Obras de arte - Alfa y Omega

Hemos terminado la Pascua, y es tiempo de agradecer este camino que el Señor nos ha invitado a recorrer cogidos fuertemente de su mano estos días, enseñándonos a pasar de las muertes a la vida. De la soledad y las lágrimas a la convicción de sabernos acompañados en todos los momentos y circunstancias de nuestras vidas. Ayer por la noche fue un momento muy lindo en el que nos juntamos todos en la comunidad y nos contábamos cada uno cómo habían sido estos días en los diferentes contextos: la parroquia, las misiones populares, la Pascua de Siete Aguas… Y sentía que la Palabra se volvía a cumplir en nuestras vidas: «Volvieron los 72 muy contentos y dijeron: “Señor, en tu nombre hasta los demonios se nos sometían.” […]“No os alegréis de que los espíritus se os sometan, sino de que vuestros nombres están escritos en el cielo”».

Han sido días para buscar transformar todo lo que en nuestra vida no está tocado por su amor. Ha sido un tiempo de asimilar y personalizar lo que significa tener una vida nueva que Dios nos regala de forma abundante. El mejor termómetro para saber el nivel de resurrección de nuestras vidas es prestar oído a lo que sale de nuestras bocas. De lo que está lleno el corazón es de lo que habla la boca. Si mi corazón está lleno de alegría, de fe, de esperanza, de amor, es imposible que lo que comunique esté cargado de negatividad o rechazo. Por eso la actitud que se nos invita a vivir para manifestar la alegría del Resucitado es misionera, la de descubrir la presencia del Señor en medio de las circunstancias que vivimos.

Se salvaron las obras de arte de la catedral de Notre Dame porque un grupo de bomberos hizo una cuerda humana con la que iban sacando una a una todas las joyas artísticas. Si entendiéramos así la misión… Todos los cristianos formamos una cuerda humana, unos lazos de amor, para rescatar la joya más valiosa a los ojos de Dios: cada vida de cada uno de sus hijos. Si unimos esfuerzos y vivimos con el mismo objetivo, que no es el éxito personal, sino la salvación de nuestros hermanos, viviremos la gran misión de la Iglesia. Con más responsabilidad que la de los bomberos de París es la que cada cristiano tenemos frente a un mundo sin fe.