Historias de humanidad del otro lado de la trinchera - Alfa y Omega

Historias de humanidad del otro lado de la trinchera

Existe una memoria histórica «amarga» que no puede quedar en el olvido por «respeto a las víctimas». Pero esa memoria por sí sola «no genera esperanza ni abre vías para la reconciliación». La asociación Hebras de paz propone recuperar y transmitir a los jóvenes historias de ayuda entre combatientes de bandos opuestos. Que las hubo…

Rodrigo Moreno Quicios
Un adolescente interviene en el Encuentro de Ciudades Destruidas por la Guerra celebrado en San Sebastián en 2013. Foto: Hebras de Paz

El tío bisabuelo de Alicia, Toribio, era guardia civil cuando estalló la guerra. Un día, el bando nacional le ordenó asesinar a Casimiro, el alcalde republicano de su pueblo. Toribio no quería hacerlo, pero tampoco se podía negar. Urdió una treta para salvarle la vida. «Pidió a los superiores que su pareja fuera otro guardia civil que no conociera el pueblo», recuerda Alicia. Después, aprovechándose del desconocimiento de su compañero, Toribio avisó al alcalde en persona dándole un mensaje en clave cuando la pareja entró en el pueblo: «Buenos días, Antonio. ¿Dónde está el hijo de puta de Casimiro? Vengo a llevarlo preso al cuartel para que pague de una vez por todas lo que se merece». El alcalde republicano, entendiendo la advertencia de su paisano, le respondió: «Casimiro está segando su prado junto al río, a media hora de aquí». Y mientras Toribio se llevaba a su pareja a la otra punta del pueblo, Casimiro se fugó.

Foto: Hebras de Paz

Historias así son las que Juan Gutiérrez recopila en Hebras de paz, iniciativa que recorre los institutos invitando a los jóvenes a mirar los actos de ayuda entre combatientes de distintos frentes. «Hay acuerdo en que las huellas de la guerra son todas traumáticas. Sin embargo, también hay huellas sanadoras que no se encuentran porque no se buscan», explica el presidente de la asociación. Su método vanguardista ha sido uno de los más comentados entre los 1.500 especialistas que acudieron la semana pasada a la Universidad Complutense para celebrar la tercera edición de la conferencia anual de la Asociación de Estudios de la Memoria, celebrada del 25 al 28 de junio en Madrid con motivo del 80 aniversario del fin de la Guerra Civil.

A sus 87 años, Gutiérrez, quien trabajó entre 1990 y 2000 como mediador entre ETA y el Gobierno, apuesta por recuperar la memoria histórica de un modo diferente al simple recuerdo de las atrocidades cometidas por unos y otros. El sufrimiento no puede caer en el olvido por «respeto a las víctimas». Sin embargo, no basta quedarse ahí. «Esa memoria sola es amarga, no genera esperanza ni abre vías para una reconciliación en equidad porque sigue habiendo una jerarquía entre víctimas vencedoras y victimarios vencidos. Hay que injertar en ella relatos con hebras de paz viva», sostiene.

Es algo que Guillermo García intenta con sus alumnos durante las clases de Filosofía. El profesor, que considera el proyecto una oportunidad inmejorable para hablar de valores educativos, anima a sus estudiantes a preguntar a sus abuelos sobre sus memorias antes de que se pierdan. No necesita que sean heroicas, «simplemente que alguien de un bando preste ayuda a alguien de otro». Algo difícil de imaginar pero que, como demuestra Hebras de paz, fue más frecuente de lo que se piensa.

Fruto de este afán por entender y humanizar la historia, los alumnos de García participaron en 2013 en el Encuentro de Ciudades Destruidas por la Guerra celebrado en San Sebastián y, en 2017, en un acto de la Feria del Libro de Madrid donde leyeron historias de la guerra con sus abuelos. En ninguno de estos actos nadie les preguntó en qué bando les tocó combatir a sus familias, simplemente revindicaron la memoria de los familiares que, independientemente de sus ideas políticas, tuvieron la humanidad de ver en el adversario a un semejante.

Algunas de las historias de los combatientes en la Guerra Civil llega a sus descendientes a través de su correspondencia. Foto: ABC

Rompiendo el tabú

Tras el dolor que la Guerra Civil ocasionó en los españoles, muchas familias evitaron aquel episodio para no remover el pasado. Sin embargo, según Chema Urquijo, todavía responsable de la Oficina de Memoria del Ayuntamiento de Madrid, cuyo cierre ha anunciado el recién investido alcalde, José Luis Martínez-Almeida, «cuando pasa esa generación, la siguiente ya no está sujeta a ese pacto de silencio. Empieza a mirar hacia atrás y se pregunta “¿esto cómo pudo ser posible?”».

Es esa generación de bisnietos la que actualmente protagoniza la reivindicación de la memoria, para lo que deben vencer la resistencia que encuentran en sus propias casas. «Hay un consenso familiar en no mencionar esos sucesos. El terror, como te entra hasta los huesos, arroja una sombra de generaciones. Aunque ya no haya peligro real, sigues aterrorizado», describe Juan Gutiérrez.

Dado el secretismo que rodeó a estas anécdotas mientras vivieron sus protagonistas, muchas ya han caído en el olvido. Los alumnos de Guillermo García, nacidos después del año 2000, están tan lejos de la Guerra Civil que ni sus abuelos la recuerdan. «Ya no son fuentes primarias y les cuentan historias indirectas que han estado muchos años silenciadas en la familia», explica el profesor.

Pero aunque el olvido o el silencio hayan sepultado estas historias durante años, la insistencia de los nietos casi siempre hace mella. Al escuchar las preguntas que nadie se atrevió a hacerles, finalmente surge la complicidad con los abuelos, quienes les ayudan a sacar a la luz lo poco que conozcan. «Los jóvenes se convierten en ese caballero que lucha contra el dragón en los cuentos y se encuentra con un viejo que le da la clave para vencerlo», celebra Gutiérrez.

Juan Gutiérrez, presidente de la asociación Hebras de paz. Foto: Rodrigo Moreno Quicios

La bondad del adversario

«Hay estructuras que son condenables, pero los seres humanos que las habitan pueden romper la disciplina para ayudar a alguien del bando enemigo», explica Juan Gutiérrez. Unos gestos inesperados que, a su juicio, hay que tatuarse en la memoria. «Está muy bien insistir en lo pacíficos que somos, pero es mejor aún insistir en los pacíficos que son los seres humanos del bando enemigo».

Y aunque este reconocimiento parezca imposible, a los alumnos de Guillermo Díaz no les cuesta hacerlo. «Tienen una mirada menos apasionada y enfrentada de la guerra, la ven como un drama humano más allá de la confrontación ideológica», cuenta el profesor. «La idea de las hebras de paz es que, por encima de los enfrentamientos, los seres humanos que viven el conflicto se dan cuenta del sufrimiento de los demás», sentencia.