«Nada hay oculto que no haya de saberse» - Alfa y Omega

El Informe sobre la Iglesia chilena de abril de 2018 ha acelerado la marcha de la Iglesia en materia de abusos. Cuando el Papa lo leyó y reconoció haberse equivocado, no imaginamos que hoy contaríamos con el motu proprio Vosotros sois la luz del mundo. En un año ha renunciado el episcopado chileno, el fiscal general de Filadelfia ha publicado un demoledor informe, hemos conocido el escándalo McCkarrick y sufrido los envites de Viganó. Todo muy terrible, dirán algunos. Aunque, a decir verdad, tan terrible como sanante. Tanto que, en un año, se han reunido en Roma los presidentes de todas las conferencias episcopales del mundo, el Papa ha reformado la legislación interna vaticana en materia de abusos y ha firmado una ley con carácter universal que arbitra mecanismos procesales que obligan a informar de los abusos, a investigar a obispos y personas en posiciones de autoridad y a establecer sistemas accesibles para que cualquier persona pueda informar con plenas garantías.

En la eterna discusión entre esperar a que el cambio de las mentalidades provoque la reforma de las estructuras, el Papa ha creído que lo segundo debe servir a lo primero. Las resistencias son evidentes. Y cuando los cambios no se hacen por convicción, hay que hacerlos por necesidad. Y la necesidad, aunque todavía más la justicia, dicta que las víctimas deben pasar a ocupar el lugar que por derecho les corresponde en el proceso de información y denuncia de estos casos. Ninguna víctima debe sentir miedo por contar la verdad, no se debe engañar a las víctimas, la confidencialidad debe ser respetada… Las familias de las víctimas deben ser reconocidas. La acogida, la escucha, la reparación y la restauración son deberes, no actos de buena voluntad. Las víctimas deben contar con lugares seguros a los que acudir.

Queda mucho por hacer, pero creo no equivocarme al entrever la posibilidad real de que la perspectiva de víctima vaya derramándose a medida que la nueva norma se vaya aplicando. En la medida en que las víctimas se sientan seguras para informar y denunciar se irá demostrando que también hay laicos entre las víctimas, especialmente mujeres, que los abusos no son una cuestión masculina, que la categoría de adulto vulnerable debe ser revisada y que los abusos, más que el incumplimiento de un deber especial, son un atentado contra la dignidad y la libertad.