Black Mirror. La sociedad ¿futura? de las pantallas - Alfa y Omega

Black Mirror. La sociedad ¿futura? de las pantallas

Isidro Catela
Un momento de la serie 'Black Mirror'
Un momento de la serie Black Mirror. Foto: ABC.

Érase un hombre a un móvil pegado, érase una adicción superlativa. Ahí, en el terreno abonado de la exageración distópica, Black Mirror se ha convertido en una serie de referencia. Lo es, entre otras cosas, porque, aunque en efecto, presente una distopía tecnológica que nos golpea sin piedad sobre lo que queda de humano en las relaciones humanas cuando la tecnología entra en juego, es más un presente en perspectiva que un lejanísimo futuro. Quien más, quien menos se siente identificado con alguno de los capítulos, hasta el punto de tener que apartar la mirada de la pantalla y mirarse más bien hacia adentro.

Ese es el objetivo. Esta serie británica, de capítulos autoconclusivos, que va ya por la quinta temporada, y que ha hecho hasta guiños a la interactividad con el espectador que elige su historia, es muy útil para reflexionar y hacer seriefórums sobre lo que nos está ocurriendo, sobre cómo vivimos, o sobrevivimos, entre pantallas, en la sociedad del cansancio y de la prisa. Como quiera que son capítulos independientes, con el citado hilo conductor en común, es también una serie bastante irregular, con entregas sublimes y otras prescindibles. Cada uno tiene aquí sus favoritos, pero me quedo, entre otros, con el primero de la segunda temporada (Ahora mismo vuelvo), una intensa historia de amor y ciencia ficción, a las puertas del transhumanismo que viene; el primero de la primera (El himno nacional), uno de los episodios más paradigmáticos, con el que arranca la serie, e ideal para debatir dilemas morales en torno al poder político, el terrorismo y las redes sociales; y el primero de la tercera (Caída en picado), que da miedo de tan real al presentarnos una sociedad que entiende al otro como objeto, en una app, en la que debe puntuarle cada acción que realice.

Por sus tramas o por la violencia de distinto grado y tipo que nos podemos encontrar, es una serie para adultos, que bien puede verse (y debatirse), en el caso de alguno de sus capítulos, con jóvenes. Merece la pena hacer catas en ella, aunque rezuma negrura y, en términos generales, desesperanza. Ya sabemos que en los cuentos el espejo no siempre nos dice lo que queremos oír.