Una Iglesia que acompaña en la diáspora - Alfa y Omega

Una Iglesia que acompaña en la diáspora

La vulneración de derechos está a la orden del día en la Frontera Sur. En este contexto de violencia, la Iglesia se ha convertido en un espacio seguro para los migrantes

Rodrigo Moreno Quicios
Al estar más alejados de las ciudades, algunos grupos de migrantes se instalan en los bosques del norte de Marruecos para evitar los desalojos forzosos. Foto: AFP/Fadel Senna

En la diócesis de Tánger, al norte de Marruecos, cada vez es más frecuente ver personas «en una situación de vulnerabilidad extrema por las heridas y deportaciones que han sufrido», explica su delegada de Migraciones, la vedruna Inma Gala. Estratégicamente ubicado entre Europa y África, este territorio ha sido testigo del paso de 65.000 personas a España en 2018. Sin embargo, no todos llegaron a su destino. Según un informe de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, más de 1.000 personas murieron el año pasado intentando alcanzar las costas españolas. Cuatro veces más que en 2017.

Los diferentes acuerdos con los que España ha trasladado el control de los flujos migratorios a Marruecos han provocado que el país vecino, en vez de un lugar de tránsito, se haya convertido en un destino forzoso para muchos migrantes que viven atrapados entre dos tierras.

Como denuncia la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), las personas instaladas en campamentos sufren con cierta regularidad desalojos violentos por parte de las fuerzas de seguridad. Así ha sucedido numerosas ocasiones en los campamentos del monte Gurugú, los asentamientos que rodean la Facultad de Derecho de la ciudad de Oudja y las barriadas de Nador y Boukhalef, cerca de Tánger.

También Human Rights Watch ha denunciado las prácticas de dispersión del Gobierno marroquí que, sirviéndose de autobuses, recoge a migrantes cercanos a la frontera con España para trasladarlos a diferentes centros de retención desperdigados por 18 ciudades del sur del país. Una vez allí, si el cuerpo aguanta, la marcha hacia Europa vuelve a comenzar.

Una Iglesia para curar las heridas

En este contexto de muerte, la diócesis de Tánger supone uno de los pocos espacios seguros para los migrantes que pasan por el país. «Los intentamos acompañar porque muchos han sufrido violaciones de derechos humanos y no han podido realizar su duelo en todo el proceso», aclara la delegada de Migraciones. Así, no solo reciben ayuda humanitaria básica como la ropa y el abrigo. También pueden alojarse en los terrenos propiedad de la Iglesia, cuentan con acceso a la higiene y reciben atención psicológica.

Los programas de la diócesis prestan especial atención a las mujeres, quienes corren un doble peligro al desplazarse por un país desconocido. Aparte de sufrir las mismas vulneraciones de derechos que los hombres, pueden ser violadas o incluso ser secuestradas por una mafia para ejercer la prostitución.

Al estar más alejados de las ciudades, algunos grupos de migrantes se instalan en los bosques del norte de Marruecos para evitar los desalojos forzosos. Foto: AFP/Fadel Senna

Con el objetivo de ayudar a estas mujeres golpeadas por la violencia, la diócesis cuenta con el apoyo de Alboan. A través del programa Mieza, la ONG jesuita entrevistó entre 2017 y 2018 a más de 150 mujeres y niñas en ocho países africanos (entre ellos Marruecos). Con los datos recabados, elaboró en 2018 un diagnóstico sobre la situación de la mujer migrante en Tánger que, como explica un portavoz de la ONG, «sirvió a la diócesis para desarrollar el proyecto Espacio de mujer».

Este proyecto de la diócesis de Tánger atiende a las mujeres que han sido víctimas de abusos. «Intentamos acompañar a nivel psicológico y con dinámicas de grupo para que la mujer pueda empoderarse ante las situaciones que ha vivido», cuenta la delegada de Migraciones. Una ardua tarea en la que trabaja codo con codo con entidades benéficas como la cordobesa Fundación Ödos, la Fundación Cruz Blanca de Ceuta, Cáritas Rabat y la asociación marroquí 100 % Mamans.

La diócesis también tiende puentes con instituciones públicas como el Consejo Nacional de Derechos Humanos de Marruecos (CNDH). Este organismo, a través de sus informes, pide al Gobierno «una política migratoria y de asilo radicalmente nueva». Para Inma Gala, organizaciones como esta suponen un motivo para la esperanza en un país en el que «se dan las dos caras de la moneda». «Por un lado hay brotes de racismo, pero también hay colaboración entre entidades dedicadas al tema migratorio», considera.

Echando raíces

Otra de las actividades que la Iglesia organiza para los migrantes es Manos creadoras, una iniciativa dirigida a las personas que quieran finalizar su viaje en Marruecos. «Intentamos montar diferentes empresas de carpintería, tiendas de artesanía africana y pequeños negocios de peluquería», explica Inma Gala.

De este modo, la diócesis de Tánger pretende ligar a las familias al territorio, pues tener un empleo es condición indispensable en el país para regularizar su situación. «Si se les termina el contrato vuelven a estar indocumentados», explica la delegada diocesana. Por ese motivo, la diócesis ha apostado por facilitar el autoempleo para que estas personas puedan renovar periódicamente su tarjeta de residencia y, finalmente, acceder a una vivienda.