«Tanto pedir permiso al obispo…, ¿para qué?» - Alfa y Omega

«Tanto pedir permiso al obispo…, ¿para qué?»

La jesuitina María Luisa Berzosa (Valladolid, 1943), única religiosa española que participó en el Sínodo sobre los jóvenes, cree que Christus vivit es una llamada a que los católicos se comprometan en la sociedad «sin tantos miramientos»

Ricardo Benjumea
María Luisa Berzosa saluda al Papa durante un descanso del Sínodo de los obispos sobre los jóvenes. Foto: CNS

Christus vivit, la nueva exhortación del Papa sobre los jóvenes, va a traer «grandes cambios a la Iglesia». Pero la causa no es solo este documento. «Hay un camino ya en marcha desde hace un tiempo que ahora Francisco viene a confirmar y a reforzar», asegura María Luisa Berzosa, la única religiosa española que participó en octubre en el Sínodo de los obispos, en calidad de experta.

«En las parroquias y grupos de jóvenes percibo mucho dinamismo, veo a gente comprometidísima luchando por las causas justas, y a los jóvenes tomando protagonismo», añade esta hija de Jesús. La cuestión es: «Si detectamos unas necesidades en la sociedad, si tenemos el Evangelio y ahora además esta exhortación nos está animando a ser audaces, ¿qué necesidad tenemos de estar esperando siempre a la aprobación del obispo? Debemos ser más atrevidos y osados; tanto pedir permiso…, ¿para qué? Tenemos ya la palabra, la orientación… ¡Pues actuemos sin tantos miramientos!».

De lo abstracto a lo concreto

Esta actitud, asegura, es la que impulsa Francisco. De hecho –añade–, todo el proceso sinodal refleja una evolución «de lo abstracto a lo concreto». «Hubo ya un cambio sustancial entre el Instrumentum laboris [el texto base para los trabajos del sínodo] y el Documento Final». El discurso ganó en «realismo» y en «concreción de vida», evolución que vuelve a experimentar una nueva vuelta de tuerca con Christus vivit. «El lenguaje es muy coloquial, como una carta a los jóvenes. Es como si a cada paso se produjera un mayor aterrizaje, para evitar que el documento quede archivado en las estanterías».

Así fue el tono general del Sínodo. A modo de ejemplo, Berzosa alude a una anécdota en su grupo idiomático, donde compartió espacio con los cardenales españoles Blázquez y Osoro, el hispano-panameño José Luis Lacunza y el mexicano Carlos Aguiar, además del general de los jesuitas, Arturo Sosa, y varios obispos latinoamericanos. En un momento en el que se debatía acerca de la homosexualidad desde una perspectiva antropológica y teórica, el moderador del grupo, el cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, intervino para rebajar el tono académico y pedirle a la religiosa que hablara sobre su experiencia en la asociación de cristianos homosexuales Crismhom. Ella explicó simplemente que acompaña «a la persona, cada una cómo viene y cómo es», en la línea –subraya– que reflejó después el Documento Final, de «no rechazar a nadie por su orientación sexual». Algo similar –cree– sucedía con Amoris laetitia, donde el Papa invitaba al acompañamiento a divorciados vueltos a casar. «A veces hemos sido muy cerrados». «Una persona que siempre ha formado parte de la Iglesia, ¿de repente la tenemos que dejar fuera? Va a pedir una bendición y el cura le dice: “Vete, regula tu situación y luego vienes y te caso”. Como no se puede hacer una Eucaristía, ¿significa que no se puede entonces hacer nada? ¿No podemos, no sé, juntarnos para rezar?».

Nuevos lenguajes

Buena parte de esas reformas tienen que ver simplemente con los lenguajes. «Varios jóvenes lo dijeron abiertamente: «Las Misas son en nuestra lengua, pero no entendemos nada». Y si la impresión entre las chicas y chicos católicos es esta, con el conjunto de la sociedad se ha abierto una verdadera brecha. «La Iglesia está lanzando mensajes a una sociedad que ya no existe; no hay una mínima sintonía entre el emisor y el receptor», sostiene la jesuitina. Vivimos en «sociedades mucho más plurales» y «no podemos seguir con los mismos discursos».

A la vez, este «es un momento muy interesante», marcado por «la diversidad» en la sociedad. La fe ya no se puede dar por supuesta, lo que para los católicos ha supuesto una pertenencia eclesial «mucho más consciente, adulta y responsable», que a su vez está llamada a un mayor implicación en temas como «las migraciones», pero también, hacia dentro, en el compromiso por «erradicar los abusos sexuales o el clericalismo».

Otro gran desafío hoy es «ser más inclusivos». María Luisa Barzosa lo aplica tanto a la propia Iglesia como a la necesidad de tender puentes en la sociedad. Tras pasar 26 años entre Argentina e Italia, la religiosa regresó hace cuatro a España, donde asegura haberse encontrado «una gran crispación ambiental». «Lanzas un tuit que dice: “¡Qué día más bonito!”, y te encuentras debajo como comentario un insulto. Parece que todo nos pone nerviosos», lamenta. «Estás conmigo o contra mí; somos muy radicales». Por eso –cree– un gran desafío hoy para los católicos, especialmente para los jóvenes, es mostrar que «podemos convivir aunque pensemos de formas muy distintas: “Tú opinas a y yo opino b y no pasa nada, porque aquí cabemos perfectamente todos”».

«Quiero un sínodo que sea reflejo del pueblo de Dios»

Los sínodos celebrados en este pontificado –dos sobre la familia y el del pasado mes de octubre sobre los jóvenes– han supuesto importantes avances en la participación real de toda la Iglesia a través de diversos canales, pero también han dejado expuestas las limitaciones de las estructuras actuales, cree María Luisa Berzosa. «Me dolió la escasa presencia femenina. ¡Todo eran obispos!», lamenta. «¿Y por qué no se llamó a más jóvenes, a laicos y laicas que lo están dado todo en la Iglesia educando a los jóvenes? Yo lo dije abiertamente: esto es un antitestimonio, una desproporción tan clamorosa que clama al cielo. Algún obispo me dijo: “Tú quieres un sínodo de mujeres”. A lo que yo respondí: “No, yo quiero un sínodo que sea realmente reflejo del pueblo de Dios».