Un pintor en búsqueda de Dios - Alfa y Omega

Un pintor en búsqueda de Dios

La Fundación Mapfre abre sus salas a la primera exposición que se dedica en España al artista italiano Jacopo Carucci (1494-1557), más conocido como Pontormo, uno de los grandes representantes del manierismo. La muestra expone una selección de 69 dibujos procedentes en su mayoría de la Galería de los Uffizi, de Florencia. De forma excepcional, se presenta, también por primera vez, fuera de Italia, el Diario de Pontormo, en el que el artista redactó durante los dos últimos años de su vida las rutinas y obsesiones de uno de los creadores más extraordinarios y extravagantes que nos ha legado la historia del arte. Hasta el próximo 11 de mayo en la Fundación Mapfre de Madrid

Eva Fernández
'Estudios para el Cristo crucificado'
Estudios para el Cristo crucificado.

Jacopo Carucci era un tipo singular. En nuestra época hubiera oscilado entre los calificativos de alternativo, raro e imprevisible, pero lo que realmente le ocurría es que veía las cosas con más intensidad que sus contemporáneos. Pontormo sentía cada vez que dibujaba. Utilizaba el dibujo como una especie de mapa de su intimidad en el que se pueden identificar los trazos firmes y expresivos de un artista profundamente espiritual, que con una extraordinaria capacidad para el dibujo trató de expresar su angustia, su insatisfacción y su permanente búsqueda de Dios. Jacopo Carucci nació en Pontormo, pueblo de la Toscana del que toma su nombre. La celebración de su 520 aniversario ha servido de excusa a la Fundación Mapfre para presentar, por primera vez en España, las creaciones de uno de los artistas más sorprendentes de la historia del arte.

Tras la prematura muerte de sus padres, a los 13 años llegó a Florencia, donde tuvo la fortuna de trabajar en el taller de Leonardo Da Vinci, una impronta que marcaría al entonces adolescente Jacopo. Su formación junto a los grandes maestros del Renacimiento italiano le permitió aprender los rudimentos del dibujo. A Leonardo Da Vinci le siguió Piero di Cosimo, y posteriormente será Andrea del Sarto quien más influyó en su obra. Cuando llegaron a sus manos los grabados de Durero, el maestro alemán le dejó impactado para siempre, y su presencia se detecta en alguna de sus mejores creaciones. En el catálogo que acompaña la exposición, su comisario, Kosme de Barañano, asegura que «Pontormo pertenece a esa escasa docena de artistas de la historia del arte cuyo dibujo es diferente al de todos los demás y se reconoce al primer golpe de vista, como el de Durero, Rembrandt, Tiépolo, Poussin, Goya o Giacometti». Y es que Pontormo escapaba de sus obsesiones dibujando compulsivamente todo lo que se le pasaba por la cabeza. En realidad, necesitaba del dibujo para sentirse mejor y utilizaba el lápiz para calmar su interior.

Cuando contemplamos los dibujos de Pontormo, no sólo vemos unos volúmenes, también intuimos todo lo que el artista ha querido hacernos ver. Respecto a su técnica, utiliza fundamentalmente el lápiz negro y el rojo, casi siempre con tiza blanca, y para sus dibujos más acabados, se sirve de la sanguina. En sus primeros trabajos predominan todavía las formas blandas y suaves como en el Estudio para un San Juan Bautista (ca. 1515). Cuando la peste llega a Florencia, Pontormo se traslada a la Cartuja del Galluzzo, donde comparte el silencio de sus monjes contemplativos. Allí vivió uno de los momentos más felices y serenos de su vida y se dedicó a pintar el fresco de la Pasión de Cristo, del que forma parte Virgen en la Lamentación sobre Cristo muerto (1523-1525), en el que, a pesar de su deterioro, puede comprobarse cómo comienza a alargar las figuras y a intentar plasmar ese instante congelado de movimiento que le es tan característico. Para la Cartuja del Galluzzo también realizó los Estudios para el Cristo crucificado, que pintaría finalmente en el fresco dedicado a los estudios preparativos para la Crucifixión.

De nuevo, en Florencia

De vuelta a Florencia, su época de madurez coincide con los trabajos para la capilla Caponni, de la iglesia de Santa Felicita, en Florencia, en la que le ayuda su único y querido discípulo, Bronzino. De ahí procede su Estudio para un autorretrato, ca. 1527, preparatorio para uno de los personajes que aparecen en el Descendimiento, una de las obras que mejor representa el manierismo florentino. En este autorretrato del propio pintor, descubrimos la mirada triste y melancólica de un artista metido en su propio mundo. Su calidad como retratista se aprecia también en el Estudio para la cabeza del Niño Jesús, de facciones casi reales. Según se va acercando al final de su vida, Pontormo asimila, a través del dibujo, la monumental espiritualidad de Miguel Ángel. En el Estudio de desnudo, se adentra en las contorsiones habituales del manierismo. Dibujará muchas figuras en posturas retorcidas, como sacudidas por Dios. Es como si intentara infundir alma a sus personajes. En el Estudio para la creación de Eva, culmina el dominio del sombreado.

En el año 1545, recibe el encargo de realizar los frescos para el ábside de la iglesia de San Lorenzo. Este trabajo le llevará los últimos 11 años de su vida. Paralelamente, a lo largo de dos años Pontormo redacta un minucioso Diario, en el que relata todas sus rutinas, sus comidas, sus dolores, las fases de la luna, las visitas poco apetecibles y hasta refleja su miedo a la muerte. Por primera vez, este diario sale de Florencia para presentarse en una exposición. Un complemento perfecto para entender la personalidad de un pintor que buscaba a Dios en sus dibujos.