¿Qué mundo queremos para mañana? - Alfa y Omega

El 18 de enero de 2018 se convocaron en Francia los Estados Generales de la Bioética. Se iniciaba así un proceso que, coordinado por el Comité Consultivo Nacional de Ética, tenía la misión de facilitar un debate nacional que permitiera que todas las posiciones fuesen escuchadas y consideradas. Tras este período, el Comité Consultivo elaboró y publicó un Informe de síntesis, así como un Informe propio. El Consejo de Estado hizo lo preceptivo y en la sociedad francesa se multiplicaron los debates convocados por organizaciones laicas y religiosas. El pasado 24 de julio el Gobierno remitió a la Asamblea Nacional el proyecto de ley relativo a la bioética. En los próximos meses, tras el período de comparecencias públicas, los diputados franceses discutirán y aprobarán la nueva ley.

De entre todas las cuestiones a debate, hay una que destaca: la extensión de la procreación médicamente asistida (PMA) a las parejas de mujeres y mujeres solteras. El tema ha despertado preguntas que van mucho más allá de la ampliación del acceso a las técnicas de reproducción asistida. En realidad, lo que se está discutiendo en la Asamblea Nacional afecta al sentido y naturaleza de la maternidad en un mundo en el que «ya no es solo madre la que alumbra, sino la que decide serlo», al lugar del padre en la reproducción humana, a la noción de filiación y de familia, a la legislación civil, a la relación entre el origen biológico y la identidad de la persona, al papel de la medicina y los sistemas de salud pública, así como a la naturaleza de las relaciones entre política-economía y procreación humana. No estamos solo ante cuestiones de ética sexual o familiar, sino ante cuestiones en las que se debate el sentido de la procreación humana, ya como relación, ya como acto de libertad individual, la primacía social del libre consentimiento o la donación, la disponibilidad o indisponibilidad del cuerpo humano, la noción de sociabilidad, autonomía y bien común, el sentido de los deberes de solidaridad o la conversión del cuerpo humano en valor económico.

El desafío es fascinante y de tal magnitud que quiera Dios que, por fin, los católicos corrijamos la disociación entre ética social y sexual. Lo exige nuestra fe, lo reclama la verdadera naturaleza de los problemas que enfrentamos y quizás, hasta pudieran agradecérnoslo nuestros contemporáneos.