identidad: puede ofrecer una contribución positiva a las deliberaciones, a la luz de la visión cristiana, sin verse obligado a tomar decisiones políticas o favorables a un bloque de países en perjuicio de otros. La Santa Sede es, con Palestina, el único Observador en la ONU. Suiza lo era hasta 2002, cuando decidió en referendum su plena adhesión.

En la década pasada tuvo lugar una campaña para que se expulsara a la Santa Sede de las Naciones Unidas, por parte de grupos abortistas, por la defensa de la vida que promueve la Santa Sede en los foros internacionales, aunque la campaña no tuvo apoyo dentro de la Asamblea, pues los representantes de las naciones saben muy bien que ya antes de la creación de los Estados Pontificios, en el siglo IV, la Santa Sede dio vida a lo que hoy llamamos representación diplomática. Sin la Iglesia y el Papa, la diplomacia internacional no sería como es hoy.

En las últimas décadas, cuando las grandes potencias han querido eliminar del mapa el papel de la ONU, con frecuencia la Santa Sede se ha convertido en su aliado más autorizado, pues considera como necesaria esa mesa común en la que la comunidad internacional pueda resolver conflictos y crear planes de ayuda y desarrollo. Al mismo tiempo, la Santa Sede ha rechazado las pretensiones de algunos de convertir a la ONU en una especie de Gobierno de gobiernos, atribuyéndole un papel que nadie le ha otorgado. Y así, de este modo, a la vez que no ha dudado en condenar la invasión de Irak, contraria al derecho internacional, ha alzado la voz contra la agenda ideológica de algunas agencias de la ONU, empeñadas en promover la ideología de género, o el control de la población, recurriendo incluso al aborto. Esto explica seguramente la virulencia con la que, desde algunos sectores de la ONU, se ha atacado al Vaticano, mientras que, al más alto nivel, los sucesivos Secretarios Generales de las Naciones Unidas siempre han tenido en alta estima a los Papas. La visita de Ban Ki-moon al Vaticano es la última prueba de ello.