La resurrección del humilde - Alfa y Omega

Podría escribir sobre la Pascua en Filipinas. Hablaros de la Visita Iglesia, costumbre familiar de visitar siete iglesias importantes, una de ellas en peregrinación nocturna el Jueves Santo a la basílica de Nuestra Señora de Manaoag.

O hablar del Santo Bankay (Cristo yacente). La noche del Viernes Santo miles de filipinos se acercan a una imagen de Jesús muerto y, en silencio, le besan y rezan y pasan sus pañuelos con devoción por la imagen.

Y del Abet-abet: madrugada del Domingo de Resurrección, encuentro del Resucitado con su Madre pues según el sensus fidei la primera persona a la que se apareció Jesús Resucitado fue a su Madre.

Pero prefiero hablaros del paso de la muerte a la vida del pueblo filipino. Oliver, con 12 años, se graduó de Primaria la semana pasada. «¡Sister, 83 de media sobre 100!», decía con orgullo. Tantas veces lo hemos encontrado cazando ranas para sacar unas monedillas y lo hemos tenido que acompañar al cole… Entrará en Secundaria en la Ciudad de los Niños con las Hermanas de María. Es la resurrección del humilde.

Lo conocimos persiguiendo a un cabritillo casi recién nacido, era un minipastorcillo, pues ni siquiera hoy parece la edad que tiene. Hablábamos de Jesús como el Buen Pastor que carga un cabritillo. «Nos lleva en sus hombros cuando sufrimos, ese es el amor de Dios», dice. Amor de misericordia que él ha experimentado.

Recuerdo volver de Manila de noche y Teresa, otra misionera, decirme que Oliver tenía un absceso en el brazo y mucha fiebre. Lo llevamos a nuestra casa, le dimos antibiótico y, mientras drenaba el absceso, él se quedó mirando una imagen de la Virgen como la que sostiene en la foto. Esa mirada de tanto amor entre él y María, su única madre –pues fue abandonado–, me conmovió; entendí que Ella nunca lo abandonará. María está al pie de su cruz y él lo sabe. Fue el Abet-abet en vivo. Una mirada que le ha dado la dignidad de ser hijo predilecto del cielo y que nada ni nadie le quitará.