Yo no soy mi enfermedad - Alfa y Omega

Aún no puedo creer lo que estoy escuchando al otro lado del teléfono: «Amigo, ¿sabes que hoy, cuando llegué a darme la quimioterapia al hospital, mis compañeras me estaban esperando para que les leyera tu artículo de esta semana? Hemos estado compartiendo y reflexionando sobre el de Amar la enfermedad. Éramos unos seis enfermos, algunos familiares y también han participado dos enfermeras del servicio. Llegamos a una conclusión entre todos: “Que somos nosotras quienes tenemos el cáncer y no el cáncer quien nos tiene a nosotras”».

No lo podríais haber dicho mejor ni en menos palabras: esa es la mejor manera de amar la enfermedad y ponerla en su sitio. Ciertamente, la enfermedad forma parte de la persona en determinados momentos de la vida, pero no tiene por qué apropiarse de la identidad de quien la padece.

Pero lo que realmente me impresionó de la llamada es que, sabiendo el miedo que te producía el tratamiento, los dolores por los que estás pasando, habías conseguido crear un grupo espontáneo de oración y reflexión en el servicio de quimioterapia ambulatoria; que la gente esperaba que llegaras para poder compartir juntas vuestras vidas, sentimientos y fe, y que el grupo lo formarais enfermos, familiares e incluso personal sanitario.

Qué verdad es que el ejemplo es el mejor maestro de vida. Los enfermos sois los mejores testigos del amor de Dios a la humanidad. Como dice san Pablo, «Dios escogió lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte».

Gracias, amiga, por esta oración que me enviaste antes de entrar en quirófano: «Espíritu Santo, fuente inagotable de todo lo que existe, hoy quiero darte gracias. Gracias ante todo por la vida, por el fascinante misterio de existir. Porque respiro, me muevo, corre sangre por mi cuerpo, mi corazón late. Hay vida en mí. Gracias. Gracias».