Vivir en la alegría misionera - Alfa y Omega

¡Qué alegría vivir conociendo y dando a conocer a Jesucristo! Para vosotros, los jóvenes, y para toda la Iglesia ha sido una alegría inmensa recibir la exhortación apostólica postsinodal Christus vivit del Papa Francisco. Habla a los jóvenes con un estilo directo y desgrana, a través de nueve capítulos, todo un proyecto que vivir y realizar con los jóvenes. Me atrevo a dividirla en tres partes: 1) Escucha lo que la Palabra de Dios, Jesucristo, María y jóvenes santos dicen a los jóvenes (caps. I y II); 2) Una afirmación y una propuesta: los jóvenes sois la hora de Dios, acoged este anuncio en las diversas situaciones y caminos que estéis sin arrancaros de la tierra y de vuestros sueños (caps. III, IV, V y VI), y 3) La pastoral de los jóvenes, su vocación y su discernimiento (caps. VII, VIII y IX).

Sintamos la alegría de descubrir cómo el Sucesor de Pedro tiene un empeño por convocar a los jóvenes a ser protagonistas de la evangelización, dejándose conquistar por un Jesús joven, que ama, salva y da vida. Seamos conscientes de que vivimos en una tierra que tiene historia y que da raíces. A los jóvenes el Señor no los quiere vacíos, desarraigados, desconfiados o sometidos a planes prefabricados; los quiere llenos de valores y no superficiales. El Papa Francisco hace una apuesta y nos llama a todos a encontrarnos con Cristo y a vivir como miembros vivos de la Iglesia que somos. Sabemos, por revelación de Dios y por la experiencia humana de la fe, que solamente Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a todas las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida y de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza.

Esas preguntas están en el corazón y en la vida de todos los jóvenes y de todos los hombres, en todas las latitudes de la tierra, unas veces conscientes y otras no. El no tener respuestas para las preguntas o pasar de hacernos tales preguntas, es síntoma de una grave enfermedad que, entre otras formas, se manifiesta en «la falta de alegría». ¿Cómo devolver la alegría? ¿Cómo llenar el corazón? ¿Cómo hacer posible que toda pregunta tenga respuesta? Los cambios sociales y culturales que vivimos nos hacen ver que, en las estructuras habituales en las que nos movemos, los jóvenes no encuentran respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas. El Santo Padre recuerda que urge fomentar la participación y el protagonismo de los jóvenes; han de ser libres para encontrar caminos con su creatividad y audacia.

Hemos de recoger todo lo que da resultado en comunicar la alegría del Evangelio; nadie puede estar excluido y a nadie se le puede dejar aparcado. La alegría del Evangelio elimina del corazón del hombre la desesperanza y la desilusión, los miedos y la cerrazón, las exclusiones y los no deseos de encuentro. Los jóvenes cristianos, sabiendo y viendo cómo queda el ser humano cuando padece «la falta de alegría», ¿cómo no vamos a salir a anunciar a quien cura, alienta, abre el corazón, nos abre a la vida, nos abre a los otros, a todos sin excepción? Jesucristo es la alegría, «la alegría de una evangelización misionera».

Viendo la realidad de los hombres y mujeres que viven junto a nosotros, los jóvenes cada día se hacen más conscientes del mandato de Jesús en sus vidas: «Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-21).

La exhortación apostólica Cristo Vive nos invita a toda la Iglesia a despertar y dejarnos sorprender por Jesucristo. Esto implica dos líneas: una llamada, búsqueda o convocatoria a la experiencia del Señor, y el desarrollo de un camino de maduración y crecimiento. Se trata de tener un encuentro con Jesucristo, una experiencia viva de Él y amor fraterno vivido en una vida comunitaria y de servicio a los demás. Porque Él nos introduce en la profundidad de la historia de los jóvenes de hoy y, de una manera clara, los invita a vivir y a protagonizar un gran impulso misionero. Es una gracia que Él nos regala en esta hora y requiere una respuesta: salir al encuentro de los jóvenes, de todos sin excepción, para comunicarles y compartir de primera mano ese don maravilloso del encuentro con Cristo. Hay que ir al corazón de todos los jóvenes desde el centro que es Jesucristo, que supone habernos encontrado nosotros con Él, haberle dejado que conquiste nuestro corazón y provoque la alegría del encuentro, que llena nuestra vida de sentido, de valentía, de renovación, de creatividad, de verdad, de amor y de esperanza. Los discípulos de Cristo, no nos podemos quedar en una espera pasiva a que vengan; el Señor nos urge a acudir en todas las direcciones para decir a todos que la última palabra, la primera y las del intermedio no las tiene más que Jesucristo. Ni las tiene el mal, ni la muerte. Las tiene quien ha triunfado sobre todo, también sobre la muerte: Jesucristo. Por ello, la Iglesia tiene que asumir el compromiso de multiplicar los discípulos misioneros.

¿Cómo desarrollar la dimensión misionera de la vida en Jesucristo? Haciendo que nuestras comunidades cristianas, que nuestras parroquias, sean «hogar», «casas de comunión», y se conviertan en centros de irradiación de la vida de Cristo. Una irradiación que nos haga vivir desde el centro hacia todos los caminos donde están los hombres. Y para lograrlo se asumen la interioridad y la alteridad, es decir, se parte de un encuentro tan fuerte con el Señor que lleva a dar la vida por los otros, impulsa a salir y a darnos; no a dar, sino a darnos. En nuestras comunidades tienen que ser habituales estas expresiones: abrir puertas, crear ámbitos de encuentro, salir a los lugares de donde no viene nadie, salir allí donde hay esclavitudes fruto de no conocer al Señor y regalar la vida a algo no a Él… Hay que eliminar fatigas, desilusiones, acomodaciones que nos adormecen.

¡Qué belleza adquiere contemplar a Jesús el Buen Pastor, para tener luz y ver, tener criterios para juzgar y normas fundantes para actuar! Que en nuestras comunidades tengamos los ojos y el corazón de Jesucristo, miradas de fe a todo y a todos, con el corazón que está ocupado por el Señor y totalmente impregnado de su amor. Todo ello nos dará unos principios que nos ayudarán a hacer proyectos evangelizadores, que alcanzan toda nuestra vida y buscan acercarse a las vidas de quienes nos encontremos en el camino.

Todos estamos llamados a vivir la alegría misionera de evangelizar, aunque el Papa Francisco invita a vivirla de una manera especial a los jóvenes. ¡Qué fuerza tiene vivir como ciudadanos del mundo y ciudadanos del Pueblo de Dios!