A propósito de un suicidio asistido - Alfa y Omega

A propósito de un suicidio asistido

José Ramón Amor Pan
Foto: Telecinco

Cuando comenzó el debate sobre la eutanasia y el suicidio asistido, ambos se postulaban sólo para enfermos terminales con dolor no controlable. Luego se abrió un poco el abanico para incluir a los enfermos crónicos con mal pronóstico y gran sufrimiento, al tiempo que el dolor de los enfermos terminales pasaba a ser también sufrimiento. Este segundo sería el caso de doña María José Carrasco. Es importante tenerlo en cuenta porque algunos se empeñan en focalizar el tema en los enfermos terminales, es decir, en aquellos con una esperanza de vida inferior a seis meses.

Lo sucedido la semana pasada, además de triste y sobrecogido, me deja con bastantes interrogantes. La principal me lleva a preguntarme por los apoyos que esta pareja ha recibido: parece que el sistema ha fallado estrepitosamente. No sólo porque no se les proporcionó en tiempo y forma la residencia asistida que demandaban, al menos para darle un respiro al marido, que tanto lo necesitaba, incluso para poder operarse de la espalda: María José tenía que experimentar que estaba siendo una pesada carga para su pareja, cuya salud se resentía por cuidarla a ella. Esta sensación tiene que ser dolorosísima, casi tanto como el dolor físico

A este último quiero también referirme, porque parece que a esta mujer no se le ha controlado eficazmente su dolor físico. Este control exigiría no solo el empleo de metadona sino también el cuarto escalón analgésico de la OMS, incluso una sedación intermitente nocturna; y también fisioterapia, apoyo psicológico y otras medidas individualizadas. Los cuidados tienen más enjundia técnica de la que a primera vista nos pueda parecer. Difícil en la situación actual de la sanidad pública.

Todo eso lleva a cuestionarme la libertad y voluntariedad de esta decisión, de uno y otro de los actores intervinientes. Más bien todo parece indicar que fueron empujados a esta dramática elección por el propio sistema. Esto tiene claras, profundas y urgentes connotaciones éticas y políticas. Una última pregunta: ¿la soledad, esa terrible epidemia que nos está invadiendo, no tiene también su parte de responsabilidad en lo sucedido? Por los datos que vamos sabiendo, estamos ante una pareja sin hijos y parece que también sin mucha otra familia que pudiera echar una mano.

Los análisis broncos y sesgados conducen siempre a pésimos resultados. Ojalá la opinión pública española, incluida la eclesial, no caiga en la trampa que le han tendido. Las personas que sufren no se lo merecen.