Bendita agua del Bautismo - Alfa y Omega

El sábado pasado celebré un Bautismo especial. Se acercó una madre para contarme la historia convulsa del nacimiento de su primer hijo. Nació prematuro, con seis meses, era tan pequeño como la mano de su madre. Las perspectivas que les daban los médicos eran poco alentadoras. Pero con la ayuda de la medicina y del cuidado de los profesionales, la vida del pequeño salió adelante. Y venían a la iglesia a dar gracias a Dios por el nuevo y definitivo nacimiento por el Bautismo. Esa celebración, consciente de los duros meses que habían pasado sus padres y familiares, tenía un tono diferente al de otros bautizos, porque la dificultad, el sufrimiento, la incertidumbre, no nos gustan nada, pero nos enseñan mucho. Las palabras que me salían del corazón al predicar la homilía eran de profunda gratitud, de volver a reconocer que nos acostumbramos con una facilidad pasmosa a lo cómodo, a lo fácil, a lo seguro. Pero hay mil variables en nuestros días que nos recuerdan que no llevamos el control.

Lo normal es estar bien, tener salud; visualizamos cómo serán las cosas y la imaginamos bien: un embarazo, un trabajo, una familia, los planes de las vacaciones… sin alteraciones ni sobresaltos. Pero la vida es pura improvisación, y nos recuerda continuamente que tenemos que acoger las circunstancias como vienen, adaptarnos a ellas, amarlas, y abrazarlas. Cuando pensaba en las noches sin dormir de esos padres, en sus desvelos, en su amor fortalecido a causa de la dificultad, agradecía al Señor el camino de seguimiento al que nos llama: «Coge tu cruz y sígueme». Tiene mucho que ver esa llamada con la acogida confiada de que, en medio de todas las circunstancias que vivimos, su amor y su providencia nos acompañan.

Y cuando los acontecimientos no salen como deseamos, cuando la historia termina mal, y acaba en pérdida, en muerte, en fracaso, no es ocasión para alejarnos del que es origen y meta de nuestra vida. Es la oportunidad de activar la fe, más desnuda que nunca, más fuerte que nunca. Todo lo recibimos de Él. Sentir nuestra vulnerabilidad es lo que nos acerca a edificar nuestra vida en la roca firme de su amor.