El crucero de Puerta Cerrada - Alfa y Omega

El crucero de Puerta Cerrada

Concha D’Olhaberriague
Foto: María Pazos Carretero

Ya no hay ninguna puerta, pero la hubo antaño en la muralla cristiana que por allí pasaba, y se llamaba del Dragón por el reptil que tenía esculpido en lo alto, según cuenta el maestro de Cervantes, López de Hoyos, vecino de la plazuela y clérigo de San Andrés. No obstante, el pueblo la renombró como Puerta Cerrada, y así seguimos llamando a esa intersección de callejuelas curvilíneas que forman Cuchilleros, Latoneros, Segovia y, enfrente, la Cava Baja.

Parece que la angostura y doble recodo de la puerta propiciaban el cobijo de maleantes al acecho, y que el lugar, muy transitado, cobró fama de peligroso en el Siglo de Oro, como acreditan los versos de Tirso de Molina en La huerta de Juan Fernández y de Lope de Vega en La doncella Teodor, comedias ambas. Hoy en día este rincón de una de las zonas más animadas y turísticas de La Latina (a dos pasos de Casa Botín) está presidido por una gran cruz desnuda, al pie de la cual hay una espiral irregular, en tanto que la base se adorna con una corona de laurel. Erigida en 1783 con piedra de Colmenar, está sustentada por un pedestal prismático que encierra y camufla un arca hidráulica, recuerdo de un antiguo viaje de agua de época musulmana. No hay que olvidar que por nuestra calle de Segovia corría hacia el Manzanares el arroyo de San Pedro.

Pues bien, lo más notable de este monumento a la Santa Cruz es que se trata del único que sobrevivió al edicto del alcalde José Marquina, quien en 1805 ordenó retirar otros similares que había por la ciudad para evitar que fueran profanados. Es creencia generalizada entre los estudiosos que fue justamente el carácter funcional y ornamental de la cruz, que encubría el depósito del agua, lo que hizo que se salvara del derribo. Lo cierto es que el pueblo madrileño no desaprovechó la ocasión para celebrar el mantenimiento de la cruz y dedicar letrillas burlonas y jocosas al alcalde iconoclasta. Mas no todos los guías que pululan por el Madrid antiguo son profesionales y conocen estos pormenores, y el paseante atento puede oír distintas versiones libres acerca del crucero de Puerta Cerrada, alguna ciertamente peregrina.