Manos que acompañan - Alfa y Omega

Llamo a la puerta y entro en una habitación en penumbra, iluminada solo por la luces de la calle. A pesar del silencio reinante, hay más de diez personas en torno a la cama, en la que un hombre mayor con la respiración muy agitada lucha por permanecer unos instantes más rodeado de su familia.

Doy las buenas noches y casi de forma inconsciente lanzo una pregunta absurda: «¿Qué tal estáis?». Uno de los hijos se interpone en mi camino para que no siga avanzando y responde: «Bien, gracias», invitándome con su actitud a que les deje vivir este momento.

En ese momento vi a su madre, que sostenía y besaba la mano de su marido mientras se debatía entre la vida y la muerte. Y le dije: «Cómo se nota lo mucho que usted le quiere». María alzó la mirada y me dijo: «Son muchos años caminando juntos, ¿cómo voy a soltarle la mano ahora, que es cuando más me necesita? Sé que este camino le toca hacerlo a él solo, pero yo puedo estar aquí a su lado para que no tenga miedo y sepa que pronto volveremos a estar juntos si Dios quiere».

Qué hermosas palabras, María. Cuánto amor hay en ellas, cuánta vida compartida y cuántos recuerdos de manos unidas a lo largo de más de 60 años para acabar ahora así, con las manos entrelazadas y rodeados del mayor tesoro que habéis construido entre los dos en estos largos años: vuestros hijos y nietos.

Qué verdad es que cuando se ama, lo mejor que sabemos hacer en la vida y, sobre todo, en la enfermedad, es acompañar, caminar juntos, mirar a los ojos y descubrir que la enfermedad es solo una circunstancia del ser humano.

Acompañar al enfermo es ir a consolar y salir consolado. Es salir a caminar una milla y acabar haciendo dos, pero siempre teniendo muy claro que el camino y la vida es del enfermo, tú solo estás ahí porque él te lo está permitiendo, y por eso debes respetar su ritmo y sus sentimientos. Tu tarea consiste en ser la mano tendida para que se levante cuando caiga y ser oasis donde reponga sus fuerzas.

Acompañar es amar sin límite, lo que tú has hecho toda la vida, María, cogida de la mano de la persona amada.