El clamor de una monja en el Coliseo romano: «¡No más esclavos!» - Alfa y Omega

El clamor de una monja en el Coliseo romano: «¡No más esclavos!»

«¿Quién habría pensado que en el año 2019 tendríamos miles y miles de esclavos en todo el mundo? ¡No más esclavos!». Se agita la hermana Eugenia cuando pronuncia estas palabras. Le hierve la sangre al recordar las trágicas historias de todas aquellas mujeres que, en las últimas dos décadas, ha salvado de las calles. Suman 6.000. Sorteando múltiples riesgos y en medio de una indiferencia generalizada. El Papa quiso que su voz resuene este Viernes Santo, por eso la eligió para redactar las meditaciones del vía crucis que encabezará en el Coliseo romano

Andrés Beltramo Álvarez
Eugenia Bonetti (izda.) y el cardenal Vincent Nichols, presidente del Grupo Santa Marta, durante su V Conferencia Internacional en el Vaticano en febrero de 2018. Foto: Mazur/@CatholicEW

Pese a sus 80 años tiene la energía de una novicia, pero la experiencia de una guerrera de tantas batallas. Pequeña en estatura pero no en determinación, de mirada penetrante y verbo ligero, Eugenia Bonetti nació en la ciudad italiana de Nápoles. Decidió consagrarse misionera de la Consolata y, en 1967, partió para Nigeria donde permaneció por 24 años. A inicios de los 90 regresó a su país. Entonces poco sabía de la trata de personas. Veía a las muchachas africanas prostituyéndose en las calles de Turín y exclamaba, molesta: «¿Qué hacen estas acá?».

Una muchacha le abrió los ojos. Fue su «conversión dentro de la conversión». Mientras atendía un centro para pobres de la Caritas, en esa localidad del norte italiano, llegó una mujer. Solo hablaba inglés, y cuando supo que Bonetti la entendía, gritó desesperada: «¡Por favor hermana, ayúdeme, ayúdeme!». La religiosa confiesa: «Ese grito me cambió la vida, en ese momento me di cuenta de que mi misión ya no estaba en África, sino en Italia».

Así comenzó un largo camino dedicado a los esclavos de hoy. Aquella joven le acerco a otras. Todas querían conocer a la religiosa que entendía su idioma y las quería ayudar. Al escuchar sus relatos, empezaba a preguntarse: «¿Quién redujo a estas jóvenes a ese estado? Son las mismas que yo dejé en Nigeria, llenas de vida, de ganas de vivir y de tener un futuro. Las redujeron a trapos y eso me indignaba».

«La monja de la calle»

Sor Eugenia cobró notoriedad internacional tras el anuncio del Vaticano sobre su elección como redactora de las meditaciones del vía crucis en el Coliseo romano, que el Papa Francisco encabezará la noche de este Viernes Santo. Quedó sorprendida cuando, semanas atrás, se comunicó con ella el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, y le transmitió la solicitud.

«No me creía capaz, pero tampoco podía decir que no. Al final dije: por amor a ellas, tengo que ponerme en juego. [Al cardenal] le confesé que me sentía indigna, él me respondió que no me preocupase y que escribiese mis experiencias», confiesa Bonetti en entrevista con Alfa y Omega que inicia con una perentoria aclaración: «Antes de ser la monja del vía crucis, he sido la monja de la calle…».

«En la calle encontré a los verdaderos cristos crucificados, en contacto con tantas muchachas que están ahí porque alguien tiene intereses, destruyendo sus vidas. Estos son los vía crucis de hoy, donde recorremos el camino de la cruz viendo en cada estación una realidad actual: por ejemplo cuando Cristo se deja ayudar por el Cireneo. Como él son los voluntarios, quienes ofrecen sus vidas para ayudar a estas personas a salir del drama de la explotación», añade.

Ese será el hilo conductor del vía crucis papal: revivir hoy lo que pasó 2.000 años atrás en el Calvario. La Muerte y la Resurrección. Porque el objetivo de sor Eugenia y sus ayudantes no es acompañar hasta la tumba, sino abrir un camino hacia la resurrección. Brindar esperanza y futuro que permita abandonar la explotación, la humillación y la condena.

Eso la movió cuando, en 1999, hizo una pausa y viajó a Londres para estudiar una especialización de Sociología en la Middlesex University. A los 60 años volvió a las aulas y se graduó con una tesis sobre el desafío de la trata de seres humanos en el contexto del gran Jubileo del año 2000.

De ahí emprendió su camino a Roma, dispuesta a enfrentar la red de silencio y de complicidad detrás del tráfico de seres humanos. Fundó la organización Slaves no more y cada noche recorre las calles de esta ciudad buscando muchachas por salvar. En 19 años ha logrado quitar de las calles unas 6.000 mujeres, que distribuye en casas religiosas a lo largo de toda Italia. Las ayuda a recuperar sus pasaportes y a obtener documentos de legal estancia en el país, también algún trabajo que les permita comenzar una nueva vida.

Las historias de estas esclavas la inspiraron al escribir las reflexiones para el vía crucis del Coliseo. Los textos no incluyen frases estridentes; «no hacen falta», aclara sor Eugenia. Eso sí: cada estación presenta una particular forma de explotación. Como los niños soldados o las 276 niñas nigerianas raptadas por la organización terrorista Boko Haram (112 se encuentran todavía en paradero desconocido) hace cinco años en Chibok.

«Solo quise transmitir que el Cristo sigue siendo crucificado hoy, nosotros somos culpables y debemos hacer algo para romper de verdad los anillos de esta cadena. Es la mentalidad del mundo de hoy, del usar y tirar; eso lo aplicamos también a las personas. Es la cultura del descarte, ni más ni menos», reconoce.

El norte es responsable

Bonetti responde con firmeza e indignación ante la pregunta: ¿los países ricos tienen una deuda con los menos desarrollados? «¡Una grande, muy grande!», no duda en replicar. «Si no somos conscientes somos verdaderamente culpables de la muerte y de la destrucción de estos países pobres. Por una parte los explotamos por sus recursos, pero también los explotamos tomando sus mujeres, que son la única riqueza que ellos tienen, son una gran fuerza y nosotros vamos a destruirlas, esto clama venganza ante Dios», sigue.

Y añade, convencida: «Nadie habla de esto porque todos tienen beneficios, sobre la piel de los pobres todos ganan salvo ellos. Nosotros queremos que ellos ganen, en dignidad y en libertad, nosotros no tenemos ningún otro interés personal. Dios me ha pedido ser misionera en mi propio país. A veces me preguntan “¿No tienes miedo?”. Les respondo: “¿Miedo? ¿de qué?”. Si me pasara algo solo puedo decir: “He dado mi vida”».