«No es sano que un cura tenga diez parroquias a cargo» - Alfa y Omega

«No es sano que un cura tenga diez parroquias a cargo»

Los expertos Adrián López Galindo y Stefano Guarinelli recalcan la necesidad de que los sacerdotes cuiden adecuadamente su vida espiritual y psicológica. Para ello necesitan un tutor que los acompañe y más tiempo para ellos mismos, difícil de conseguir por los numerosos encargos pastorales

Fran Otero
Foto: Cathopic

Hay expresiones que se mantienen en el imaginario colectivo pero cuyo contenido y significado ya no tiene representación en la actualidad. Y la de «vivir como un cura» es una de ellas. La secularización de las sociedades modernas y el descenso del número de candidatos al sacerdocio –sin que descienda la carga de trabajo– ha provocado que muchos sacerdotes pasen gran parte del fin de semana en un coche de una parroquia a otra, sin tiempo para parar. Además, la relación de los curas con la gente –creyente o no– es hoy mucho más cercana que en el pasado, y por tanto también es mayor la cantidad de problemas personales que tiene que escuchar el sacerdote, Y eso, si no se asimila bien, puede derivar en problemas.

Por eso es importante que el sacerdote, a lo largo de su vida, esté bien acompañado espiritualmente. Sucede que en los seminarios, los candidatos están bien arropados, se cuidan todos los aspectos de su persona –espirituales, psicológicos, afectivos…–, pero cuando salen a la labor pastoral todo eso se pierde.

Sobre esta cuestión se trabajó en la última reunión de los vicarios y delegados de Clero de las diócesis españolas organizada por la Conferencia Episcopal y en la que participó Adrián López Galindo, jesuita y psicólogo, director del Máster en Discernimiento Vocacional y Acompañamiento Espiritual de la Universidad Pontificia Comillas y uno de los grandes expertos en esta materia. También lo hizo Stefano Guarinelli, sacerdote diocesano de Milán, psicólogo y profesor del máster.

¿Desolación espiritual o depresión?

Entre ponencia y ponencia, atienden juntos a Alfa y Omega, y coinciden en la importancia de integrar aspectos de la psicología en el acompañamiento espiritual porque ayuda, según dice Adrián López Galindo, a saber «por dónde vienen los tiros cuando un sacerdote no está bien: si es una desolación espiritual o una depresión». Y añade: «No digo que tengamos que solucionar todos los problemas en el acompañamiento pastoral, pero sí detectar para derivar. Habrá casos en los que habrá un problema patológico y el sacerdote tenga que ir al psiquiatra o al psicólogo. La psicología te hace distinguir un problema vocacional de una patología o de cuestiones más ambiguas como pequeñas inmadureces».

López Galindo es partidario de que los sacerdotes tengan un tutor que los acompañe y los ayude en las dificultades con las que se vayan encontrando a lo largo de su ministerio. Para Stefano Guarinelli, es una necesidad que el sacerdote sea acompañado y, en este sentido, recuerda que en otras profesiones –es el caso de psicoanalistas o psicólogos– «el acompañamiento o la supervisión es casi obligatoria pues aprendes a metabolizar todo lo que absorbes de los conflictos de las personas que acoges y escuchas». El sacerdote italiano defiende que haya una síntesis espiritual y psicológica, «que no es ninguna novedad», pues, según dice, ya aparece en autores como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz o san Ignacio de Loyola.

Para el jesuita, los sacerdotes de hoy se enfrentan a varios problemas. Los más frecuentes, a nivel patológico, son los trastornos de ansiedad, la depresión y el estrés, que pueden derivar en somatizaciones, adicciones… Estima que entre el 5 y 7 % de los sacerdotes sufre o ha sufrido algún problema de este tipo. Guarinelli añade las nuevas tecnologías, pues como muchos sacerdotes viven solos y sin amistades encuentran en internet «un refugio que puede provocar problemas de disociación, conexión múltiple o pornografía».

Luego están los problema relacionados con la vida espiritual, pues, según López Galindo, «la vocación se va al garete si no estamos configurados con Cristo y fundamentados en Él a través de una vida de oración, adoración, lectura espiritual, caridad pastoral…». «Tenemos que cuidar nuestra vida espiritual, porque si no lo hacemos no aguantamos. Como esto no se trabaje ya puedes tener todas las ayudas psicoterapéuticas que verás que la vocación se va a pique», añade.

Engaños y afecciones desordenadas

Y finalmente hay cuestiones de tipo evolutivo, menos graves, pero que afectan en algún momento al 80 % de los sacerdotes. En su argot lo llaman afecciones desordenadas o engaños en la vida espiritual: problemas relacionales, sentimiento de fracaso, deseo de triunfo, expectativas en el ministerio, baja estima… En cualquier caso, López Galindo recuerda que la mayoría de los sacerdotes «viven felices y están haciendo una gran labor».

Las condiciones de vida de los sacerdotes, apunta Guarinelli, tienen mucho que ver con todas estas dificultades y recuerda, en este sentido, que el papel de los obispos es muy importante. «No puede ser que la de una sacerdote no sea una vida humana. Por ejemplo, que pueda cuidar su vida espiritual, porque hay muchos sacerdotes que apenas pueden rezar porque no les da tiempo si tienen diez o más parroquias a si cargo. Porque, además de la atención pastoral, tienen que estar pendientes de que se cumplen las normativas de incendios, por ejemplo. No es sano que un cura tengan diez parroquias. Los obispos deben acordarse de que la Iglesia no es una empresa donde todo tiene que funcionar y, si antes había cuatro sacerdotes para cuatro parroquias y ahora dos, se tengan que repartir para cubrir todo el territorio». Al papel del obispo, Guarinelli suma otra prioridad: trabajar, durante la formación de los sacerdotes, en la capacidad para dejar se ayudar, porque si lo has asimilado bien llamarás a alguien cuando tengas un problema.

Para López Galindo la clave pasa por una formación integral, que no solo dé preferencia a lo intelectual o ahora, «que está muy de moda», a lo afectivo sexual: «Los seminaristas y los sacerdotes tienen que crecer en todas las áreas. Es decir, progresar en el ámbito espiritual y pastoral, dar muestras de que puede convivir con otros, pelear, resistir, estudiar… No vale dar preferencia a la dimensión intelectual por encima de la espiritual o la psicológica. Todas deben crecer».