La pequeña Europa y la Virgen de los dos nombres - Alfa y Omega

La pequeña Europa y la Virgen de los dos nombres

Francisco dedicará dos de sus tres días en Rumanía a recorrer diversos lugares de Transilvania, la región más católica del país, donde se vive una diversidad étnica «única en el este de Europa»

María Martínez López
Peregrinación al santuario mariano de Sumuleu-Ciuc, el día de Pentecostés. Foto: CNS

La primera visita de un Papa a un país de mayoría ortodoxa tuvo lugar en 1999 en Rumanía, y la protagonizó san Juan Pablo II. Este fin de semana, Francisco conmemorará allí el 20 aniversario de ese momento histórico, aunque con un acento diferente. «Si la visita de san Juan Pablo II fue sobre todo una visita a la ortodoxia, esta es a Rumanía, con un carácter marcadamente pastoral hacia las comunidades que él no pudo visitar», explica el español Miguel Maury, nuncio en esa nación.

Después de dedicar el viernes a la clase política y la Iglesia ortodoxa, en Bucarest, la agenda del sábado y del domingo llevará a Francisco a Transilvania, la región donde se concentra la mayoría de ese 5 % de católicos del país, y la que presenta una mayor variedad demográfica y religiosa.

Uno de los momentos centrales de esta gira transilvana será la Misa en Sumuleu-Ciuc, el santuario mariano del siglo XIV que cada víspera de Pentecostés (este año, el 8 de junio) recibe a unos 70.000 peregrinos que llegan de toda la región, además del resto del país y de la vecina Hungría. La peregrinación conmemora la batalla en la que los sículos (grupo étnico de lengua húngara) católicos vencieron en 1567, cerca de este recinto, a las tropas del rey húngaro Juan II Zapolya, que quería convertirlos al protestantismo. Hoy en día la Virgen de Sumuleu-Ciuc (en húngaro, Csíksomlyó) se ha convertido en un signo de identidad para la comunidad húngara de Rumanía, venerada incluso por los protestantes.

Rumanos, húngaros, alemanes…

La fuerte presencia húngara en Transilvania (el 18 % de la población) se debe a que, desde el siglo XII hasta 1918, cuando se unificó Rumanía, esta región estuvo bajo dominio húngaro. Durante los primeros siglos de su dominio Hungría promovió la llegada de alemanes que crearon colonias que duran hasta hoy en ciudades como Sibiu (también llamada Hermannstadt), de arquitectura marcadamente teutona. Durante el siglo XIX esta comunidad rondaba los 200.000 miembros, aunque tras la caída del régimen comunista en 1989 emigraron masivamente a Alemania y hoy en día solo quedan 13.000.

«Esta diversidad lingüística y cultural, dentro de un país latino, hace de la región una pequeña Europa única en el este» del continente, afirma el sacerdote Basile Budan, responsable de la comunidad grecocatólica rumana en España. Y se vive con toda normalidad. «En casi toda Transilvania rumanos y húngaros viven juntos en los mismos barrios, aunque cada comunidad mantiene sus tradiciones, su religión (los húngaros protestante o católica romana, los rumanos ortodoxa o grecocatólica) y su lengua –añade el padre Sorin Catrinescu, sacerdote grecocatólico en España–. Los matrimonios mixtos no se ven mal, y de hecho hay muchos; aunque otros prefieren casarse con alguien de su grupo».

Esta variedad se refleja también en la propia Iglesia católica que visita el Papa, y que está formada por tres diócesis de rito latino y lengua húngara, dos de lengua rumana y una de lengua alemana, además de seis diócesis grecocatólicas.

Virgen de Sumuleu-Ciuc. Foto: www,ziarharghita.ro

La fuerza vino de Roma

La Iglesia grecocatólica rumana también tuvo su origen en Transilvania, como reacción a la decadencia de la Iglesia ortodoxa y a la presión protestante. A pesar de que ese territorio fue evangelizado durante el Imperio romano, a partir del siglo VII la Iglesia adoptó la lengua eslava y el rito bizantino por la influencia del entorno –las actuales Ucrania y Bulgaria–; y, en 1054, siguió a Constantinopla en el Cisma de Oriente. «Pero ni la gente ni muchos sacerdotes, hombres sin formación elegidos entre los fieles de cada pueblo, entendían el eslavo –explica el padre Catrinescu–. Los sacerdotes aprendían solo a recitar algunas oraciones».

Cuando durante el siglo XVI llegó el protestantismo desde Hungría, los rumanos ortodoxos de Transilvania fueron tomando conciencia de su debilidad para hacer frente a este embate político, social y espiritual. Inspirados tal vez por la llegada a finales del siglo XVII de misioneros jesuitas, comenzó un proceso sinodal «muy democrático en el que se tomó la decisión de pedir la unión con Roma para dar un impulso a la religiosidad y protegerse», continúa el sacerdote. Tras reconocer el primado del Papa, en 1700 se formalizó la unión, que permitía a la naciente Iglesia grecocatólica conservar la liturgia bizantina en rumano.

La vuelta a la comunión con la Iglesia católica no acabó con la persecución, pero –subraya Catrinescu– supuso una gran renovación eclesial, «con una estructura más organizada, la creación de seminarios…». Además, supuso el nacimiento de la Escuela Transilvana o Scoala Ardeleana, vinculada a la sede de Blaj (que el Papa visitará el domingo) y que jugó un papel fundamental en la defensa de los derechos de los rumanos y de la cultura y la lengua rumana frente a la elite húngara.

Todos prefirieron morir

Al despegar de Rumanía, el Papa dejará en el país siete nuevos beatos: el cardenal Iuliu Hossu, de Gherla y otros seis obispos, muertos a causa del maltrato y las malas condiciones a las que fueron sometidos mientras los comunistas los tenían cautivos. En 1948, el régimen había forzado la reunificación de la Iglesia grecocatólica con la ortodoxa. Ningún obispo grecocatólico la aceptó, y todos prefirieron arriesgarse a morir por permanecer fieles a Roma y atender a sus comunidades.

Un punto especialmente trágico es que varios de estos obispos estuvieron presos en monasterios ortodoxos. Aunque la Iglesia ortodoxa no se libró de la persecución y también tiene mártires, parte de la jerarquía colaboró con las autoridades. El padre Sorin Catrinescu, sacerdote grecocatólico afincado en España,  explica que hasta entonces la relación entre ortodoxos y grecocatólicos había sido buena. «Fue el comunismo quien hizo que entre ellas se metiera el odio».