Gestos que curan las heridas de la tierra - Alfa y Omega

Gestos que curan las heridas de la tierra

Eva Fernández

La naturaleza tiene esa rara habilidad de llamar la atención de los medios solo cuando va unida a la tragedia. Y lo malo es que nunca admite vuelta atrás, pero responde con generosidad cuando se trabaja en la prevención. A muchos les habrá pasado desapercibido que, en el Vaticano, el Estado más pequeño del mundo se hayan instalado 20 puntos de recarga para coches eléctricos en lugares públicos. Hace pocos días, en un discurso a la Fundación Centesimus Annus el Papa insistió una vez más en la necesidad de «una conversión de las mentes y de los corazones para que el desarrollo de una ecología integral se convierta cada vez más en una prioridad a nivel internacional, nacional e individual». Casualmente esta semana se cumplen cuatro años de la de la publicación de la encíclica Laudato si, que se ha convertido ya en la más citada en la historia de la Iglesia. Y aunque parece que a algunos les molesta que el Papa haya decidido tomar las riendas ante un problema que muy pocos se atrevían a afrontar, necesitábamos que alguien aportara la mirada divina sobre la tierra y las personas. Me gusta subrayar que a Francisco lo que realmente le importa no es a la ecología, sino la creación. Si pudiéramos poner un color a esta encíclica, sería sin duda el marrón de la tierra y no el verde. Aquel mismo «ve y repara mi Iglesia» que oyó san Francisco de Asís, adquiere hoy especial sonoridad si lo ponemos en sintonía con nuestra «casa común», el planeta Tierra, que necesita con urgencia ser reparado para seguir albergando vida.

De ahí la importancia de instalar un punto de recarga eléctrico en el Vaticano. El poder de un símbolo para cuestionarnos la responsabilidad de cada uno y sobre todo de los gobiernos, especialmente los más contaminantes. Se trata de gestos aparentemente insignificantes, pero sin los que resulta difícil promover nuevas actitudes, siempre necesarias para que se realicen cambios profundos y duraderos. Necesitamos que un punto de recarga para coches eléctricos grite a nuestra conciencia sobre el peligro real de «una catástrofe global sin precedentes». Lo volveremos a escuchar estos días en los que se ha presentado el instrumento de trabajo para el próximo Sínodo de obispos dedicado a la Amazonía. Deberíamos sentirnos orgullosos de que la Iglesia también se haya convertido en un referente moral frente a una amenaza que afecta, en primer lugar, a las poblaciones más pobres y vulnerables, los descartados del Papa Francisco, pero que empieza ya a tener serias consecuencias para la humanidad en su conjunto. Necesitamos cambiar. Escuchar el grito de la tierra y dar una respuesta radical. Nunca olvidemos que todos somos parte del problema, pero también de la solución.