Antonio España: «Francisco ha quitado miedos hacia los jesuitas» - Alfa y Omega

Antonio España: «Francisco ha quitado miedos hacia los jesuitas»

El provincial de la Compañía de Jesús, acaba de enviar a los 950 jesuitas y 10.000 colaboradores de la congregación en España la hoja de ruta para los próximos seis años. En su primera entrevista desde su elección en 2017, Antonio España repasa las dos grandes crisis que ha tenido que gestionar (Cataluña y los abusos sexuales) o el cambio de percepción en la Iglesia hacia los jesuitas desde la elección de Francisco

Ricardo Benjumea
El Papa Francisco saluda a Antonio España, durante un encuentro con los nuevos provinciales jesuitas, en Roma, el 12 de noviembre de 2018. Foto: Vatican Media

Esta es su primera entrevista tras casi dos años como provincial. ¿Por qué ha tardado tanto?
Yo lo que tengo es que trabajar, no hacer entrevistas [ríe]. ¡Cada entrevista se tarda un tiempo en prepararla!

Tampoco son unas oposiciones…
No, pero hay que prepararla. Yo no hablo por mí mismo, sino en nombre de la Compañía. No puedo decir cualquier cosa.

¿Cuál es su balance de este año y diez meses?
Cuando me nombraron provincial una amiga me regaló esta batuta [la muestra]. El director de orquesta dirige la interpretación de una partitura para que todos tratemos de llevar esa música en común, que en este caso consiste en hacer el Evangelio vida. Hay 950 jesuitas en la provincia, apasionados y entregados a su trabajo. Estoy enormemente agradecido por ello. Y lo mismo puedo decir de los colaboradores y colaboradoras. Los directos son más de 10.000 en España, sin contar a los que echan una mano en nuestras obras; ahí ya el número se dispara. Unos van al corazón de esa misión con su vocación cristiana y el carisma ignaciano; otros se sienten atraídos por el servicio que se ofrece a la Iglesia y a la sociedad… En todo caso intentamos formarlos para alinearlos con la misión, conscientes de la pluralidad que existe en la Compañía. Pluralidad entre jesuitas, pluralidad entre colaboradores y también pluralidad entre las personas a las que atendemos: desde un hogar de acogida residencial en Gijón o Alicante, a los alumnos de los másteres y doctorados de Deusto y Comillas. Y en medio, un grupo enorme de colegios, de parroquias…

También le ha tocado en este tiempo hacer frente a dos crisis muy complicadas: los abusos sexuales y el conflicto político catalán, que ha generado mucha división interna en las congregaciones religiosas, aunque usted fuera ya elegido con las cinco provincias que existían en España unidas en una sola, incluida la Tarraconense [la unificación concluyó en 2014]. ¿Arrancamos por esto último? ¿Cómo lo ha vivido usted?
Cuando yo empiezo, en julio de 2017, se está armando el procés. En octubre [con el referéndum independentista], en la Comisión de Ministerios de la provincia, planteé la necesidad de una palabra. De ahí surgió una primera carta interna sobre cómo vivir misionalmente esta situación de conflicto. Este año, en enero, antes del juicio, hicimos una segunda carta para jesuitas y colaboradores. Igualmente buscaba dejar claro que la misión es lo primero, antes que la opción política. Y se planteaba cómo ayudar a reconciliar en una Cataluña dividida, tratando de tender puentes entre catalanes y con el sistema constitucional español.

Yo he tratado de no polarizar a la Compañía, que es muy diversa y plural. Si nos metiéramos en política nos dividiríamos, y creo que esto la mayoría de los jesuitas lo han comprendido, y que también la inmensa mayoría de nuestros colaboradores lo han agradecido. En alguna comunidad me han preguntado cuál es mi opinión personal. Mi respuesta ha sido siempre: «No creo que la deba decir».

Esa labor de tender puentes a la que alude, ¿qué repercusiones ha tenido?
Honestamente, en un contexto ahora mismo preelectoral y tan polarizado, una palabra que trate de ser conciliadora tiene poco eco. Nosotros hemos puesto en marcha grupos informales de jesuitas y laicos para estudiar cómo abordar un tema donde se ve una distancia emocional tan grande. Y ha habido encuentros, como la mesa redonda en San Cugat de jesuitas catalanes con opciones personales distintas, con el objetivo de ayudarnos simplemente a ponernos en el lugar del otro. En San Cugat sí se pudo hablar, pero ¿qué efecto tiene esto en la sociedad? Lo que unos y otros quieren es que nos alineemos. En un contexto de polarización uno debe situarse a la derecha o a la izquierda; en el centro no hay nadie. Los ángulos, las dimensiones de los problemas complejos… no se pueden ver.

Una cultura de la protección frente a los abusos

Pasemos a los abusos sexuales, un tema que en la Iglesia todavía cuesta afrontar.
Nos cuesta mucho, sí. Hay que pasar por un proceso de conversión, que nos llevará a quitarnos algunas vendas. ¿Que nos va a generar sufrimiento? Sí. Esto nos hace vulnerables, pero tenemos que afrontarlo; esta crisis es una llamada a tomarnos muy en serio a las víctimas.

La Compañía de Jesús está abriendo espacios de escucha a sus víctimas y ha comenzado a revisar sus archivos en busca de casos ocultos. ¿Este es el camino?
Yo creo que toda la Iglesia española está tratando de responder como mejor puede a este desafío, y lo que más nos puede ayudar es conocer lo que han hecho otras Iglesias en el mundo. Esta crisis nos ha enseñado que, como Iglesia, no somos intocables. Tenemos que afrontar el presente con honestidad y el pasado con la responsabilidad que tenemos sobre las víctimas que han callado. Porque su dolor –lo dice el Papa– es nuestro dolor. Y a partir de ahí, para el futuro, necesitamos crear una cultura de la protección. Vamos a tardar un tiempo, porque esto no se hace de un día para otro.

¿Por qué?
Porque, como dice la expresión, es cultura, se trata de mecanismos internos que se generan en las relaciones sociales. Ante abusos del tipo que sea, a menores o a adultos, a menudo hemos reaccionado poniéndonos nerviosos.

¿Habla usted de toda una cultura institucional?
Y también social. Hay una cultura que o bien silencia, o bien habla y denuncia; que está con la víctima o que le dice: «Arréglatelas tú, es tu problema». Institucionalmente, nuestra responsabilidad es crecer en una cultura de la protección. Esto supone aplicar mecanismos internos de control para tener cuidado con que no se cuelen determinadas personas. O aplicar procedimientos que permitan una evaluación externa, de modo que desde fuera nos digan si tenemos entonos seguros o no.

¿Cómo se crean esos espacios seguros?
Yo acabé mi formación en el teologado de Boston, y allí, en el año 98, lo primero que nos presentaron fueron unas normas para el trato pastoral y entre jesuitas. Eran cuestiones básicas como que, cuando te reúnes con alguien, sea menor o adulto, la puerta debe estar abierta, a menos que la persona que viene acepte que se cierre. Y en una parroquia a la que me enviaron, el párroco me dijo: «Con los menores, nunca a solas. Y si no conoces a la familia, para saludarlos, les das la mano». Al principio estas medidas te chocan, pero son normas sanas, consiguen que nadie se sienta violentado. Cuestiones de sentido común, como evitar lenguajes ambiguos.

Cuando el anglosajón habla de conductas «inapropiadas» no se refiere solo a «indecorosas», sino a «inadecuadas», que es algo mucho más amplio.
Claro… Estuve medio año en el Servicio Jesuita para Refugiados, en Kenia, y nada más llegar, la religiosa responsable de mi formación me advirtió: «Los refugiados y refugiadas son vulnerables. Por tanto, tú tienes asimetría con ellos. Y eso a ti te hace tener poder». Empezó a repasarme posibles conductas y, al día siguiente, me preguntó si había leído bien la documentación que me había entregado, si tenía alguna duda… Y me hizo firmar esos papeles. Eso fue lo primero. En el campo de refugiados te encuentras con personas vulnerables, muy necesitadas, que buscan un soporte. El problema es cuando uno se llega a creer dios, y casi hace de imán en estas situaciones.

¿Incluye en esas situaciones de vulnerabilidad otras como cuando una persona le abre su corazón a un sacerdote durante una confesión o en un acompañamiento espiritual?
Ayer fui a visitar a una persona enferma y yo no conocía a la familia. Llegas, te abren la casa, la hija habla contigo, ¡pero de cosas muy profundas: del sentido de la vida, de la enfermedad, de la muerte…! Y te pones a hablar con el enfermo, en unos niveles donde, o percibes que hay un misterio de Dios que nos trasciende, o puedes atesorar esto como un poder más. Es lo mismo que ocurre cuando viene un adolescente o un joven y te cuenta una historia de alegría o de dolor: o agradeces a Dios que te permita entrar en la vida de esa persona para acompañarla, o adquieres un enorme poder sobre ella.

Luego el origen de los abusos es una crisis de fe.
Ese es el origen. En los casos de abuso sexual, debemos ser conscientes de que hay siempre un abuso previo, que es el de poder. Necesitamos calibrar bien qué relaciones tenemos con los demás.

El proyecto de los jesuitas de España para los próximos seis años

Acaba de aprobarse la versión definitiva del nuevo Proyecto Apostólico de la provincia de España para los próximos seis años. ¿Qué puntos destaca usted?
El 19 de febrero el padre general [Arturo Sosa] nos dio las preferencias apostólicas para toda la Compañía de Jesús. Y luego, en la Provincia de España, ayer [19 de marzo] envié por vía postal el Proyecto Apostólico para los próximos seis años, después de un año de trabajos. Nos encontramos con dos desafíos principales para jesuitas y colaboradores: mantener y dinamizar la misión, e ir ajustando esa misión a nuestras fuerzas. Partimos, en primer lugar, de una identidad cristiana e ignaciana común. Eso necesita de nosotros profundidad espiritual, celebrar encuentros… Desde la identidad, nos planteamos cómo dirigir nuestras obras y hacia dónde queremos llevarlas. Después se pasa a los agentes, a cómo fortalecer la vida religiosa en las comunidades, a la formación de laicos y laicas… Y a la opción (que coincide con la preferencia apostólica del padre general) de caminar con los pobres, con los excluidos, con los migrantes, con las víctimas de cualquier tipo… Junto a eso hay otros temas, como la búsqueda de nuevos lenguajes de fe y la promoción de vocaciones.

Antonio España, con unos niños, en el colegio Nuestra Señora del Recuerdo. Foto: Prensa Jesuitas

Simultáneamente, la Compañía de Jesús en España acaba de anunciar una revolución en su pastoral juvenil, agrupándola toda bajo la marca MAG+S.
MAG+S nació vinculada a las Jornadas Mundiales de la Juventud y, sobre todo, le marcó la de 2011, en Madrid. Se empezó a pensar por qué no dar continuidad a estos grupos MAG+S, y desde ahí se ha estado trabajando, como vía de aproximación a universitarios y a jóvenes profesionales, a antiguos alumnos de nuestros colegios…, mostrándoles la experiencia de Dios a través de los ejercicios y del discernimiento; de caminar con los pobres… Todo esto son también preferencias del padre general.

¿No entra MAG+S en colisión con CVX?
CVX, desde que comienza su andadura en los años 60, es una asociación pública de fieles internacional. Por un lado, hay gente de CVX colaborando en MAG+S, y muchas personas que, tras pasar por MAG+S, dan el paso a CVX. Queremos que CVX siga siendo una comunidad de vida cristiana relacionada con la Compañía pero que también tiene su identidad propia. Y que además también tiene que crecer por el mundo.

¿Qué dicen todas estas reorganizaciones sobre la visión de los jesuitas de España –y la suya propia– acerca del futuro de la Iglesia?
Junto con el resto de la Iglesia, vamos viendo la necesidad de una profundización en la transmisión de la fe. Seremos una Iglesia más minoritaria pero más comprometida. Nos necesitamos todos en una misión compartida: clérigos, religiosos, religiosas, lacios y laicas, cada uno aportado su propia vocación, y viendo también qué podemos seguir aportando a la sociedad desde nuestros entornos sociales, sanitarios, educativos, intelectuales, religiosos…

En lo que se refiere a incidencia social, últimamente los jesuitas de España han estado muy presentes en la prensa: con la Cátedra Santander de los Derechos del Niño de Comillas, que ha desempeñado papel protagonista en la elaboración Ley de Protección Integral de la Infancia y la Adolescencia; trabajando contra el cambio climático por medio de la Cátedra BP de Desarrollo Sostenible; un profesor de Comillas es el nuevo presidente del Comité de España de Bioética…
Sería imposible citarlo todo. Tenemos las iniciativas de Deusto para la reconciliación en el País Vasco; el proyecto ecológico de Inea Valladolid, que aúna la formación de ingenieros agrícolas con el cuidado de la casa común; el trabajo y la reflexión de Pueblos Unidos sobre los centros de internamiento de inmigrantes (CIE); los proyectos de hospitalidad para acoger refugiados e inmigrantes; la labor de concienciación que realiza Entreculturas-Alboan sobre niñas y mujeres; nuestros 68 colegios…

A algunos de estos colegios se les presenta como ejemplos de innovación pedagógica. Pero también existe la acusación de elitismo.
Antes que la innovación pedagógica, que es importante, yo quisiera destacar que son sobre todo centros de evangelización primaria, porque debido a los cambios sociales cada vez estamos en entornos menos cristianos y más de primera evangelización. Con respecto a esa imagen de colegios de clase media-alta, según un un estudio que hicimos hace dos años, Pisa for Schools, los tenemos distribuidos por todo el espectro, pero mayoritariamente situados en el centro.

«No somos progres»

En todo caso, para lograr incidencia social, es necesario asumir riesgos.
Si no dices nada, sabes que no te vas a equivocar. En los ejercicios espirituales de san Ignacio hay un elemento que nos ayuda a comprobar la experiencia de Dios: la apertura a ambientes adversos. Ignacio lo llama pobreza, humillaciones y humildad; son los tres escalones. Nuestra espiritualidad nos ayuda (no siempre lo conseguimos) a situarnos en esos escenarios. Y la misión nos lleva a tratar de abrir campos, sabiendo que no vamos a ser aplaudidos por todos. A mí me hace gracia que nos llamen progres. ¡No somos progres! [ríe]. Simplemente tratamos de llevar adelante nuestra misión lo mejor que podemos, intentado ser fieles a la Iglesia y a nuestra vocación. En unas cosas avanzamos y en otras nos mantenemos donde hay que mantenerse.

¿Cómo ha cambiado en el resto de la Iglesia la percepción hacia los jesuitas desde la elección de Francisco?
La elección del Papa ha llevado a algunos sectores de la Iglesia a quitar miedos a un Papa jesuita y, en general, a la Compañía de Jesús. Nos hemos quitado miedos mutuos, y estamos enormemente agradecidos por eso.

Los jesuitas no renuncian en cualquier caso a seguir abriendo debates a veces incómodos, como en el caso de la homosexualidad, con el reciente libro del norteamericano James Martin, SJ.
En EE. UU. este debate lleva más tiempo, y la Iglesia se ha ido implicando progresivamente. En esto yo creo que estamos abiertos a intentar dar una respuesta evangélica a las personas homosexuales que quieren vivir su fe dentro la Iglesia. Porque si quisieran vivir al margen, no habría respuesta que dar, pero quieren vivir dentro de la Iglesia, así que tendremos que acompañarlas. Nuestra labor como Compañía yo creo que es simplemente acompañar. Hay movimientos eclesiales que están dando pistas en este terreno.

Esto es algo que plantea el Papa en la Amoris laetitia: ¿cómo acompañar en la fe a toda persona que viene a nuestro lado? En esta exhortación y con el Sínodo de la familia se puso sobre la mesa la necesidad de discernir más todas las situaciones con las que nos encontramos.

¿Y otros debates? Por ejemplo, la mujer. Ahí yo creo que nos queda mucho por hacer para iniciar una reflexión sobre su aportación eclesial. Nuestras facultades de Teología creo que podrían implicarse mucho más.

¿Percibe una mayor apertura ahora en la Iglesia a este tipo de debates?
Partimos de una comunión eclesial en doctrina y en moral: ese es el punto de partida. Pero desde la unidad, la Iglesia puede seguir reflexionando y seguirse planteando interrogantes sobre cómo concretar ese núcleo de fe y de moral que queremos llevar adelante. Yo creo que la Iglesia en general se está dando cuenta de que necesitamos abrir puntos de diálogo y de encuentro, sin que eso suponga ir contra nuestro núcleo de fe. Ha habido experiencias de dialogo desde los tiempos de los primeros cristianos, con su encuentro con la cultura greco-romana, que posteriormente se asume.

Pero cuando los jesuitas han planteado abrir diálogos similares con las culturas asiáticas no siempre se ha asumido que esto fuera lícito.
Cuando Mateo Ricci va a Pekín, entra en la Ciudad Prohibida y es valorado como gran científico, pero ante la controversia de los ritos funerarios acepta que tiene que salir del país, a pesar de que [contra la interpretación de Roma] él no percibiera aquello como una idolatría, sino simplemente como un elemento cultural, no un problema religioso. Son cosas que han sucedido en la historia de la Iglesia: a veces se han dado pasos y a veces se han parado, para posteriormente ser recuperados. En América, la historia de las reducciones termina con un problema político, debido a los reinos de Portugal y España, pero el legado que dejaron es el sueño de crear ciudades organizadas desde la justicia, y eso se ha ido recuperando después. La historia, a veces, es paradójica.

¿Como con la reivindicación del padre Arrupe, con la apertura de su causa de canonización?
A mí Arrupe me recuerda al ginkgo biloba, un árbol prehistórico de origen japonés que ha resistido eras geológicas. Se le llama «el árbol de la esperanza», y esto tiene que ver con Hiroshima. En la zona cero, donde cayó la bomba, quedó un ginkgo totalmente calcinado. Los japoneses lo mantuvieron como recuerdo, pero pasados los años el árbol revivió. Yo creo que Arrupe, con su historia (los años políticamente convulsos en Bilbao y Madrid; el exilio; la cárcel en Japón, acusado de espía; Hiroshima…), refleja algo similar al ginkgo: cuando parece que todo se acaba, hace brotar la esperanza. Y eso es para mí Arrupe, junto con la frase: «Tan cerca de nosotros no había estado el Señor, acaso nunca; ya que nunca habíamos estado tan inseguros». Esa es la experiencia del mundo actual. Nos sentimos inseguros, pero ojalá podamos caminar hacia una fe que desde la inseguridad nos abre a un Dios siempre mayor.