Cárcel y enfermedad mental: una doble condena - Alfa y Omega

Cárcel y enfermedad mental: una doble condena

Los recursos que abordan los problemas psiquiátricos en los centros penitenciarios son muy escasos y limitados a pesar de que nueve de cada diez internos sufren algún trastorno a lo largo de su vida. A falta de que la Administración dé una respuesta, la pastoral penitenciaria se esfuerza por aliviar el dolor y el sufrimiento de las personas que viven esta realidad olvidada

Fran Otero
Un capellán acompaña a un interno en la prisión de Castellón. Foto: Rober Solsona

Los trastornos mentales son a día de hoy el principal y más preocupante problema de salud en la cárcel. Esta es la conclusión a la que llega Carmen Zabala Baños, doctora en Psicología por la Universidad Complutense, en su tesis doctoral, un trabajo que logró un accésit del Premio Victoria Kent en 2016 que concede la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias. En su estudio se puede comprobar cómo nueve de cada diez internos ha sufrido algún trastorno mental a lo largo de su vida (por consumo de sustancias, afectivos o psicóticos). Si el periodo de referencia se reduce al mes del estudio, el resultado es que más de la mitad de los enfermos presentaba un trastorno mental, siendo la depresión y la esquizofrenia las más frecuentes. Otro de los datos interesantes que ofrece Zabala Baños es que la incidencia de la enfermedad mental en la población reclusa es 5,3 veces superior a la población en general.

Estos datos permiten a la investigadora afirmar que la administración penitenciaria debe dar una respuesta a este problema, pues las personas con enfermedad mental «entran en contacto con el sistema penal y penitenciario, entre otras causas, debido a la falta de recursos de salud mental en la comunidad adecuado a su patología para el cumplimiento de su condena, lo cual hace que los centros penitenciarios se sobreocupen por encima de su capacidad. […] El entorno penitenciario, por sus características y dinámicas, no es el lugar apropiado para las personas con trastorno mental».

En estos momentos, España solo cuenta con dos hospitales psiquiátricos penitenciarios (en Alicante y Sevilla), donde cumplen medidas de seguridad personas que han cometido un delito pero que son inimputables ya que lo hicieron en un estado de enajenación mental. Su organización, según Instituciones Penitenciarias, «se adapta y adecua para garantizar una atención e intervención especializada para las personas con patologías psiquiátricas». El resto cumplen condena en los centros penitenciarios ordinarios, en los que, vista la necesidad, se ha puesto en marcha un Programa de Atención Integral a Enfermos Mentales (PAIEM).

La preocupación de la Iglesia

A falta de recursos públicos, la Iglesia, desde la pastoral penitenciaria, está cada vez más preocupada por las personas encarceladas que sufren algún tipo de enfermedad mental y empeñada en mejorar su situación. Por ello acaba de celebrar dos jornadas de trabajo, organizadas por la Conferencia Episcopal, sobre los límites y las posibilidades legales de los enfermos mentales en prisión en las que participaron, entre otros, el secretario general de Instituciones Penitenciarias, Ángel Luis Ortiz González, y el magistrado del Tribunal Supremo Antonio del Moral García. Y también por la implicación de voluntarios y capellanes en los recursos específicos de salud mental en la cárcel.

Sonia Barneda, delegada de Pastoral Penitenciaria de la diócesis de Segorbe-Castellón, lleva 30 años como voluntaria y ha podido ver la evolución de la situación de los presos. Reconoce que antes había un problema con las enfermedades mortales, que ahora se ha trasladado a las mentales. «En el perfil de interno hay un porcentaje muy alto de enfermos mentales y muchos no están diagnosticados», añade.

Ella acude todos los viernes al módulo de enfermería –donde suelen derivar los presos con algún tipo de problema psiquiátrico– de la cárcel de Castellón I para impartir un taller dentro del PAIEM, siempre en coordinación con el equipo médico y asistentes sociales de la cárcel. «Lo primero que hacemos es quererlos. No pensamos si tenemos delante un atracador o un asesino, sino una persona con una enfermedad mental. Cuando entras sin juzgar ni cuestionar nada, ya se sienten queridos», narra. Con esta premisa trabajan con ellos la relajación, la concentración, las emociones… y lo hacen a través del juego, de la música, de la pintura. Es en ese contexto en el que los internos se abren, hablan y se muestran. «Lo valoran mucho, porque, además, rompe la monotonía y la rutina de la cárcel, que también es muy importante. Vienen porque quieren, porque no reciben ningún beneficio de ello ni luego tienen por qué venir a la Eucaristía de los domingos, aunque se les ofrece», afirma.

Para Sonia, la cárcel no es el lugar adecuado para una persona con problemas de salud mental, y va más allá al señalar que empeora el estado de los enfermos, sobre todo si no han sido diagnosticados, pues pueden estar en un módulo conflictivo.

Coincide sor María de Cortes, hija de la Caridad, que también participa del PAIEM en los centros penitenciarios de Madrid I (Alcalá mujeres) y Madrid II (Alcalá Meco): «No es el lugar del enfermo, se necesita otro tipo de recursos para que haya una buena rehabilitación. Si no se multiplica la gravedad, porque no es un entorno favorable y ni siquiera hay un atención especializada continuada».

En los talleres que imparte se acerca a los internos a través del pilates, la psicomotricidad, las actividades cognitivas… «con el fin de conectar, crear una alianza, un acompañamiento humano y, si así lo desean, espiritual». Un trabajo que no se queda en el interior de la prisión, pues sor María es la responsable de un piso de acogida para mujeres en Alcalá, donde conviven internas en segundo y tercer grado y también enfermas mentales. A estas últimas les ofrecen una atención especial, pues trabajan con ellas la conciencia de enfermedad; se las empadrona y se les da acceso a un centro de salud, de modo que tengan un seguimiento médico y se controle que siguen la medicación. Reconoce que lo ideal es que, cuando salgan de prisión, estas personas tengan en la familia su apoyo, pero como no siempre es posible estima que serían necesarios más pisos tutelados donde puedan vivir bajo supervisión o centros de día, donde puedan realizar distintas actividades.

El caso de Herbert Agnelly Ramos es especial, pues es capellán del Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Foncalent (Alicante), uno de los dos recursos de este tipo que hay en España. Allí viven poco más de 300 internos, cuya mayoría (95 %) ha cometido un delito a causa de su enfermedad mental, es decir, personas que han cometido delitos de sangre o intentado cometerlos, o violencia y agresiones de distinto tipo graves o leves fundamentalmente en el seno de la familia. Como se demuestra que lo hicieron en una situación de enajenación mental, son inimputables, pero el juez establece una medida de seguridad hasta que la persona esté recuperada. «Son hermanos nuestros, hijos de Dios que tienen un problema, que han incurrido en un delito, pero no han perdido su dignidad. Tenemos la obligación moral y social de acogerles y darles una oportunidad. No nos piden más que eso. La mayoría son conscientes de lo que han hecho, lo asumen y sufren por ello», explica Herbert.

La labor que la pastoral penitenciaria realiza en este centro, como en los ordinarios, es integral: religiosa, social y jurídica. La tarea fundamental es la de escuchar y acompañar a los internos, «porque están solos y, en muchas ocasiones, las familias les han abandonado o no pueden ir a verlo por una orden judicial», pero también se imparten talleres de habilidades sociales, participan en el programa de salidas terapéuticas –cuentan con una casa de acogida–, tienen dos grupos de catequesis y hasta un pequeño coro que canta en la Eucaristía semanal del centro y fuera cuando les llaman de una parroquia.

Faltan recursos humanos

Aunque la realidad del hospital psiquiátrico penitenciario es diferente a la de los centros ordinarios, que también conoce bien, cree que el punto débil de ambos tiene que ver con los recursos humanos. No son suficientes. En Foncalent, para más de 300 internos, solo hay dos psiquiatras, tres psicólogos y tres trabajadores sociales… «Los internos no reciben toda la atención que deberían y aunque tienen cerca a los funcionarios, a ellos no les pueden contar todo. Así que nosotros intentamos suplir todas esas carencias».

Este problema de escasez de recursos, sobre todo humanos, se extiende fuera de la prisión, donde los presos que salen o los enfermos que concluyen sus medidas de seguridad se quedan a la intemperie si sus familias no los pueden atender. Son, por tanto, necesarios más programas que sigan a estas personas una vez estén en libertad, pues su reincidencia o no depende fundamentalmente de que mantengan una vida ordenada y cumplan con su medicación.

Este problema se replica, en el caso de la atención sanitaria general, en todos los centros penitenciarios. Es una realidad que no se cubren las plazas en las enfermerías; hay oferta, pero los médicos no quieren enrolarse. «Nadie quiere ir. La situación es muy grave», apunta Sonia Barreda, de la Pastoral Penitenciaria de Segorbe-Castellón.

Por eso urge una solución urgente, piden todos los actores implicados, a una realidad muy olvidada que afronte el problema de manera integral.

La pastoral penitenciaria en cifras
  • 84 capellanías en centro penitenciarios
  • 162 capellanes
  • 2.700 voluntarios
  • 708 parroquias e instituciones colaboradoras
  • 7.053 participantes en las celebraciones
  • 70 casas de acogida
  • 2.810 personas acogidas
  • 993 programas
  • Área religiosa: 419
  • Área social: 463
  • Área jurídica: 111
Las «fuera de serie» dentro y fuera de la prisión

Luisa, nombre ficticio, es una mujer que, en un momento de su vida, cometió un error y acabó en la cárcel. Era una persona normal. Y desde un primer momento asumió la culpa e incluso ejerció roles importantes en la prisión. Gracias a su formación –es psicóloga– y a su carácter, además de contar con el apoyo de su familia y también de las Hijas de la Caridad, se adaptó muy bien a su nueva vida. Está muy agradecida a sor María de Cortes, que le abrió la casa de acogida de las Hijas de la Caridad para vivir durante un tiempo ante de volver a su ciudad. Ella sobrellevó la experiencia, pero reconoce que la cárcel afecta muchísimo a las personas, sobre todo si tienen algún tipo de enfermedad mental. Algunas, dice, no aceptan que tendrán que estar un tiempo allí y lo pasan muy mal. «Es cierto que hay personas que salen peor de cómo entraron, pero también hay casos de éxito», añade.

Es muy crítica con la atención psicológica que se ofrece en las cárceles –«no vale para nada»– y alaba el trabajo de los funcionarios y de los voluntarios que como sor María acuden a echar una mano. Así define a las religiosas que la atendieron dentro y fuera de la cárcel: «Tienen mucha paciencia, incluso con las reclusas que no son fáciles. Además, te tratan siempre con mucho cariño y cuando ya estás fuera, nunca se olvidan de ti. Son unas fuera de serie».