China a 30 años de la masacre de Tiananmen - Alfa y Omega

China a 30 años de la masacre de Tiananmen

En junio de 1989 los sueños de mayor libertad política y prosperidad económica estuvieron a punto de cristalizar en China. Al final lo que emergió fue el nacionalismo como nueva base fundamental del sistema

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Un hombre frente a unos tanques en la avenida de la Paz Eterna, en Pekín, el 5 de junio de 1989. Foto: REUTERS/Arthur Tsang

La noche del 3 al 4 de junio de 1989, fuerzas del Ejército chino ejecutaron la decisión gubernamental de acabar por la fuerza bruta con la larga campaña de protestas lideradas por estudiantes universitarios, en las que se reclamaban mayores libertades políticas y mejoras en la situación económica.

Por aquellas fechas, no solo en China se vivían aires de cambio y de profunda trasformación, sino que en latitudes más lejanas se iniciaba un potente movimiento que acabaría con el comunismo en la propia Unión Soviética y en las denominadas democracias populares del centro y este de Europa. De hecho, el mismo día que los tanques y las Fuerzas de Seguridad chinas abatían a centenares de jóvenes estudiantes en la mítica plaza de Tiananmen, el gran líder opositor al comunismo en Polonia, Lech Walesa, del Movimiento Solidaridad, comenzaba su acceso al Gobierno polaco mediante las elecciones legislativas de Polonia. Su victoria supuso la punta de lanza de una oleada democrática que acabó por derribar el muro de Berlín en noviembre de 1989. Esta ola democratizadora, que tuvo un éxito rotundo en Europa, sucumbió en la Cuba castrista, en la totalitaria Corea de Kim Il Sung y en la olvidada Laos. Sin embargo, en la gran China los sueños de mayor libertad política y prosperidad económica estuvieron a punto de cristalizar.

La matanza de Tiananmen, de la que se cumple el 30 aniversario, marcó un antes y un después en el devenir de la evolución del dragón asiático en tres grandes vectores determinantes. A nivel político, el que fuera el gran protagonista de la masiva y espectacular transformación económica en China, Deng Xiaoping, mandó el rotundo y claro mensaje al conjunto de la sociedad china y a la propia comunidad internacional: su apuesta por una mayor liberación de la economía en China no tendría un reflejo paralelo en una gradual apertura política. De hecho, el Partido Comunista de China, desde aquella fatídica fecha hasta el presente, ha hecho gala de un autoritarismo creciente, no solo en materia de libertades políticas (abolidas per se), sino en un amplio abanico de derechos básicos del ser humano que van desde la libertad de prensa, amordazada, hasta la propia libertad religiosa, cuestionada para buena parte de las minorías religiosas del país.

El despertar nacionalista

En segundo lugar, la profunda y muy negativa crítica internacional que se cernió sobre China, combinada con la devaluación de la ideología comunista que venía ya desde el fallecimiento de Mao Zedong –y que se agravó con la matanza de Tiananmen–, tuvo como respuesta el despertar del ímpetu nacionalista en China. El nacionalismo emergió como una nueva base fundamental del sistema. Sabedor el Partido Comunista de China de que, para mantenerse en el poder con garantías, más allá de satisfacer las ingentes demandas en materia de bienestar que la población pedía, había que combinarlo con fuertes dosis de nacionalismo que le otorgarían una legitimidad que no podía conseguir mediante el voto popular.

Por último, esta apuesta por la dinámica nacionalista, de la que hoy Xi Jinping es un perfecto ejemplo, estuvo acompañada de la segunda gran ola transformadora de la economía china. Si bien las protestas de la plaza de Tiananmen tuvieron un importante componente político, lo cierto es que el origen de las mismas se derivó en un principio de falta de oportunidades económicas para todos. Como medida de solución al estancamiento económico y para acelerar la creación de riqueza, y por lo tanto acallar las protestas, Deng Xiaoping decidió continuar con su programa de reformas económicas, pero a mayor velocidad. Este nuevo impulso se vio reflejado en el histórico viaje de Deng Xiaoping al sur del país en 1992, donde apostó todo a la carta de una mayor apertura a los mercados exteriores y a la potenciación de la inversión extranjera como vías de crecimiento económico.

La actual situación de China emana directamente de los cambios estructurales que provocó Tiananmen. El gigante asiático es la segunda mayor potencia económica del mundo y, apoyado en este ingente desarrollo económico y una mayor confianza en sus posibilidades, se ha lanzado a través de su iniciativa One Belt One Road a la lucha por el liderazgo global, siendo la humanidad testigo del asalto al poder mundial del gran dragón de Asia. ¿Lo conseguirá?

Javier Gil
Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas