«Que el fuego del amor derrita el hielo de la guerra» - Alfa y Omega

«Que el fuego del amor derrita el hielo de la guerra»

«La paz exige que hagamos del diálogo un camino». La paz exige colaboración, respeto en las diferencias y mirar al futuro como espacio de oportunidad, para las futuras generaciones. El deseo del Papa concentrado en pocas palabras, pronunciadas por él en la plaza Nezavisimost de Sofía y ante líderes de diversas religiones. Allí, en el corazón de Bulgaria y mirando las antorchas llevadas por algunos niños, aseguró que sus llamas simbolizan la paz, un «faro» que debe iluminar el mundo entero y cuyo fuego es como el amor, que derrite el hielo de la guerra

Andrés Beltramo Álvarez
El Papa Francisco preside una oración por la paz con representantes de diferentes confesiones religiosas en la plaza Nezavisimost de Sofía (Bulgaria), el pasado 6 de mayo. Floto: REUTERS/Vatican Media

«En este momento, nuestras voces se funden al unísono expresando el ardiente deseo de la paz: ¡que la paz se difunda en toda la Tierra!», añadió el Pontífice, en el último acto que presidió en territorio búlgaro, en una gira que inició el domingo 5 de mayo, se extendió hasta el martes 7 e incluyó una etapa en Macedonia del Norte, nunca antes visitada por un Papa.

El viaje comenzó con un mensaje a España. A bordo del avión que lo conducía de Roma a Sofía, Jorge Mario Bergoglio afirmó que se «iba a pensar» la posibilidad de visitar el país. Le respondió así a Eva Fernández, corresponsal de COPE y colaboradora de este semanario, quien le recordó la cercanía de los 500 años de conversión de san Ignacio de Loyola y el Xacobeo en Santiago de Compostela.

El primer discurso público del Papa al aterrizar en Bulgaria puso el tono a toda la visita apostólica. En una plazuela del Palacio Presidencial y ante el presidente, Rumen Radev, sugirió «no cerrar los ojos, el corazón y la mano a quien toca a sus puertas». A tres semanas de las elecciones europeas, desde un lugar que calificó como «puente» entre la Europa del este y la del sur, puso de relieve el «drama» de la migración.

«Solo abriéndose se da fruto»

Sobre la unidad europea y el rol de los cristianos, Francisco volvió a hablar, esta vez durante una visita que realizó al patriarca de la Iglesia ortodoxa búlgara, Neofit, quien estuvo acompañado por su Santo Sínodo. Momento para recordar el «ecumenismo de sangre», ese testimonio brindado por los cristianos de todas las Iglesias ante la persecución.

«Mientras tantos hermanos y hermanas del mundo continúan sufriendo a causa de la fe, nos piden a nosotros no permanecer cerrados sino abrirnos, porque solo así las semillas dan frutos», sostuvo. Allí mismo, en la catedral patriarcal de San Alexander Nevsky, el Pontífice dedicó algunos momentos de silencio ante el trono de los santos Cirilo y Metodio. Luego se trasladó hasta la plaza del mismo nombre, donde rezó el regina coeli ante unos 3.000 fieles.

En la tarde del domingo, Francisco tuvo su primer encuentro con la comunidad católica del país en la plaza Knyaz Alexander de Sofía. En la homilía de una Misa celebrada ante una multitud afirmó que la amenaza más grande para una comunidad cristiana es el «gris pragmatismo», cuando «todo procede con normalidad» pero, en realidad, «la fe va degenerando en mezquindad».

«Una Iglesia joven, una persona joven, no por la edad sino por la fuerza del Espíritu, nos invita a atestiguar el amor de Cristo, que empuja y nos lleva a estar listos para luchar por el bien común, servidores de los pobres, protagonistas de la revolución de la caridad y del servicio, capaces de resistir a las patologías del individualismo consumista y superficial», indicó.

Unos niños reciben su Primera Comunión, de manos del Papa Francisco, en la iglesia del Sagrado Corazón en Rakovsky. Floto: REUTERS/Yara Nardi

«Saben hacer lío. Pero, ¿saben hacer silencio?»

Por eso llamó a no desesperarse ante las experiencias de fracaso y de dolor, a no caer en la «sutil y peligrosa tentación» que invita al desánimo. Esta, continuó, es la «psicología del sepulcro que pinta todo de resignación», haciéndonos acostumbrarnos a una «tristeza dulzona» que «corroe toda esperanza».

Antes de regresar a la nunciatura apostólica, al escuchar a un grupo de jóvenes que lo llamaban gritando, el Papa rompió el protocolo, se acercó a ellos y exclamó: «Ustedes son jóvenes y saben hacer lío… Pero, les hago una pregunta: ¿Saben hacer silencio en el corazón y encontrar los sentimientos más nobles? Esto es bello, es un modo de rezar. Pero igual, sigan haciendo lío».

En el centro de acogida a refugiados

La mañana del lunes 6 de mayo, el Papa visitó el centro de refugiados de Vrazhdebna y ante 50 de ellos, procedentes de Siria e Irak, precisó que «hoy, el mundo de los migrantes y de los refugiados es una cruz de la humanidad». Un gesto significativo, en un país con un muro en la frontera con Turquía. Ahí escuchó los testimonios de varias mujeres, como una iraquí con siete hijos y el marido enfermo. Entre ellos 40 niños, residentes en el centro de acogida coordinado por Cáritas.

Con niños, el Papa tuvo otro momento conmovedor. El mismo lunes, durante una Misa celebrada en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Rakovsky, dio la primera comunión a unos 245 pequeños. Lo hizo por primera vez en un viaje apostólico. Dentro del templo había unas 700 personas, afuera más de 10.000.

A estos pequeños les dijo que Dios los necesita para «poder realizar el milagro de alcanzar, con su gozo, a muchos amigos y familiares». «Nuestro documento de identidad es este: Dios es nuestro Padre, Jesús es nuestro hermano, la Iglesia es nuestra familia, nosotros somos hermanos y nuestra ley es el amor», continuó.

Inmediatamente después el Papa se trasladó a pie a un convento franciscano para un almuerzo con obispos de Bulgaria. Siguió un encuentro con la comunidad católica, en la iglesia de San Miguel Arcángel de la misma Rakovsky.

En un discurso improvisado, aseguró que Dios es un «optimista incurable» porque siempre piensa en el bien de cada uno. Por eso –siguió– «es bello cuando nuestras comunidades son obras de esperanza». «Nunca conocí un pesimista que haya concluido algo bueno», dijo, parafraseando a Juan XXIII. Y agregó: «Cuando pienso en un pesimista me viene a la mente una linda torta [tarta]. ¿Qué hace el pesimista? Tira vinagre sobre la torta. Los pesimistas arruinan todo. El Señor es el primero en no ser pesimista y continuamente busca abrir para todos nosotros los caminos de la resurrección».

Así, invitó a aprender a ser una «Iglesia-familia-comunidad» que acoge, escucha, acompaña, se preocupa de los demás revelando su verdadero rostro, que es rostro de madre. «Iglesia-madre que vive y hace suyos los problemas de los hijos, no ofreciendo respuestas preconfeccionadas. Esta Iglesia busca juntos caminos de vida, de reconciliación, buscando hacer presente el reino de Dios. Iglesia-familia-comunidad que toma los nudos de la vida, que a menudo son gruesos enredos, antes de desanudarlos los hace suyos, los acoge entre las manos y los ama. Así hace una mamá, así es nuestra madre-Iglesia».

El Papa en oración ante el monumento de la madre Teresa de Calcuta, en Skopje. Floto: REUTERS/Yara Nardi

Tras las huellas de la Teresa de Calcuta

La última etapa del viaje, dedicada a Macedonia del Norte, se centró en Skopje. En el aeropuerto de esa ciudad aterrizó Francisco en la mañana del 7 de mayo. Visitó el Palacio Presidencial, donde se reunió con el mandatario Gjorge Ivanov y pronunció un discurso ante autoridades del país. Evocó la figura de madre Teresa de Calcuta, nacida a las afueras de esa ciudad. Él mismo visitó el memorial dedicado a la santa e instó a seguir sus pasos.

Luego, durante una Misa en la plaza Macedonia, puso en guardia ante la «virtualidad» que ha hecho a los seres humanos perder el gusto y el sabor de la realidad. «Nos hemos acostumbrado a comer el pan duro de la desinformación y hemos terminado presos del descrédito, las etiquetas y la descalificación; hemos creído que el conformismo saciaría nuestra sed y hemos acabado bebiendo de la indiferencia y la insensibilidad; nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad», estableció.

Y apuntó: «El Señor vino para darle vida al mundo y lo hace desafiando la estrechez de nuestros cálculos, la mediocridad de nuestras expectativas y la superficialidad de nuestros intelectualismos; cuestiona nuestras miradas y certezas invitándonos a pasar a un horizonte nuevo que abre espacio a una renovada forma de construir la realidad. Él es el pan vivo bajado del cielo, el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».