Superior de los Misioneros Claretianos de la provincia de Santiago: «Las víctimas no son enemigas de la Iglesia» - Alfa y Omega

Superior de los Misioneros Claretianos de la provincia de Santiago: «Las víctimas no son enemigas de la Iglesia»

Pedro Belderrain es el superior de los Misioneros Claretianos de la provincia de Santiago, la más extendida de las cuatro que conviven en España y que abarca diez comunidades autónomas, amén de tener presencia internacional en Francia, Suiza y Rusia. Como otras entidades eclesiales, está intentando ofrecer una respuesta responsable al drama de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia. Se ha encontrado con víctimas, tiene claro que deben estar en el centro, y es alumno del Curso de Protección de Menores que se ofrece en una de las obras de su congregación, el Instituto Teológico de Vida Religiosa, que está a punto de cerrar su primer curso

Fran Otero
Pedro Belderrain, superior de los Misioneros Claretianos de la provincia de Santiago. Foto: Ignacio Virgillito

Este curso está siendo especialmente duro por los casos de abusos en España que se han ido conociendo y que también han afectado a su congregación. ¿Cómo han vivido esta situación?
Se vive con sorpresa porque se habla de cosas que ignoras, de personas con las que muchos de nosotros no hemos convivido e incluso en zonas que ante no pertenecían a tu provincia. Y también un dolor muy fuerte. Dolor por la situación, por la quiebra de la confianza que las personas habían depositado en nosotros y por el carácter antievangélico de los hechos cometidos, de carácter bárbaro. Te preguntas en todo momento qué falló para que sucediese algo así e intentas reaccionar para que no se vuelva a repetir.

¿Cómo están ahora a nivel de protocolos los claretianos?
Hacia el año 2000, hubo una corriente para que las congregaciones formalizaran por escrito aquello que venían haciendo de manera espontánea. Se elaboran una serie de protocolos que, con 20 años de historia, se han ido actualizando al mismo tiempo que lo hacía la normativa de la Iglesia. En nuestro caso concreto, la congregación se dio a nivel mundial en 2016 un protocolo actualizado y se pidió que se acomodara a la legislación de cada país. Hoy, estamos esperando a que se resuelvan algunos temas en cuestión tanto en el aspecto civil como eclesial. Estamos reflexionando sobre si conviene una actualización ya, con base en el motu proprio recién promulgado o esperamos a otras normativas que prevé publicar la Santa Sede o incluso al decreto que ha solicitado la Conferencia Episcopal.

¿Y de códigos de conducta?
En los últimos años, trabajamos en un código de conducta específico para los centros educativos que nuestra provincia claretiana tiene en España, un total de siete. Después de haberlo trabajado con los equipos directivos de los colegios, sometido a expertos y estudiado por el gobierno provincial lo aprobamos el verano pasado y ya se puso en marcha este curso. Nos parece un documento muy importante y yo, como provincial, participé en su presentación a tres de los siete claustros.

A raíz del caso que publicó un periódico nacional sobre un sacerdote abusador en uno de sus colegios, ¿cómo ha sido la relación con las víctimas, si la ha habido?
Tengo que decir que para nosotros la víctima es sagrada y, por tanto, hay que hacer todo lo posible para ayudarla en su camino, pero con un respeto inmenso. Repito: las víctimas tienen que ocupar un lugar central y hasta sagrado. A una institución le pueden interesar cosas que puedan beneficiarla, pero nunca a costa de las víctimas. De ninguna manera. Hay que tener claro a la hora de dar determinados pasos que cada víctima tiene sus ritmos y circunstancias y que hay que respetarlas.

¿Y cómo lo ha hecho entonces?
Solo me he dirigido personalmente a víctimas cuando he sabido que no las iba a incomodar, puesto que yo represento a la institución. Puede que la víctima no quiera volver a ver un sacerdote en su vida, o que le produzca rechazo que el provincial le escriba, le llame por teléfono o le proponga un encuentro. Lo que he hecho hasta ahora es hacer llegar a las personas afectadas mi disposición total hacia ellas, pero sin cruzar ese umbral. Esto te genera dudas, pues a veces te preguntas si tienes que ser más activo. Creo que la gente, las víctimas, tienen derecho a un respeto y a marcar la velocidad del proceso. Es una pena que por los abusos personas que vincularon a un espacio cristiano las principales ilusiones de su vida —si no hubiesen vivido experiencias tan lamentables probablemente habría desarrollado su vida ligada a esa experiencia de fe— lo hayan abandonado y no hayan querido volver, con un rechazo para siempre muy comprensible. Nosotros podemos hacerles llegar que esta sigue siendo su casa, que quienes somos hoy responsables de esos espacios sentimos de corazón lo que ha pasado, pero también hay que saber buscar el momento oportuno.

¿Se ha encontrado con víctimas?
Encuentros presenciales he tenido muy pocos. Contactos por correspondencia o a través de terceros, más. Tengo que decir que las víctimas han sido siempre amabilísimas, agradecidas siempre ante cualquier tipo de acercamiento. La experiencia ha sido sorprendente. He visto a gente capaz de procesar lo vivido e incluso de distinguir a las personas que les han violentado de la institución y de hablar bien de la Iglesia. Las víctimas no son enemigas de la Iglesia; se puede buscar la verdad con un gran amor hacia la Iglesia.

¿Qué se aprende con las víctimas?
Muchas cosas. A veces se oye decir que las víctimas tardan muchos años en denunciar, que si no denunciaron antes… Cuando las conoces, entiendes perfectamente que, a veces, hayan tardado esos años. Esto se ha utilizado como argumento para desacreditar a las víctimas y no debería ser así. Hay razones personales, de ambiente social que determinan que puedan tardar años en hablar. Y están en su derecho de hacerlo.

¿Cómo afectan a estos casos a las comunidades, al entorno de los centros…?
Creo que la gente vive esta situación con profunda tristeza y creo que no se puede negar que una comunidad parroquial o educativa queda afectada cuando descubre este tipo de situaciones, sean cercanas en el tiempo o sean más antiguas. Incluso a veces hay personas que ni han convivido, ni han conocido la situación… pero se produce una sensación de profundo dolor. En ese sentido, se comparte el dolor de las víctimas, se intenta arropar a quien ha podido ser víctima de estas situaciones y ofrecer espacios en esa distancia de respeto, no de desinterés. Las vidas de las comunidades quedan afectadas: la comunidad donde vivimos todos, me refiero a la comunidad parroquial, escolar, no solo a la comunidad religiosa… Estas experiencias espabilan mucho porque te hacen hacerte preguntas sobre el presente y el futuro… Lo vivido te hace reaccionar ante cualquier comportamiento que pueda perjudicar, en el sentido que sea, el servicio y la atención a los menores.

¿Se está produciendo un cambio de mentalidad en la Iglesia?

Es difícil distinguir qué ha acontecido siempre y qué puede ser novedoso. Hay una mayor sensibilidad. El resultado es una conciencia mayor de la gravedad de hechos así, de la vulnerabilidad de la infancia y la adolescencia y de otras personas… El cambio de actitud, de mentalidad, tiene que ver con la conciencia de tener claro qué es lo que hace bien a nuestra institución, que no es la negación de lo negativo –en este caso, los abusos–, sino la búsqueda de la verdad, de la justicia y el respeto a las víctimas. No se trata de una cultura de simple contención, que buscaría evitar lo indeseable; sino de promover una cultura que busca expresamente el respeto, la protección del débil, el desarrollo integral de las personas.

A raíz de estos casos, han abierto cauces de comunicación para la denuncia de otros casos…
Hay muchas personas de Iglesia en España acompañando y ayudando a víctimas y hay gente que lo lleva haciendo tiempo. Probablemente, la apertura de cauces para que la gente se exprese da pie a que personas que nunca habían compartido su experiencia o denunciado lo estén haciendo. Es bueno porque ayuda a reparar injusticias, a sanar situaciones, ayudar a personas y a construir futuro. En su día, en cuanto tuvimos noticia a través de un periódico nacional de que un claretiano había dañado a una serie de personas, pedimos al periódico que trasladara a los denunciantes una dirección de correo electrónico por la que podían hacernos llegar lo que creyeran oportuno. Aunque insistimos en ello varias veces parece que no se les ofreció esa vía de comunicación. Durante un par de semanas investigamos el caso sin saber quiénes eran las víctimas y respetando escrupulosamente su anonimato. Después de que aparecieran en el periódico, sí pudimos contactar con las víctimas. Entonces, tanto la provincia como el colegio hicieron público un correo para que cualquier persona pudiera ponerse en contacto con nosotros. Y ese canal ha quedado abierto. Además, con el código de conducta de nuestros colegios también se había habilitado meses antes otro cauce de comunicación que gestionan tres personas –dos de ellas no pertenecientes a la congregación– a las que cualquiera puede plantear este tipo de casos u otras problemáticas de un centro educativo.

Los claretianos, a través del ITVR, tienen un programa de formación, cuyo primer curso está a punto de concluir. ¿Qué valoración hace de la iniciativa?
Son experiencias que merecen la pena, que tienen una validez. Como sociedad necesitamos plantearnos temas tan serios como estos con hondura y serenidad. Yo mismo soy alumno del programa del ITVR y comparto experiencia con otros provinciales, responsables de instituciones educativas, religiosos, sacerdotes y laicos. Hay varios temas de fondo. El primero tiene que ver con la pertinencia de que en espacios de Iglesia se reflexione con profundidad sobre determinadas cuestiones; por ejemplo, sobre el tema de la prescripción, que en mi opinión debería replantearse, como se está pidiendo desde la sociedad civil. En segundo lugar, escuchar a las víctimas nos está ayudando mucho. Y por último, creo que es importante que en la Iglesia caminemos juntos en este tema, aunque esto signifique que se hace un poco más despacio. Querría destacar el papel que ha jugado el obispo de Astorga, recientemente fallecido, a la hora de gestar un tejido de reflexión y de respuesta con una discreción que a veces no se ha entendido. El tiempo tiene que poner luz sobre las cosas, pues se ha dejado la piel en esta tarea.