El Cantar de mio Cid - Alfa y Omega

El Cantar de mio Cid

Ricardo Ruiz de la Serna
Foto: Ignacio Gil

Este libro puede sostenerse en la palma de la mano. Es un ejemplar en cuarto que mide 198 x 150 milímetros. Solo tiene 74 hojas de pergamino. Sus once cuadernillos tienen forma irregular. Es modesto; tal vez incluso pobre. No tiene tapas enjoyadas. Ni lo ilustran miniaturas coloridas. Por no tener, no tiene ni el primer folio, cuya reconstrucción ha sido posible gracias a la Crónica de Castilla (de en torno a 1300). Tampoco le hacen falta dorados ni piedras preciosas para gozar de la dignidad que en buen derecho le corresponde.

Tengo ante mí el Códice de Vivar, es decir, el manuscrito único del Cantar de mio Cid. Lo exhibe la Biblioteca Nacional en la Sala de las Musas como parte de la exposición Dos españoles en la historia: el Cid y Ramón Menéndez Pidal, que la ilustra institución ha organizado junto a la Fundación Ramón Menéndez Pidal y en colaboración con la Fundación Ramón Areces. El folleto incluye un agradecimiento a la Fundación Juan March. Que Dios los bendiga a todos porque nos han brindado la posibilidad de recorrer la vida del gran filólogo, historiador, investigador y humanista español nacido hace ahora un siglo y medio.

La página por donde está abierto este tesoro pertenece al cantar tercero que narra la afrenta de Corpes. A las hijas del Cid las han ultrajado los infantes de Carrión y las han abandonado en un robledo «en briales y en camisas». El primer verso es estremecedor: «Por muertas las dexaron / sabed, que non por bivas». El lector debe imaginar el espanto y la indignación de quienes escuchaban al juglar cantar la historia. Estos versos no fueron escritos para ser leídos, sino declamados. Hemos acompañado a estas jóvenes desde el comienzo del poema. Cuando el Cid parte al destierro, las deja al cuidado de los monjes de San Pedro de Cardeña —toda la historia de España podría escribirse a través de sus monasterios, conventos y abadías— y el abad don Sancho, «cristiano del criador», accede a cuidar de ellas y de Jimena, su esposa. El Cid se ha encomendado al amparo de la Virgen y ha prometido mil Misas si la ventura lo acompaña.

Un hombre, pues, deja su tierra acompañado por una mesnada de caballeros. Solo tiene coraje, fe y un puñado de buenos amigos. Su esposa lo despide con una oración a san Pedro y al Creador que prosificó Alfonso Reyes: «Tú, que a todos guías, ampara tú a mi Cid Campeador».

Desde la altura de los siglos, este libro nos contempla, por tomar las palabras de nuestro filólogo, «muy seguro de sí mismo, sabiendo bien que es el libro de poesía más antiguo que se nos ha conservado […] en la península hispana». Los héroes del Cantar, desde la altura de los siglos, se encomiendan a Dios ante las adversidades y se ponen en marcha. No es una mala lección para la vida.