¿Pide la Iglesia que una mujer se resista a una violación hasta la muerte? - Alfa y Omega

¿Pide la Iglesia que una mujer se resista a una violación hasta la muerte?

«La Iglesia no pide la muerte, no obliga a una actitud heroica, ni considera reprobable no resistirse», asegura el delegado de Causas de los Santos de Madrid

María Martínez López

¿Pide la Iglesia que una mujer se resista a una violación hasta la muerte? La respuesta es, simple y llanamente, que no. «La Iglesia no pide la muerte, no obliga a una actitud heroica, ni considera reprobable no resistirse». Lo explica Alberto Fernández, delegado de Causas de los Santos de la archidiócesis de Madrid.

Al sacerdote madrileño esto le parece «muy evidente». Pero la polémica de los últimos días en torno a una carta de 2017 del arzobispo de Burgos, monseñor Fidel Herráez, sacada de contexto en un periódico, ha vuelto a arrojar sombras de sospecha.

En ella, el arzobispo hablaba de Marta Obregón, asesinada en 1992 por el violador del ascensor, y que está en proceso de canonización. Proponía «rescatar [su] vida y [su] muerte como modelo para nuestra juventud». Y afirmaba que es «un estímulo para vivir todas las virtudes cristianas que ella fue descubriendo: la alegría, el servicio, la entrega… Pero, en especial, la grandeza de la castidad, como se hace visible cuando resiste y lucha hasta morir asesinada por defenderla».

En un comunicado en respuesta a la polémica, monseñor Herráez ha subrayado que «hay que denunciar y condenar toda violencia que se ejerce contra las mujeres por el hecho de serlo». Y añade que «es lamentable que, en una sociedad democrática, que se fundamenta en el respeto a la dignidad de las personas, una mujer tenga que llegar a anteponer incluso su vida por la defensa de su propia integridad».

¿Por qué se canoniza a las «vírgenes y mártires»?

El origen de las preguntas están en el hecho de que la Iglesia reconozca como mártires a mujeres (y a algún varón, como san Pelayo) asesinadas durante una agresión sexual. Es a las que se denomina como «virgen y mártir». Fernández explica que en estos casos el martirio no está relacionado con que la muerte se haya producido por odio que tenga por objeto de modo directo la fe, sino «por odio a una virtud intrínsecamente relacionada con la fe. La más frecuente es la castidad», pero también sería posible que ocurriera con «la obediencia, la pobreza o la humildad. Sería por ejemplo el caso de los sacerdotes asesinados por no revelar el secreto de confesión».

Aunque la Iglesia «no exige, evidentemente, que voluntariamente se ponga en riesgo la propia vida» –continúa el delegado de Causas de los Santos de Madrid–, cuando la muerte se produce «reconoce el martirio». Lo hace porque en esa resistencia ve «una actitud heroica que reconoce como un don de Dios, una gracia que Él te da en ese momento».

Además, junto a la muerte violenta y a que esta se deba al odio a la fe o a una virtud inherente a la fe, para que haya martirio se exige que la víctima actúe «con confianza en Dios», asumiendo (no buscando) la posibilidad de morir y «con una actitud cristiana de perdón». En el caso de Marta Obregón, por ejemplo, el perdón ofrecido por su padre y una conversión relacionada con su muerte fueron claves en la apertura de la causa.

«Ni hay culpa ni se pierde la castidad»

El delegado de Causas de los Santos de Madrid añade que «quizá en algún momento la castidad se comprendía como un concepto únicamente físico, y se equiparaba con la integridad corporal. Pero este modo de entender la castidad no es correcto».

Por ello, aunque la víctima no ofrezca resistencia, «en ningún caso en una violación hay culpa por su parte, porque nunca hay libertad, nunca consiente. Es víctima. Ahí no hay pecado ni, por tanto, se pierde la castidad». De hecho, «en cierto sentido la víctima se puede asimilar e identificar también con quien ha dado la vida, porque aunque no ha llegado a perderla ha sufrido un daño muy parecido».

«En ese momento no te planteas nada»

Covadonga Orejas, carmelita vedruna miembro desde su fundación y a cargo del programa de escucha de la asociación Betania, que ofrece acompañamiento y terapia a víctimas de abusos sexuales en entornos eclesiales en España, hace hincapié en esta falta de libertad. No se trata solo de que esta quede limitada por la coacción. «Lo que escuchamos de las víctimas es que en el momento de la agresión no hay tiempo ni posibilidad de plantearse nada». Es decir, en muchos casos a la víctima ni se le presenta la decisión de resistirse o no.

«Es después, cuando ya ha pasado, que empiezan a rebobinar y vuelven sobre ello». Aunque «cada mujer vive los abusos de una forma personal y única», en este momento pueden surgir preguntas sobre si se actuó de forma adecuada. «En muchos casos cargan con la culpabilidad».

Una secuela más de la agresión que, como el resto, puede verse agravada por el entorno. «A veces, la persona se bloquea, no consigue hablar, y carga con ello de la manera que puede o sabe». Otras veces, cuando se atreve a hablar, no encuentra escucha y acogida.

La necesidad de crear condiciones de acogida

Por eso, Orejas subraya que una agresión sexual «no es un hecho puntual, sino que te rompe la vida. Las víctimas nos repiten mucho que quita las ganas de vivir, que la huella se arrastra toda la vida. Lo peor es que estas cosas pasen, y que la gente tenga que pasar años o décadas de silencio porque no encuentran las condiciones de acogida y escucha que necesitan».

Insiste por ello en que hay que trabajar para que se pueda «acoger el dolor, escuchar y apoyar. Y para que las mujeres que sufren violencia de todo tipo, no solo sexual, puedan denunciarlo y encontrar apoyo en cualquier institución».

En este sentido, la vedruna ve positivo que «con la sensibilización y la educación vamos ganando mucho, y cada vez somos más conscientes. Antes, cuando se hablaba delante de un auditorio, nunca se pensaba cuántas de las mujeres allí presentes habían sufrido violencia. Hoy sabemos que, según el contexto, puede haber sido una de cada cuatro, de cada cinco, de cada siete… Tenemos que tener conciencia de eso a la hora de expresarnos».