El cardenal Osoro reivindica en Valladolid la «cultura del perdón» en una sociedad multicultural - Alfa y Omega

El cardenal Osoro reivindica en Valladolid la «cultura del perdón» en una sociedad multicultural

El arzobispo de Madrid apela a la convivencia en una sociedad multicultural en el Sermón de las Siete Palabras

Redacción
Foto: Ángel Cantero

El cardenal Osoro ha sido el encargado este año de pronunciar el Sermón de las Siete Palabras de Valladolid. Allí le esperaban el arzobispo de la ciudad y presidente de la Conferencia Episcopal (CEE), cardenal Ricardo Blázquez, y su auxiliar, Luis Argüello, secretario de la CEE, junto a varias autoridades locales.

Los vallisoletanos y los turistas volvieron a llenar la Plaza Mayor de la ciudad pucelana, a pesar de que, ante la amenaza de lluvia, por indicaciones del Museo de Escultura, no fue posible que estuvieran los siete pasos, sino simplemente el Cristo de las Mercedes junto a los dos ladrones.

En su alocución, Carlos Osoro apeló a la convivencia en una sociedad multicultural, recordando que no todos los hombres son cristianos ni creyentes, pero estamos llamados a «vivir y dejar vivir».

El cardenal arzobispo de Madrid reivindicó, sin embargo, «la cultura del perdón y del encuentro» para construir «un mundo cada vez más humano», y apeló a la «reconciliación y solidaridad», porque estos signos distintivo de los discípulos de Cristo ayudan a ver al otro, «ya sea persona, pueblo o nación», no como un instrumento «para explotar, sino como un semejante».

Sin la capacidad de perdonar, prosiguió, se crearía un mundo «de una justicia fría e irrespetuosa en la que cada uno reivindicaría lo que considera propio e invocaría egoísmos adormecidos». Frente a ello, insistió el purpurado madrileño, el perdón «siempre rehabilita».

En la víspera, como en años anteriores, el cardenal Osoro celebró el Jueves Santo con internos del centro penitenciario de Soto del Real, y lavó los pies de varios de ellos.

Agencias / Redacción

Texto íntegro del Sermón de las Siete Palabras

1-. «PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN» (Lc 23, 34)

Momento orante:

Contempla algo inaudito: colgado en una cruz, clavado, con profundas heridas, sin poderse separar de ese madero anclado en la tierra, como adorno le han puesto en la cabeza una corona de espinas que lo atormenta, manos y pies doloridos y ensangrentados. Y quienes le han clavado en la cruz, al pie de ella, riéndose y mofándose, convencidos de que tienen toda la razón, creen que cumplen con la justicia y con los mandatos de Dios. Ellos con risas, burlas, mentiras. Y Jesús diciendo con fuerza y convencimiento: «Perdónalos porque no saben lo que hacen». ¡Eres incomprensible, Señor! Amas, a quienes te dan la muerte y te matan, los pones en manos del Padre y pides para ellos perdón y misericordia. No estamos acostumbrados, Señor.

Tiempo de reflexión y mensaje:

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Esas palabras tienen tres ejes que deben estar en la vida de quienes formamos esta humanidad, «perdón», «reconciliación» y «misericordia». Esos que tan bellamente formula nuestro Señor en la oración que salió de sus labios, el Padrenuestro. Es verdad que no todos los hombres son creyentes y los que son de otros credos no conocen a Jesucristo, pero estas categorías existenciales son necesarias e imprescindibles si deseamos y queremos tener salidas los humanos para vivir y dejar vivir.

Los cristianos no podemos hablar de ellas con conceptos abstractos, sino formularlos a través de la contemplación de la Persona misma de Jesucristo. Para nosotros la belleza del perdón, de la reconciliación y de la misericordia, tienen un rostro, no son ideas, contemplamos lo que significan y contienen en la persona de Jesucristo. Aquí y ahora ante la imagen de Jesús crucificado entendemos mejor lo que quieren decir. Y es esto lo que quisiera entregaros hoy y en estos momentos que vive el mundo, donde acontecen tantos enfrentamientos por razones diversas. Ojalá sepa decirlo con la belleza que tienen estas palabras en la persona de Jesucristo.

Es imposible saber el contenido que tienen si no descubrimos que para un discípulo de Cristo el «progreso» en el «perdón», la «reconciliación» y la «misericordia» significan lo que significó para Él: «abajarse», entrar por el camino de la humildad para que sobresalga, se vea y se manifieste el «amor de Dios».

1-. La belleza del «perdón»: El mundo puede hacerse cada vez más humano si introducimos el rostro del perdón tan esencial en el Evangelio. El perdón tiene que manifestar que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado. Si eliminamos el perdón de este mundo lo convertimos en un mundo de una justicia fría e irrespetuosa, en cuyo nombre cada uno reivindicaría lo que considera propio respecto a los demás e invocaría egoísmos adormecidos en el hombre. La liberación y la salvación que nos regala Jesucristo, alcanza a la persona humana entera, en su dimensión física y espiritual. Y van siempre unidos dos gestos: la curación y el perdón. No existe curación verdadera sin perdón. El perdón siempre rehabilita. Y el perdón más grande es el que Dios mismo nos entrega, y nos está pidiendo que lo otorguemos siempre también.

2-. La belleza de la reconciliación: Nuestro mundo necesita personas que engendren la reconciliación en las relaciones de los hombres con la medida que nos da Jesucristo. ¿Es utopía? No. Es posible y así lo hicieron y lo siguen haciendo muchos cristianos en muchas partes de este mundo. En la revelación que Jesucristo nos va haciendo del Reino mediante sus palabras y sus obras, nos manifiesta que, por una parte, el Reino que Él trae está destinado a todos los hombres, pues todos están llamados a ser sus miembros. Pero es cierto que en sus manifestaciones y encuentros se subrayan cómo se acercó con especial interés a aquellos que estaban al margen de la sociedad cuando anunciaba la Buena Noticia. Quería tratar a todos como iguales y como amigos, haciéndoles vivir una experiencia de liberación y reconciliación: sentirse amados por Dios y reconciliados por Él. ¡Qué hondura alcanza la reconciliación entendida como verdadera solidaridad! No hay reconciliación sin solidaridad. La solidaridad nos ayuda a ver al otro, ya sea persona, pueblo o nación, no como un instrumento cualquiera para explotar, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un semejante al que hago partícipe del banquete de la vida al que todos los hombres estamos invitados. La reconciliación trae paz y desarrollo y es un signo distintivo de los discípulos de Cristo, pues, como Él, estamos y vivimos para reconciliar. El otro debe ser amado con el mismo amor que ama el Señor.

3-. La belleza de la «misericordia»: El rostro de la misericordia es Jesucristo, Él revela la misericordia de Dios que es fuente de alegría, de serenidad y de paz. ¡Qué profundidad alcanza para vernos los humanos, el contemplar cómo Dios viene a nuestro encuentro! Para manifestar Dios su omnipotencia a los hombres, usa la misericordia. ¡Qué grande es Dios para los hombres! Manda a su Hijo al mundo para revelar y decir a los hombres que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8-16). Una misericordia que se hizo visible y tangible en Jesucristo y que el Señor desea que se siga haciendo visible a través de todos los que somos sus discípulos. Como muy bien nos decía el Papa Francisco, «la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia […], la credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia» (Misericordiae vultus 10). Siempre me impresionaron aquellas palabras del Papa san Juan Pablo II cuando nos dice: «el hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente» (RH 10a). Y el amor de Dios tiene un nombre, misericordia y un rostro, Jesucristo.

2-. «YO TE ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO» (Lc 23, 43)

Momento orante: Señor, estás agonizando, con unos dolores tremendos; nosotros, concentrados en nosotros mismos y Tú pensando en los demás. Tu corazón siempre tiene sitio para el sufrimiento de los demás. Sabes que vas a morir y Tú estás preocupándote por un criminal atormentado. No tiene comparación su vida que transcurrió haciendo el mal, con la tuya, que ha pasado haciendo el bien. Y ahora, al final, cuando el abandono de Dios te ahoga, tú abogas y hablas de Paraíso. Tú, Señor, siempre abogas por los perdidos y los haces partícipes de tu sueño para que todos los hombres a los que quieres estén contigo en tu Reino para siempre.

Tiempo de reflexión y mensaje: Esta expresión del Señor, «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso», nos está invitando permanentemente a conocer más y más a Jesucristo, a vivir con coherencia la fe con un estilo de vida que exprese y manifieste la bondad y el amor de Dios. Expresemos la misericordia de Dios, ofrezcamos signos concretos de la cercanía de Dios a los hombres. Es una cercanía que lleva la alegría al corazón, a la vida personal y colectiva de todas las personas. Recuperemos para todos los hombres esta alegría que nos entrega la cercanía de Dios. Esta caricia de Dios que lleva alegría siempre al corazón de quien la percibe, se esconde siempre en pequeñas cosas y alcanza su cumplimiento siempre con espíritu de servicio. A mí, siempre me ha impresionado la vida de san Pablo, el apóstol que llevó la caricia de Dios a los gentiles. Su vida y sus obras son un cántico que se puede resumir en esta palabra: alegría, gaudete. Y me pregunto, ¿cómo es posible que un hombre con una vida atormentada, llena de persecuciones, de hambre, de sufrimientos diversos, en su historia personal, siempre está presente la alegría, gaudete? No encuentro otra explicación más que la experiencia tan honda que él tiene del Señor, el grado de ocupación que el Señor tiene de la vida de san Pablo. Su conversión tiene una explicación clave: el Señor está en él, «no soy yo es Cristo quien vive en mí». Aquel que me ama hasta dar su vida por mí y por todos los hombres, está cerca de mí. Y lo está, en todas las situaciones; por eso, en la profundidad del corazón reina una alegría que es más grande que todos los sufrimientos.

Llevar la caricia de Dios a todos los hombres, es decir, llevar el Evangelio, la Buena Noticia, es la gran tarea que tenemos los discípulos de Jesucristo. Que en todos los lugares donde viven los hombres puedan experimentar la alegría de Jesucristo. ¿Puede haber una tarea y una misión más hermosa que esta? ¿Hay algo más grande y más estimulante que llevar el agua que quita la sed que todo ser humano tiene en lo más profundo de su corazón? ¡Qué bien nos lo explica el salmo 41, cuando nos dice: «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío»! Anunciar y testimoniar nuestra alegría es el núcleo de nuestra misión. Pero esto pide de nosotros una conversión en la raíz de nuestra vida. ¡Qué maravilla! ¡Qué oportunidad nos regala el Señor hoy cuando tenemos la gracia de escuchar con fuerza para nosotros estas palabras: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». ¡Es la más sublime promesa. Ni más ni menos que ser colaboradores de la alegría cristiana! Cuando nuestro mundo está triste y es negativo es porque olvida el retrato verdadero del hombre que tan maravillosamente ha revelado Jesucristo con su vida. Esa es la versión verdadera de un Dios que nos ama y que nos indica los senderos por donde tenemos que caminar. Si apostamos por servir, vivir y hacer vivir, tendremos siempre la palabra oportuna en la boca, hablaremos verdad, aconsejaremos desde quien es Consejero y Maestro y decidiremos con los modos y maneras que quien decidió crear amorosamente todo lo que existe.

Habrá verdadera conversión, si llevamos la caricia de Dios a todos los hombres. Esta caricia, previamente experimentada por nosotros, cambia y educa los corazones, nos hace sensibles a las cosas de Dios, que son las que necesita el hombre. «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

1-. Dar respuesta de amor en todas las situaciones que vivamos. Sabemos que ha sido Dios quien nos ha amado primero. Esto nos lleva a descubrir que el amor no es solamente un mandato, es la respuesta a quien nos ha amado, a quien nos ha dado el don del amor cuando Él vino a nuestro encuentro. No damos de lo nuestro, damos de lo que se nos ha regalado como don para hacer la tarea.

2-. Realizar una entrega personal de toda nuestra vida. Si el amor engloba nuestra existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo, nuestra vida se convierte en éxtasis, pero no en el sentido de arrobamiento momentáneo, sino como camino permanente, saliendo del yo cerrado a la entrega de sí. Es no guardar la vida, sino perderla para recobrarla.

3-. Vencer la violencia que se instaura en este mundo con amor. ¡Qué fuerza tiene contemplar la cruz para descubrir como vence Jesús la violencia! No lo hace al modo humano; vence con un amor capaz de llevarlo hasta la muerte. La violencia no opone otra violencia más fuerte, se opone el amor hasta el fin. Este modo humilde de vencer de Dios, solo con su amor, pone un límite a la violencia.

4-. Reconciliar a los hombres, sabiendo que el amor es más fuerte que el odio. En la Eucaristía celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte, en la Eucaristía se nos muestra que Dios es más fuerte que todos los poderes oscuros y tenebrosos de la historia. Como nos dice san Pablo, Cristo derribó el muro del odio para reconciliar a los hombres entre sí.

5-. Salir convencidos de que es posible el amor. Todo ser humano siente el deseo de amar y de ser amado, pero no sirve cualquier amor. Hay que descubrir que el futuro y la esperanza de la humanidad está en el amor verdadero, fiel y fuerte, que produce paz y alegría, que nos une a los hombres. Este amor, siendo de Dios, tiene un rostro humano y lo encontramos en Jesucristo.

6-. El ser humano es mendigo de amor, tiene sed de amor. Ya san Juan Pablo II nos decía que «el hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él plenamente» (RH 10).

7-. Amar como Jesús, es el corazón de la vida cristiana. Convertirnos al amor es pasar de la amargura a la dulzura, de la tristeza a la alegría. Y esto se hace viviendo con Dios y para Dios. Y así podremos responder con nuestra vida a la pregunta ¿quién es mi prójimo? describiendo en nosotros la parábola del buen samaritano que termina diciendo: «ve y haz tu lo mismo».

Examinemos desde estas siete perspectivas, esas palabras de Jesús: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso», así estaremos disponiendo la vida para llevar la caricia de Dios a los hombres.

3-. «MUJER, AHÍ TIENES A TÚ HIJO. HIJO, AHÍ TIENES A TÚ MADRE» (Jn 19, 26)

Momento orante: Gracias Señor, pues ahora que necesitas que tu Santísima Madre, Ella, que prestó la vida para que Dios tuviese rostro humano, Ella, que te ha acompañado en todos los momentos de tu vida, Tú quieres que se una a todos los hombres y, precisamente ahora, nos la das como Madre y te desprendes de Ella. Amas a tu Madre que te sirvió en todos los momentos de la vida, en la alegría y en el dolor. Es a Ella a quien nos quieres entregar. Gracias, Señor. La acogemos como el regalo más grande. Ella nos recuerda aquellas palabras que Tú dijiste un día: «Mi madre y mis hermanos y hermanas son los que cumplen la voluntad del Padre que está en los cielos». Nos das el regalo entrañable de quien supo decir a Dios con todas las consecuencias «fiat». Ella junto a la cruz era toda la Iglesia.

Tiempo de reflexión y mensaje: María fue la primera morada de Dios. A través de Ella, Dios se hizo conocido para nosotros, tomó rostro humano y nos enseñó que en Él «todo se hace nuevo». Todo es nuevo. ¡Qué fuerza transformadora tiene el ver con los ojos de Dios toda la realidad! Contemplad a María. Fijad en Ella la mirada. Acoged a María como el regalo más grande que se hizo a los hombres de parte de Dios. ¿Quién es esta mujer que cambió la historia, esa mujer a la que el Señor nos da como Madre? ¿Quién es nuestra Madre? Os acerco tres retratos de nuestra Madre que tanto llenaron la vida de Jesús: 1) El retrato de su «sí» a Dios; 2) El retrato de su salida aprisa a los caminos por dónde van los hombres y 3) El retrato de su primer encuentro fuera de su casa, en el camino, después de haber dicho «sí».

1-. El retrato de su «sí» a Dios». Con su «sí» logra que a esta historia entre la belleza. La belleza es Dios mismo. Es revelada por Jesucristo que nos dice quien es Dios y quien es el hombre. Es la belleza que nos dice que solamente el ser humano se realiza plenamente y realiza a los demás en la entrega de sí mismo. Es la belleza que se manifiesta en María que realiza una entrega incondicional a Dios, no en beneficio propio sino para dar vida a los demás. María es el ser humano que hizo posible que la «belleza» verdadera tuviese rostro en esta tierra. Y puso y prestó su vida para esta misión. Ella nos muestra a los hombres y mujeres que hacer un mundo distinto no es un sueño irrealizable; es posible. Pero, como Ella mismo dice, solo es posible para Dios. Por ello, hay que abrirse a la vida, a todas las realidades de la vida. Es imposible experimentar y entregar la belleza si convertimos nuestra vida en una plaza en la que nos juntamos por grupos y decimos cada uno «yo soy bueno y esos otros son malos». Es imposible cuando me encierro en el edificio de mi ideología por muy bonito que me resulte. La belleza llega cuando hay corazones abiertos que trascienden, mentes abiertas que ven desde las atalayas más altas. Si pensamos diferente, ¿por qué no nos vamos a hablar? ¿Por qué nos vamos a tirar piedras? ¿Por qué no darnos la mano para hacer el bien? Con el «sí» de María entró en este mundo Dios mismo tomando rostro humano, que nos manifestó dónde se puede ver en plenitud y dónde está la dignidad de toda persona humana, que no es otra que ser imagen de Dios, una imagen que nadie puede romper o estropear. Todo hay que ponerlo al servicio del hombre y todos nos tenemos que poner al servicio de la persona.

2-. El retrato de su salida al camino. Después que María dijo a Dios «sí», salió inmediatamente al camino. Nos dice el Evangelio que atravesó una región montañosa, es decir, no exenta de dificultades. En nuestro Plan Diocesano de Evangelización, «Comunión y misión en el anuncio de la alegría del Evangelio», invité a todos los cristianos a salir. Tenemos que salir con obras y palabras. Hay que decir a la gente que nos encontremos por el camino, lo mismo que hizo María nada más recibir la noticia de que iba ser Madre de Dios, que iba a dar rostro humano a Dios. Ella salió, pero salió a servir. Salgamos corriendo como María a prestar un servicio a los demás. ¡Cuántos niños necesitan experimentar que no quieren cosas, quieren cariño, amor, entrega a sus vidas, que les revelen y hagan crecer en todas las dimensiones que tiene la vida, en la que está también la trascendente! ¡A cuántos jóvenes hay que hacerles ver que no sean viejos, que sueñen, que Cristo vive, que no quita libertad; al contrario, la da y hace libres; que Cristo no es una idea más de las muchas que hay! ¡Hay que hablar a los jóvenes con la vida misma de Cristo! ¡Cristo cambia la vida! ¡Cristo cambia nuestras relaciones! ¡Cristo elimina egoísmos! ¡Cristo da juventud porque cambia el corazón y solamente lo pone en la dirección del prójimo! Y lo hace metiendo en nuestra vida su amor y su misericordia. Un amor que no mata al otro, sino que le da Vida y horizontes, salidas reales para que llegue a tener lo que todo ser humano debe tener: el respeto absoluto a todos los derechos fundamentales que le corresponden. Cristo crea la cultura del encuentro.

3-. El retrato de su primer encuentro después de haber dicho «sí». Es muy importante tomar conciencia de lo que representa aquél gozoso encuentro de María con su prima Isabel. Es un encuentro que transparenta la alegría de la fe y que impregna todo de la alegría de la fe. Cuando se acoge a Dios en nuestras vidas, formula y da una manera de vivir, que tiene metas, dirección y resonancias. Lo perciben aquellos con quienes nos encontramos. Incluso el niño que aún no había nacido y estaba en el vientre de Isabel, «saltó de gozo», percibió con fuerza la presencia de Dios en María. Por otra parte, Isabel siente esa alegría de la presencia de Dios y lo manifiesta con aquellas palabras: «dichosa tú que has creído que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». María salió, caminó, se desinstaló, no se centró en Ella, se transformó en servidora de todos por amor a su Hijo. Alegría y servicio al prójimo van unidos. Salir de nuestros planteamientos para entrar en los de Dios y acogerlos es lo que nos hace ver este retrato de María.

Como Santa María también nosotros caminemos, edifiquemos y confesemos.

El Señor nos da a su Madre como Madre nuestra, para que Ella nos enseñe a caminar, edificar y confesar. Como el Papa Francisco dijo por otros motivos, María ha sido el ser humano que supo con su vida «comunicar esperanza y confianza».

Aprendamos con Santa María, nuestra Madre a caminar, edificar y confesar:

1-. Caminar como Santa María. No te pongas en el camino de la vida sin llevar noticias que construyen, dan vida, horizontes, formulan y construyen caminos de fraternidad, de unidad. Deseamos ser un pueblo, una familia única. ¿Qué llevamos en el camino y para el camino? ¿Nos detenemos a dialogar con todos los hombres? ¿Somos capaces de formular con hechos la cultura del encuentro? Hay que saber decir a la Virgen que queremos ser un solo pueblo; no queremos estar peleados y divididos, deseamos ser familia; no hablamos de revanchas, deseamos cuidar unos de otros; necesitamos vivir como hermanos y por eso eliminar la envidia, la discordia, la violencia. Es necesario recuperar la memoria de cómo se vive como hermanos.

2-. Edificar como Santa María. Se edifica escuchando a Dios, siguiendo la orientación que Él nos da con su Palabra. María es maestra en el arte de escuchar. Sepamos detenernos a escuchar al otro, detenernos en su vida, en su corazón, no pasar de largo, no interesarnos por su vida y sus situaciones. ¿Tenemos miedo a escuchar? ¡Cuántas cosas cambiarían si escuchásemos! Así se edifica sobre roca, sobre la realidad y no sobre arena. Dejemos que el otro entre en nuestra vida. Que sepamos sentir lo que tienen los demás en su corazón. ¡Cuánto cambiaría nuestro mundo!

3-. Confesar como Santa María. Se es testigo del Señor cuando se le confiesa con nuestra vida. Cuando convencidos como María sabemos que tenemos que vivir con las palabras que salieron de la boca de la Virgen María, «haced lo que Él os diga». La alegría llega a la vida de cada uno de nosotros y a todos los hombres cuando hay coherencia y somos capaces de mantener la esperanza, sabiendo y teniendo la certeza de que el Señor siempre camina a nuestro lado y que no hay ni un instante en que nos abandona. Nunca apaguemos el corazón a esta confianza, seamos luz de esperanza como María. Comuniquemos esta luz. Dejémonos siempre sorprender por Dios, también cuando llegan las dificultades, ya que Él siempre nos sorprende con su amor.

4-. «DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?» (Mt 27, 36)

Momento orante: De una manera clara y rápida, se acerca la muerte. Es un momento que vive el Señor, donde el fondo del abismo, la profundidad de la angustia, es evidente. Esas palabras que pronuncia, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», evidencian la desnudez en la que se encuentra, la impotencia, la desolación que desgarra su vida, el abandono que lacera la existencia, el vacío del corazón donde todo está abrasándolo, las ganas del lloro ante esa soledad de un corazón que se ha consumido en amar a todos y que ahora en este instante se hace invocación a Dios, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

Tiempo de reflexión y mensaje: Recuerdo que pocos días antes de marchar al encuentro de jóvenes que hace años tuvimos en Cracovia, escribía estas palabras a los jóvenes de Madrid: muchos jóvenes ya hace días que iniciasteis la peregrinación hacia Cracovia. Algunos ya habéis llegado. Todos los que vamos a vivir este encuentro con el Papa Francisco, deseamos vivir con el deseo del Señor: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). Necesariamente tengo que recordaros aquel 17 de marzo de 2013 cuando el Papa Francisco celebraba su primera Misa con el pueblo de Roma tras su elección y nos habló diciéndonos: «El mensaje de Jesús es la misericordia. Para mí, lo digo desde la humildad, es el mensaje más contundente del Señor». ¿Por qué? ¿Os dais cuenta del mundo en el que vivimos? ¿Percibís la fuerza que tiene en nosotros el consagrarnos a trazar fronteras, a regularizar vidas de personas imponiendo siempre requisitos previos que sobrecargan el vivir cotidiano y lo hacen fatigoso, porque entre otras cosas nos disponen a permanecer siempre en juicio sobre los otros, a condenar, pero no a inclinarnos ante las miserias de la humanidad? ¿Qué nos dice Jesucristo? No hagáis eso entre vosotros ni con los que os rodean, inclinaros ante todo el que os encontréis por el camino. Tened el atrevimiento de comenzar la época nueva inaugurada por Jesucristo, lo viejo ha pasado, ha comenzado algo nuevo. Imitemos al Dios que se hizo hombre para decirnos quien es Dios y quienes somos los hombres: Dios no perdona con decretos, sino con caricias, va más allá de la ley, acaricia las heridas de nuestros pecados para sanarlos. Dejémonos sanar por Dios y salgamos con la gracia y la fuerza que el Señor nos da a cambiar este mundo». Este Dios es el que nos dice ahora «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Se acerca la muerte que representa el fondo del abismo, la inimaginable profundidad de la angustia. Y todo lo que vives Señor, se hace en tu vida una invocación a Dios.

¿Qué es la misericordia? Siempre la he comprendido desde la fidelidad de Dios a todos los hombres. En mi vida siempre vienen a la memoria y a lo más hondo de mi ser, aquellas palabras del apóstol san Pablo cuando dice así: «Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede renegar de sí mismo». ¡Qué palabras tan revolucionarias! Tú y yo podemos renegar de Dios, darle la espalda, no querer saber nada de Él, podemos pecar contra Él, pero Dios no puede renegar de sí mismo, Él permanece fiel, siempre fiel, en todas las circunstancias. Por eso, ¿quién cuando se habla de este Dios que se nos revela en Jesucristo puede quedar indiferente? Con toda nuestra miseria y pecado, con todas nuestras vergüenzas, Él fiel siempre, no se cansa, espera, anima, alienta, siempre levanta, nunca hunde, nunca te tira en cara nada.

En esta humanidad que tiene profundas heridas y que no sabe como curarlas, dado que no son solamente enfermedades sociales, heridas por la pobreza o la exclusión, y el descarte, sino por tantas esclavitudes nuevas, donde el relativismo hiere profundamente a la persona, pues todo parece lo mismo y todo parece igual. Precisamente ahora es cuando esta humanidad tiene una necesidad imperiosa de misericordia. ¿Sabéis cuál es la fragilidad más grande y la que más abunda?

Atrevámonos a ser diseñadores y protagonistas de la época de la misericordia:

1-. Pasando de querer construir una convivencia entre los hombres sin principios a construirla con principios. Esos que nos regala Jesucristo y que nos dice «no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará» (cfr. Lc 6, 37-38). Nos hacen caer en la cuenta de que el retrato del ser humano es «ser imagen y semejanza de Dios» y la expresión máxima de esa semejanza e imagen se manifiesta en la misericordia.

2-. Pasar de una economía que no tiene moral, porque margina a la persona y solamente ve cuentas y ganancias, a una economía que sirve a quien es imagen y semejanza de Dios. Cuando invocamos y decimos «Señor ven en mi auxilio», nunca olvidemos que la economía es para que el ser humano sea cada día más y mejor imagen de Dios.

3-. Pasar de buscar un bienestar sin trabajo, a costa de lo que sea, a cumplir el deseo del Señor sobre el hombre, ganar el pan con el sudor de tu frente. «Trabajarás» es cumplir el derecho que Dios mismo le ha otorgado al hombre: contar con un trabajo digno. Que nuestras manos estrechen las manos de los que no tienen cumplido este derecho, que busquemos fórmulas para que todos los seres humanos puedan realizarse mediante un trabajo decente y estable y que coopera en la obra creadora del Señor.

4-. Pasar de una educación que busca hacer hombres fieles y sin carácter, a una educación que hace hombres con valores y con carácter. Hay que hacer de verdad lo que nos dice el Señor en el Evangelio, «me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Hombres y mujeres sin cadenas, libres, sin yugos, que compartan el pan con los demás, que alberguen a quien está sin casa, que curan, que nunca abandonan a sus semejantes. Su versión de vida es la que Dios mismo les ha dado y por ello, no prescinden de nadie, son para todos y de todos.

5-. Pasar de una ciencia sin humanidad a una ciencia que se pone totalmente al servicio de la persona. Se trata de no sucumbir a la idolatría de la exaltación del paradigma tecnocrático dominante (cfr. LS 101), unilateral y ayuno de ética. Dejar lo que pertenece al reino de los medios y de los instrumentos en su lugar, y defender el primado de los fines y el orden de los valores, sin olvidar el fin último que es un Dios que regala la alegría de quien pensó en todo antes de llamarlo a la existencia.

6-. Pasar de buscar el placer sin conciencia a costa de lo que sea, a buscar el gozo con conciencia. Esa que Dios nos ha dado a todos los hombres y que constituye un sagrario para nosotros. Rectamente formada, es la auténtica voz de Dios en nuestro interior. A ella hemos de ser fieles sabiendo que es fuente de responsabilidad y liberación.

7-. Pasar de un culto sin sacrificio alguno, a un culto en el que es nuestra persona la que se ofrece enteramente. Este es el culto agradable a Dios, no el que nos lleva a guardarnos la vida, sino a exponernos en todo lo que somos y tenemos. La muestra exacta de lo que es el ser humano como imagen de Dios nos la ha revelado Jesucristo. Demos esta imagen y que este sea nuestro culto: dar, ofrecer, regalar, nunca retener.

Vivamos con el arma más necesaria: vivir con el amor mismo de Dios. El corazón de todo hombre es mendigo de amor, tiene sed de amor. Como nos decía el Papa san Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor». Comenzamos a ser lo que tenemos que ser para los demás cuando nos encontramos con una Persona que nos da nuevos horizontes, nuevas capacidades para entendernos a nosotros mismos y para entendernos entre nosotros, que nos aporta una orientación definitiva. Os invito a vivir estas bienaventuranzas para tener el arma que nos capacita para hacer visible ya en este mundo la presencia del Reino:

1-. Bienaventurados cuando permaneciendo envueltos en el amor de Jesucristo, dejamos de falsificar la única arma capaz de hacer posible la convivencia entre los hombres, que se traduce en la cultura del encuentro.

2-. Bienaventurados cuando acogemos y dejamos que nuestra vida sea ocupada por el amor de Jesucristo que se traduce en vivir en la alegría de Cristo.

3-. Bienaventurados si hacemos visible cada día, amar incondicionalmente a quien encontremos en el camino, con el mismo amor de Jesucristo.

4-. Bienaventurados si, impulsados por el amor de Jesucristo, damos la vida para que otros la tengan en abundancia.

5-. Bienaventurados por la amistad que nos ha regalado el Señor: sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

6-. Bienaventurados por la gran comunicación que el Señor tiene con nosotros: nos dice todo lo que sabe de Dios y del hombre.

7-. Bienaventurados porque el Señor nos ha llamado a formar parte de su Pueblo, dándonos como arma el amor mismo de Jesucristo.

8-. Bienaventurados si, habiendo acogido el amor de Dios, lo traducimos en obras que dan frutos que permanecen.

5-. «¡TENGO SED!» (Jn 19, 28)

Momento orante: Señor, eres obediente hasta la muerte y muerte en cruz. Sabes mirar mucho más allá incluso de la agonía. Cuando estás diciendo ¡«tengo sed»! estás viviendo un momento de tu vida singular: oscuridad grande y una conciencia que va poco a poco debilitándose. Tú con esas palabras, ¡«tengo sed»! no te refieres a la sed que surge de un cuerpo desangrado y cubierto de heridas que te abrasan, expuestas al sol de la tierra en que te clavaron en la cruz. Tú tienes sed de cumplir la voluntad del Padre. Tienes sed que todos los hombres se salven y conozcan el verdadero camino, la verdad y la vida. Tú, a pesar de todo lo que estás sufriendo, intentas hacer coincidir todos los detalles de tu vida con esa imagen eternamente presente en la mente del Padre. Te dieron una misión a cumplir y la llevaste enteramente a cabo. Señor, haznos oír otra vez esas palabras para que alcancen nuestro corazón: «tengo sed». En el salmo 21 se dice de ti: «Mi paladar está seco lo mismo que una teja, y mi lengua pegada a mi garganta». Y en el salmo 69: «En mi sed me han abrevado con vinagre». ¡Qué salvación nos entregas! Sucumbes para salvarnos, mueres para que vivamos. Por eso, nos dices: «si alguno tiene sed, que venga a mí, porque de mi seno correrán ríos de agua viva» (Jn 7, 37).

Tiempo de reflexión y mensaje: Hay unas palabras de san Juan Pablo II que escribió en el inicio de su pontificado y a las que luego me referiré, que a mí siempre me resultan sugerentes, sobre todo en este Viernes Santo. Deseo que sea una meditación que nos ayude a realizar esa conversión que nos pide el Señor para poder realizar el trabajo de la misión que como Iglesia de Jesucristo tenemos que hacer. Nosotros también hemos de clamar con las mismas palabras del Señor: «¡Tengo sed!» Recordemos el grito del ciego de Jericó para que lo atendiese el Señor. Ese es el grito que todo ser humano, consciente o inconscientemente, da en su vida, pues tiene necesidad de la cercanía de Dios, aunque muchas veces ni sepa quién es, ni tenga noticia de Él. Pero tenemos anhelo de infinito y sentimos la nostalgia de Alguien que nos quiera incondicionalmente. Por eso, el ciego grita y grita y no para hasta que Dios no se acerque a su vida y pueda experimente su amor. El ser humano no puede vivir sin el amor más grande. Y eso solamente lo puede regalar Dios. Se trata de aquella cercanía de Jesús que le dijo al ciego: «¿qué quieres que haga por ti?». Eso es lo que necesita todo ser humano.

La compasión que pide el ciego de Jericó es que Jesús tenga pasión por su persona, lo acoja, le dé su gracia y su amor, le dé su luz, le quite la oscuridad en la que vive, le dé su aliento, le de fundamentos. Esto es lo que necesita todo ser humano. Por eso, aquella propuesta de Jesús a los discípulos de «id y anunciad el Evangelio», es u imperativo para la Iglesia. Convencidos de la necesidad de nuestra misión, hemos iniciado el camino cuaresmal, que lo es de conversión, de seguimiento del Señor Jesús, de encuentro con Él y de esperanza. El Señor nos ha llamado para una misión fundamental; sin ella el ser humano no puede vivir. Nos ha dicho «seréis mis testigos». Hemos de estar disponibles para esta tarea. Se trata de que Jesucristo que es Amor, dona al hombre la plena familiaridad con la verdad y nos invita a vivir continuamente en ella. Es una verdad que es su misma Vida, que conforma al hombre y nos invita a vivir continuamente en ella. Fuera de esa verdad, que es el mismo Jesucristo, estamos perdidos y tenemos necesidad de gritar «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».

1-. Vive en amor a la Verdad y al Amor. El Amor y la Verdad son como dos caras de ese don inmenso que viene de Dios y que tienen un rostro que se ha revelado en Jesucristo. Conocemos la Verdad y el Amor en Jesucristo. Sabemos que el hombre no puede vivir sin amor. Por eso proponemos la persona de Jesucristo, pues la caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.

2-. Vive en el compromiso que engendra el Amor y la Verdad. El Amor tiene su origen en Dios y siempre mueve a la persona a comprometerse con valentía en construir su vida y la de los demás dando rostro a Jesucristo. Solamente haremos verdad «seréis mis testigos», si es que vivimos en el amor. ¡Qué belleza tiene el corazón de la vida cristiana que es el Amor! Quizá la respuesta más adecuada para la pregunta que hizo el Señor al ciego de nacimiento, «¿qué quieres que haga por ti?» sea ir recorriendo lo que el Señor dice en la parábola del Buen Samaritano, pregunta el interlocutor a Jesús «¿quién es mi prójimo?» Y el Señor responde invirtiendo la pregunta, mostrando con el relato del buen samaritano, cómo cada uno debemos convertirnos en prójimos del otro: «vete y haz tú lo mismo».

3-. Vive en medio de las dificultades que surgen para estar en la Verdad y el Amor. Recuerdas aquellas palabras del Evangelio del ciego de nacimiento, «Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte, ¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Pero como hizo Jesucristo, con su ayuda, su gracia y su amor, derriba los muros que impiden el encuentro con Dios. Esas dificultades, que impiden el encuentro con Dios y que descubramos la grandeza de nuestra vida, vienen de dentro y de fuera. Es verdad que están nuestros pecados que también nos impiden ver quiénes somos y comportarnos como tales, pero, como al ciego de Jericó, también le sobrevienen dificultades de fuera, «los que iban delante lo regañaban para que se callara», el encuentro con Jesucristo se lo impedían desde fuera. Es urgente, como nos dice el Señor en el evangelio, «ser sus testigos». El hombre tiene sed y hambre de Dios.

«¡Tengo sed!» es el grito de todos los hombres, pero que en estos momentos de la historia tiene un eco especial en la humanidad. Otro mundo es posible. Dios quiere transformar el mundo con nuestra conversión. No sólo dice muy claro el Evangelio: «convertíos y creed en el Evangelio». «Convertíos», en griego «metanoia», significa «cambiar de forma de pensar», de forma de vivir, el modo de mirar las cosas. «¡Tengo sed!» Se trata de lograr una visión nueva, que en hebreo significa, «cambiar de dirección». Otro mundo es posible.

Para hacer posible ese sueño de Dios en medio de esta historia, sabiendo que Él siempre está de nuestra parte, son necesarios discípulos que comiencen a vivir desde tres convencimientos:

1-. Salida misionera. Haciendo una comunidad misionera, que sale donde están y viven los hombres. De alguna manera, tiene que ser esa comunidad que al estilo de Jonás escucha a Dios que le dice: «levántate y vete a Nínive… predícale el mensaje que te digo… Se levantó Jonás y fue a Nínive». Para nosotros los discípulos del Señor, Nínive es nuestro mundo, nuestra historia, la realidad que están viviendo los hombres. Esto es precisamente lo que vivió Jesús y nos enseño: «se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios convertíos y creed en el Evangelio».

2-. Convencidos de que otro mundo es posible. Predicando con obras y palabras aquello que nos dice el apóstol san Pablo «la representación de este mundo se termina» y es que ha comenzado otra nueva con Jesucristo. Por eso, regalar en este mundo la misericordia, el amor, la reconciliación, la paz, la verdad, la curación que Dios en Jesucristo dona a los hombres es lo que hace posible otro mundo nuevo.

3-. Anunciando a Jesucristo y llamando a seguirle. Por tanto, una comunidad cristiana de testigos que con sus palabras y obras acercan visiblemente, con la gracia y el amor del Señor, el Reino de Dios y convocan a los hombres con sus vidas que pronuncian de palabra y obra en nombre de Cristo: «venid conmigo». Con la seguridad de que esto es lo que convoca, pues así lo hacían los primeros cristianos que lograban nuevos discípulos por seducción.

6-. «TODO ESTÁ CUMPLIDO» (Jn 19, 30)

Momento orante: Es el fin de tu vida. Todo pasa. Tu honor, tus esperanzas humanas, todas las luchas e ilusiones que viviste entre nosotros, todo ha pasado, es el final. Y ahora todo se vacía, la vida va desapareciendo. Surge inmensa la impotencia. Pero, Señor, tu vida es cumplimiento, has cumplido hasta el fin la voluntad del Padre. ¡Qué inmensidad alcanza una vida que acaba con fidelidad y con amor! Es la gran apoteosis, porque tu final es solo aparente y tu declinar es propiamente tu victoria: hiciste de la muerte, vida; del olvido de ti y de tu propia negación, conquista; del inmenso dolor vivido y padecido, gracia; de un final trágico y doloroso, aparentemente un fracaso, la plenitud: «Todo está cumplido».

Tiempo de reflexión y mensaje: Me agrada hablar e insistir una vez y otra vez en la «cultura del encuentro», pero en este Viernes Santo y ante esas últimas palabras de Jesús, «todo está cumplido», quisiera proponeros «lugares» que se conviertan en verdaderas «escuelas de la cultura del encuentro». En esas palabras que salen de labios de Jesús, hay un deseo tremendo de haber realizado todo porque los hombres se encontraran con Dios y descubrieran la verdad del hombre. Tenemos que aprender a construir esta cultura que es mucho más que una expresión que suena bien en principio para muchos y que para otros levanta suspicacias y dudas. Pero quiero invitaros a todos a que entremos en la profundidad de lo que es, pues tiene que convertirse en tarea y trabajo de todos; para mí como Obispo deseo convertirla en ese potencial que nos permite acercarnos a lo que el Papa san Pablo VI quiso decir cuando en la encíclica Ecclesiam suam en el año 1964 nos hablaba de «diálogo de la salvación» y de que «la Iglesia es coloquio». Hemos de tomar muy en serio lo que el Señor nos invitaba a hacer y a vivir poco antes de su ascensión a los cielos. Nos dijo con toda claridad: «id por el mundo y anunciad el Evangelio». Escuchando esas palabras de Jesús, «todo está cumplido», os propongo que entréis en esa escuela que yo llamo de la cultura del encuentro. No hay que pagar ninguna matrícula, no hay que asistir a ningún lugar especial, simplemente os invito a cursar tres asignaturas de libre configuración por cada cual. Estas son:

1-. Entra en conversación sobre temas que son de fundamento. Yo te propongo estos tres: 1) ¿Cómo te afecta el vacío espiritual?; 2) ¿Das importancia en tu vida a la familia en la estructura y crecimiento del ser humano?; 3) ¿Cómo cultivas la dimensión trascendente, tu adhesión a Dios? Y ten presentes esas palabras de Jesús: «todo está cumplido».

1.1-. ¿Cómo te afecta el vacío espiritual? Ese vacío que puede engendrar una cultura cuando en ella se da amnesia cultural, agnosticismo intelectual, anemia ética o asfixia religiosa. ¿Cómo ha de recorrer la Iglesia el camino por el que va con sus contemporáneos en esta situación? ¿Qué debe hacer? ¿Qué humanismo verdadero debe prestar? Sinceramente la cultura del encuentro debe llevarnos a algo tan sencillo que es vivir como hizo Jesús: viendo, mirando, escuchando, estando con las personas, parándose con ellas. No vale decir ¡qué pena!, nuestro encuentro debe llevarnos a hacer lo que hizo Jesús, acercarse, tocar y dar vida. Hay que mostrar y ser rostro de Jesucristo. Es la gran respuesta, la única que existe para este drama como es el vacío espiritual del ser humano. Los cristianos hoy hemos de tener coraje y valentía, pues existen dos tentaciones graves: disolvernos en medio del mundo, olvidando que somos «sal de la tierra y luz del mundo» o también construir unas enormes murallas para vivir sin meternos de lleno en el mundo que es la misión que nos ha dado el Señor: «id al mundo entero y anunciad el Evangelio». ¿Cómo hacer hoy este camino? Tenemos que anunciar a Jesucristo como la novedad más grande y nuestra más propia misión. Hay que ser testigos del Señor, hombres y mujeres de experiencia de encuentro con Él. Esta es la gran noticia que se tiene que conocer. Y hemos de hacerlo con, en y desde la Iglesia que fundó el Señor.

1.2-. ¿Das importancia en tu vida a la familia? La vives como esa comunidad de amor que tiene la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor.

1.3-. ¿Cómo cultivas la dimensión trascendente, tu adhesión a Dios, a Jesucristo a la Iglesia? Te hago esta pregunta: ¿Qué puedes comprender tú y tus hijos sin la religión? ¿Sería completa e integral su experiencia humana?

2-. Haz silencio para oír lo que importa. Haz silencio en tu vida y en tu corazón. Busca espacios y lugares donde puedas escuchar esas grandes preguntas que en lo más hondo de tu vida siente todo ser humano. Ante la belleza del paisaje que admiras, sentado en tu casa o en cualquier lugar sin ruidos que a ti te ayude a hacer silencio, hazte estas o parecidas preguntas, ¿qué hago con mi vida? ¿Hacia dónde camino? ¿Soy feliz? ¿Tiene dirección mi vida y qué busco para ponerla? A estas preguntas solamente se puede responder desde un profundo silencio.

3-. Practica el diálogo con Dios, ora y escucha la Palabra de Dios. El ser humano no puede vivir plenamente la vida sin entrar en la órbita y en el horizonte que le hace ser y vivir según lo que es, hijo de Dios y por ello hermano de los hombres. Y entrar en este diálogo con Dios es algo muy sencillo. Lo hemos aprendido a hacer en la oración del Padrenuestro que salió de labios de Jesús y que Él quiso entregar a los discípulos, cuando le preguntaban por qué el vivía así. La primera necesidad del ser humano es saber que no está solo y que además es querido tal y como es. Decir Padrenuestro, es entrar en una forma de asumir la vida que le da densidad y fundamento. No es cualquier cosa decir y saber vivir en la experiencia de que Dios me quiere y me ama. Pero ello me está exigiendo salir de mí mismo y dejarme de ocupar de todas esas cosas que me entretienen y que no me dejan ser lo que soy, hijo y hermano.

Esta es la escuela en la que se aprende a construir la «cultura del encuentro». «Todo está cumplido».

1-. Concéntrate en lo esencial para realizar la misión: la oración. Mira cómo Dios te mira y te trata en todo lo que te constituye como persona. ¡Qué amor nos tiene! ¡Qué misericordia nos muestra! Todos los grandes santos a través de su vida nos muestran que orar es dejarse mirar por Dios y mirarlo a Él y conversar con Él como un amigo lo hace con otro, se trata de una relación de amistad sincera. Pero diría que tiene unos condicionantes: su misericordia. La misericordia es la manera que Dios tiene de mirar al hombre y de tratar con él en todo lo que le constituye.

2-. Concéntrate en lo esencial para realizar la misión: la fe. Es un don que nos ha regalado el Señor, como todo don, lo puedo acoger y hacer crecer o dejarlo aparcado. Nunca olvidemos que la fe siempre conserva en algo un aspecto de cruz, oscuridades que nunca restan firmeza a la adhesión. Hemos de saber vivir y que hay cosas que solamente se comprenden y valoran desde una adhesión que es hermana del amor. Un corazón misionero conoce esos límites, pero nunca se cierra y repliega en sus seguridades; deja todo y se adhiere a Jesucristo; corre por el mundo desde una vinculación sincera, fuerte, llena de amor a quien sabe que es el Camino, la Verdad y la Vida.

3-. Concéntrate en lo esencial para realizar la misión: el testimonio. Es cierto que en todos los que hemos recibido la nueva vida del Señor por el Bautismo, actúa la fuerza santificadora del Espíritu. Éste nos impulsa a evangelizar, a ser testigos fuertes del Señor. La presencia de un testigo de Jesús se advierte rápidamente. No habla de sí mismo, todo él habla de Cristo.

Concéntrate en lo esencial: ora, crece en la fe, se testigo, «todo está cumplido».

7-. «PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU» (Lc 23, 46)

Momento orante: Señor, ¿quién te arrastra? ¿Qué te arrastra? ¿La nada? ¿El destino ciego? Tú Señor has mostrado que nada de eso. Es el Padre, es Dios quien te arrastra uniendo sabiduría y amor. Y así te dejas llevar. Y lo haces por todos los hombres. Tú lo sabes bien: son las manos del Padre a las que te agarras. Por eso, con una fuerza extraordinaria dices: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Devuelves todo a quien te lo ha dado todo. Y lo haces sin reservas. Te confías plenamente a Él. Sabes que las manos del Padre son seguras, cuidan de verdad y sostienen la vida. Señor acógeme en tu amor, enséñame a confiar siempre en Dios, a poner la vida en manos de Él.

Tiempo de reflexión y mensaje: En la alegría de ser instrumentos de la misericordia de Dios. Cuando consagraba en el año 2002 el santuario de la Divina Misericordia, dijo a todos los hombres san Juan Pablo II: «es preciso encender la chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad» (Cracovia, 17-VIII-2002).

Algunos descubrimientos necesarios:

1-. Descubrid lo que es esencial para vivir: la desertización espiritual, las ciudades y los modos de vida que se desean construir sin Dios eliminan la alegría, someten al ser humano a tener un experiencia de desierto, de vacío, de lo que es el valor esencial para vivir. Todo ello trae una inmensa sed manifestada de formas muy diferentes. En este encuentro mundial, estoy seguro que el Papa Francisco, nos va ayudar a ser personas-cántaros, es decir, personas que estamos llamadas a dar de beber a los demás.

2-. Mantened con fuerza la convicción de los derechos humanos, en la construcción de esta historia: ¡qué maravilla volcarnos en esa misericordia de Dios que reconoce que todo ser humano es imagen y semejanza suya! Un ser humano es siempre sagrado e inviolable en cualquier situación y cada etapa de su desarrollo, es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver cualquier situación.

3-. Sed revolucionarios, id contracorriente: revelaos ante una cultura de lo provisional que cree que somos incapaces de amar y ser felices desde el fondo de nuestro ser y a hacer felices a los demás. En un mundo donde todo aparece como relativo, donde se predica que lo importante es disfrutar el momento y no comprometerse con las personas y con opciones definitivas, sed revolucionarios. En esto debéis de ser revolucionarios, pero no de pandereta, sino entregando la misericordia, que es la manera de ser de Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, nos pide amar incondicionalmente, comprometernos hasta la muerte por todos y muy especialmente por los más débiles e indefensos.

4-. Sed artesanos del futuro y profetas de la bondad de Dios: y ello con los valores de la belleza, de la bondad y de la verdad. Para esto hay que ser valientes para hacer cosas grandes y no caer en la mediocridad. Os lo aseguro, a través de toda mi vida, desde mis inicios de sacerdote y también como educador, he comprobado que en el corazón de un joven existen tres deseos innatos: 1) cuando hacéis música, teatro, pintura, cantáis, en el fondo está el deseo de la belleza; 2) cuando ayudáis a los demás y no os importa gastar el tiempo en realizar trabajos sociales que construyen y facilitan la vida de los otros, manifestáis el deseo de bondad; 3) cuando descubres que no tenéis la verdad, sino que tenéis sed de verdad, entonces manifiestas el deseo de verdad. Estos deseos crean futuro y envuelven y contagian bondad.

5-. Sed testigos y defensores de la cultura de la vida: aprended esto en la «cátedra del buen samaritano». ¿Cómo es esa cátedra? Salid a los caminos, transitad por donde van los hombres. A todos los que encontréis heridos, acercaos, agachaos a él, miradlos, recogedlos, curadlos, prestad todo lo que tenéis y llevadlos a que se curen, nunca os desentendáis de ellos.

6-. Convocados a vivir el tiempo de la misericordia: tratar con misericordia a todos, pues esta nueva época ha dejado muchos heridos y la Iglesia como Jesucristo tiene que salir a curar, como el Señor, la Iglesia no se cansa de perdonar a todos. Y no hay que esperar, hay que buscar a todos.

En estas palabras: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», veo tantas y tantas personas que han encontrado una manera de vivir, que no puedo por menos de recordar algunas. Cuando pienso en la conversión de san Pablo, estoy viendo a tanta gente que después de muchas vicisitudes en la vida, incluso enfrentados con Jesucristo y con la Iglesia, por circunstancias diversas, vuelven al Señor y al seno de la Iglesia. ¡Qué admiración produce como en momentos muy especiales y singulares se encuentran de tal manera con la persona de Jesucristo que tienen la misma experiencia del apóstol Pablo! El Señor de modos diferentes les dice: «¿por qué me persigues?». Y responden como el apóstol Pablo, «¿quién eres, Señor?» o lo que es lo mismo ¿qué quieres de mí?, ¿qué me pides?, ¿qué deseas? Como san Pablo, la respuesta es inmediata. La dificultad muchas veces está en los que rodeamos a esas personas que reciben y responden a esa llamada del Señor. Tenemos la misma tentación que aquellos cristianos y los mismos Apóstoles en el primer momento de la Iglesia, la de la sospecha y difamación, el no creer en la conversión, en esa capacidad que tiene nuestro Señor de «hacerlo todo nuevo». Surgen sospechas y miedos, que en el fondo es no creer en la fuerza y el poder del Señor para cambiar la vida y el corazón de los hombres. Muy a menudo la tentación es, con aires de defender la fe, seguir en la difamación que niega la capacidad de cambiar la vida del ser humano que tiene Jesucristo. ¿Creemos en la versión nueva que da Jesucristo a los hombres cuando nos poneos en sus manos? ¿Creemos en el Señor que deposita su confianza en nosotros cuando nos ponemos a vivir desde Él, por Él, y en Él?

En la bula del Jubileo de la Misericordia del Papa Francisco, nos acerca palabras cargadas de significado del Papa san Juan XXIII, que pronunció en la apertura del Concilio para indicar el camino que debemos seguir: «en nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad… La Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella». El Papa san Pablo VI en la conclusión del concilio decía: «queremos más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad… La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del concilio» (Misericordiae Vultus, 4). Y es que la omnipotencia de Dios se manifiesta precisamente en su misericordia. No es fácil en muchas ocasiones perdona. Sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras manos para alcanzar la paz del corazón y apartar de nuestra vida la venganza, el rencor, la rabia y toda clase de violencia que muchas veces con aires de defensa de la pureza y de la verdad, nos hacen permanecer en el enojamiento y no nos permiten vivir esa bienaventuranza que nos dice así: «dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5, 7). Como nos dice el Papa Francisco, «la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia».

El salmo 138, es el canto de la confianza, nos manifiesta como Dios está siempre con nosotros, no nos abandona ni siquiera en las noches más oscuras de nuestra vida, está presente incluso en los momentos más difíciles. No nos abandona ni en la última noche, ni en la última soledad cuando ya nadie puede acompañarnos. Los cristianos sabemos que no estamos solos, es más, Dios mismo ha mandado a su hijo Jesucristo a vivir entre nosotros. Nunca estamos solos, Él nos quiere y nos cuida, la bondad de Dios está siempre con nosotros. El salmo 139 es una muestra de lo que somos para Dios: «Señor, tú me sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos, distingue es mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares… Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno» (cfr. Sal 39).

¡Ved la fuerza que tienen las palabras y sus gestos de Jesús! «Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado» (Mc 6, 30). Cabe suponer que le contaron la vida, aspiraciones, respuestas que habían tenido por parte de los hombres y qué les habían enseñado. Lo cierto es, que delante de ellos el Señor dijo que tenía lástima de los hombres, pues nadie los cuidaba, estaban sin pastor. Él se presentó como el verdadero y el buen pastor. Tiene tal fuerza esta llamada para todos los cristianos y por supuesto para quienes el Señor ha querido regalarnos su misión, que se convierte en una llamada a todo la Iglesia para salir al mundo y anunciar a todos los hombres a Jesucristo. Es apasionante en este momento de la historia, a pesar de las dificultades que podamos tener, hombres y mujeres, jóvenes o adultos, niños o ancianos, asumiendo la tarea de abrir al ser humano a la gran fiesta del Evangelio, que es la fiesta de la verdadera alegría. Mostrar a la persona de Jesucristo con obras y palabras, tiene consecuencias personales y sociales impresionantes y hacer posible que esa luz, sea donde la persona experimenta la misericordia y el amor, la ternura y la cercanía de Dios, es el modo más certero enseñar a vivir para los demás.

Es una tarea a la que os invito a todos los que me estáis escuchando. Entremos en diálogo abierto con todo ser humano. Propongamos la acogida del Evangelio, haciéndolo de tal manera y con tal estilo evangélico, que quienes nos escuchen experimenten, que Jesucristo ilumina a cada persona, que le hace ver el valor que tiene ella y quienes la rodean, que su vida comienza a tener una fuerza tal, que queda invadida por la novedad y frescura de quien nos valora, custodia, pone en el centro de todo al hombre y nos lanza a construir un mundo en el que descubrimos que para mantener todo al servicio del hombre, tenemos necesidad de la presencia de Dios. ¿Por qué tiene lástima de nosotros? Porque desconocer a Dios, es desconocer la verdad del hombre.

Cuando no hacemos de nuestra vida y de la del otro don, aparecen unas constantes destructivas. ¿Qué significan estas palabras: diferencia, superioridad, conquista, exclusión? Estas palabras muestran la gracia que ha sido para la humanidad la entrada de Dios en esta historia, haciéndose Hombre cómo nosotros. Expresan cuatro etapas de la humanidad, en las que la ausencia de Dios en la vida del hombre plasma situaciones de descarte. 1) La primera etapa del ser humano en esta historia, se comprendió como alguien miembro de una especie que se distinguía de otras, por ciertas propiedades que él poseía en exclusiva. Muchos mitos en las diversas culturas, tratan de explicar en qué se distingue el hombre de los animales. Estaba abierto a dioses que él se iba creando a su medida. 2) La segunda etapa es de superioridad, el ser humano aparece como mejor que las otras especies viven con él, le aproximan más a lo divino. En esta etapa, aparece una novedad muy grande, tanto el judaísmo como el cristianismo, nos hablan de esa superioridad del hombre pero como resultado de una elección por parte de Dios mismo, es una elección graciosa. De tal modo que la preeminencia del hombre no se apoya en propiedades de su naturaleza, sino en la encarnación de Dios, Dios se hace Hombre. Esto es lo que confiere la dignidad al hombre. 3) La tercera etapa es de conquista, el ser humano debe dominar a otros seres y plegarse a sus fines, de tal modo que realiza su superioridad convirtiéndose en dueño de la naturaleza, que le lleva a caer en la tentación y a veces a la realidad de adueñarse también del otro. 4) La cuarta etapa es la de la de la exclusión, es decir, el hombre es el ser más alto, nadie puede estar por encima de él. De tal manera que intenta eliminar a Dios. Es precisamente en esta etapa en la que se forja la palabra humanismo. Pero, ¿hay verdadero humanismo cuando se excluye a Dios? Hay que superar esta etapa y comenzar la quinta: Dios es necesario.

El proyecto de eliminar a Dios ha fracasado, el hombre se está dando cuenta que prescindir de Dios es una amenaza a la existencia del hombre. La eliminación y el olvido de Dios, crea un «abismo» en el interior del hombre. Produce una «ruptura» en su existencia que le hace no sentirse dichoso. El «abismo» y la «ruptura», el ser humano no lo resiste, percibe de modos diferentes que esto provoca su enfermedad. Esa que es no saber quién soy. Cuando a Dios se le retira, retornan de otros dioses y esto no nada de es bueno para el hombre. Tengamos la osadía y la lucidez de hacer una ecología integral, una verdadera ecología humana y social, en la que Dios es necesario, pues el ambiente natural, social, político y económico está en estrecha relación. El progreso integral hay que buscarlo siempre, pero para ello hay que salir a anunciar a quien hace posible que nunca olvidemos a nadie, Jesucristo.

Defendamos los derechos del hombre con hechos. Dejémonos alcanzar por los sentimientos de Cristo que se nos revelan en sus palabras y leamos la realidad, viendo donde no se respetan los derechos del hombre. Lo resumo en tres tareas: 1) Intervenir; 2) Protagonizar; 3) Servir la alegría del Evangelio.

1-. Intervenir. Ante realidades que contemplamos, viendo y escuchando como Dios quiere que estemos presentes en ellas de un modo pro-activo, es decir, interviniendo para que cambien, percibimos como el Señor desea contar con nosotros, cuando dice: «¿a quién mandaré?». Palabras que escuchadas en lo más profundo del corazón, hacen que cada uno de nosotros, deseemos responder: «aquí estoy, mándame». Y es que el Señor quiere y desea que aspiremos a la universalidad, con el corazón que puso en nosotros. Él desea darnos un impulso utópico, ese que el Papa Francisco en tantas ocasiones ha rehabilitado mostrando el valor movilizador de la utopía. Es cierto, podemos hacer de esta tierra una gran familia. ¿Utopía? No. Es verdad que no podemos olvidar los límites, tenemos grandes límites que no se pueden suplir con voluntarismos, pero siempre encontramos una parte valiosa de nosotros que nos sirve a nosotros y puede servir siempre a los demás. Movilicemos esa parte valiosa.

2-. Protagonizar. ¡Qué belleza adquiere nuestra vida, cuando nos sentimos fundados y salvados en Jesucristo y remitidos siempre a los demás, a todos los hombres! Entremos en la lógica del Evangelio que es muy clara, quizá la vemos con mucha más fuerza, cuando escuchamos a Jesús en aquella parábola en la que nos dice: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto». Es la lógica en la que hemos de entrar para cambiar nuestro mundo. Y es que no vale vivir para uno mismo, no vale buscar salvarse uno, hay que entrar en otra dinámica según Jesucristo, hay que perder la vida, hay que darla como Jesús, es un perderse, que significa ganar, hay que hacerlo por los otros como Jesús.

El amor cristiano, nuestra identidad, es escuela de solidaridad, es cadena que nos une a unos con los otros, cuando hay amor. Nadie sobra y nadie es extranjero. Es como cuando dos personas se abrazan, no se distingue el que ayuda del que es ayudado, cuando se abrazan es uno… el protagonista es el abrazo.

3-. Servir la alegría del Evangelio. El Señor se acerca a nosotros, desea mostrar su cercanía a todos los hombres que habitan este mundo, quieren escuchar palabras en las que vean que esa liberación en la que desea vivir todo ser humano, Él la ofrece, no sólo con palabras sino con obras, pues el cambia el corazón de quien se acerca a Él y lo deja entrar en su vida. El Señor quiere entrar en tu vida, desea hablar a través tuyo a los hombres con obras y palabras. Desea hacerlo hoy, porque nosotros creemos que todos los hombres son hermanos, «creemos en la igualdad y en la dignidad de las personas». Deja entrar al Señor en tu vida, verás el cambio: aceptarás el desafío de encontrarte con otros diferentes, de dar de lo tuyo a otros, de hacer partícipe de lo que tiene a otro, pero también de recibir del otro lo que él te pude dar. Hemos de ser valientes para hacernos consanguíneos con otros. La Iglesia sabe hacerlo, pues entroncada y fundada en Jesucristo, sabe de la salvación que Él nos da. Estamos en las mejores manos: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

+ Carlos Card. Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid