«La subida a la cruz» - Alfa y Omega

«La subida a la cruz»

Domingo de Ramos

Daniel A. Escobar Portillo
Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. A. N. Mironov

Aunque nos centramos en el comentario del pasaje de la Pasión del Señor, según la narración de Lucas, hay que subrayar que la celebración de este domingo incluye un pasaje evangélico anterior: el de la entrada del Señor en Jerusalén. Puede parecer difícil conjugar el clima de gozo y alegría que recuerda la aclamación al Señor en su entrada a Jerusalén con la seriedad de la narración de la Pasión. Sin embargo, hay varios puntos que marcan una unidad en esta fiesta: entre otros, el reconocimiento de Jesús como rey y la subida a Jerusalén-subida a la cruz.

El reconocimiento a Jesús como rey

A pesar de que los discípulos quieren proclamar rey a su maestro, Jesús sabe que el camino de entrega total a la voluntad del Padre no pasa por la gloria y la apariencia humana. La aclamación victoriosa a Jesucristo como rey a su entrada en Jerusalén solamente será un débil y, en cierto sentido, desfigurado presagio de la verdadera exaltación que nos narra Pablo en la segunda lectura de hoy, cuando Cristo haya resucitado y sea levantado sobre todo. No es casualidad que el relato de la Pasión se refiera también a Jesús como rey, a propósito del interrogatorio de Pilato, de la inscripción de la expresión «rey de los judíos» en la cruz, y de la petición del «buen ladrón» de estar junto con Jesús en su reino.

Si durante el tiempo de Cuaresma Lucas ha puesto ante nosotros el itinerario del Señor hacia su Pascua (Muerte y Resurrección), especialmente a través del tema central de la misericordia, este domingo se culmina esta subida hacia la Jerusalén, que el evangelista hace coincidir con la subida a la cruz. De igual modo que la Transfiguración es una muestra de que la gloria es posible, la entrada del Señor entre aclamaciones presagia que no mucho después el Señor será exaltado a la derecha del Padre, pero no sin subir antes al madero de la cruz.

Evangelio / Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 23, 1-49

En aquel tiempo, Pilatos le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le responde: «Tú lo dices». Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: «No encuentro ninguna culpa en este hombre» […]. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió […]. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato […]. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo: «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Ellos vociferaron en masa: «¡Quita de enmedio a ese! Suéltanos a Barrabás» […]. Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» […]. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿que harán con el seco?». Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Y cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suertes (…) Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró.